Punta del Este festeja hoy su aniversario, entre historias mínimas y sueños de grandeza.

Punta del Este cumple hoy 110 años y la fecha la sorprende en su estado habitual de cambio permanente. En este siglo y una década la antigua villa Ituzaingó pasó de ser una península en la que se podía contemplar el amanecer y el atardecer desde un mismo punto, sin moverse, solo dejando transcurrir las horas (y habitada en verano por doscientas familias argentinas y uruguayas) a convertirse en un balneario de renombre internacional, en el que sus playas estallan de turistas de todas partes del mundo en enero y febrero. La mansedumbre de pueblo en el que todos se conocían se ha perdido, la magia no.

Historias paralelas.
Luis Sader es la tercera generación de una familia cuya historia corre paralela a la de Punta del Este. Su abuelo Abdón, su padre Emilio y su tío César llegaron a Maldonado en 1909. Provenían del Líbano, donde tenían una fábrica de seda natural. Se afincaron en Pan de Azúcar. Poco después, don Abdón cabalgando escaló la sierra de la Ballena y desde allí contempló Punta del Este, a cuyo puerto se dirigía un vapor de la Carrera proveniente de Buenos Aires. «Allí está el futuro», pensó. Meses más tarde, toda la familia se instalaba en la Península, y en el verano de 1911, en la calle 9 y 10, abría Casa Sader, el almacén de ramos generales más importante que tuvo Punta del Este y que funcionó hasta 1970.

Don Luis que hoy tiene 83 años, comentó a El País que la vida en la Península en su niñez, era la propia de cualquier pueblo pequeño. La diferencia era que en el verano llegaban los turistas argentinos y —en menor proporción— uruguayos. El trabajo se multiplicaba. «Venía un público acostumbrado a consumir productos de la mejor calidad. Era gente muy fina, rica y culta que estaba acostumbrada a darse la gran vida en París», subrayó.

¿Qué sedujo a ese puñado de familias que habitaba los palacetes de la Recoleta y Barrio Norte? La vida sencilla y mansa donde la naturaleza mandaba y un pueblo amable y educado que supo recibirlos. Esas familias no querían que la gente se enterara que tan cerca de Buenos Aires existía un paraíso en estado puro, casi salvaje. No había luz ni agua. Solo un mar sereno y otro bravío, y el viento que se paseaba con total libertad. Las edificaciones eran precarias, muchas de ellas de madera, importadas de los países nórdicos. Casi en su totalidad miraban hacia la antigua playa Mansa, que hace varias décadas desapareció por la ampliación del puerto y la construcción de la rambla. Recién a comienzos de 1930, comenzaron a construirse los chalets de techos de tejas coloradas.

Con la llegada de los argentinos, a partir de 1910, también empezaron a construirse hoteles como el British House, el Biarritz y La Cigale, a cuyo frente estuvo Madame Pitot, una francesa que supo ser cocinera del ex presidente argentino Carlos Pellegrini (1890-1892) y que marcó un antes y un después en la hotelería y la gastronomía de alto nivel en Punta del Este.

El público que desembarcaba era de tal exigencia, que don Abdón Sader debió abrir un local contiguo para instalar una librería en la que se vendían mayoritariamente libros en francés de autores franceses. Había que adaptarse a lo que la gente pedía. Esas personas le dieron su impronta a Punta del Este.

Entonces a Punta del Este se llegaba o por barco o en las diligencias de la Compañía Comercial del Este de Estanislao Tassano. Cuentan que el mayoral dejaba a sus pasajeros en la puerta de sus casas, luego de un viaje que —desde Montevideo— insumía más de 8 horas. En 1910 llegó el Ferrocarril a Maldonado. Dos décadas más tarde, las vías se extenderían a la Península. Surgieron entonces el Hotel Míguez y el Nogaró.

Gente de mar.
Betty Clavijo de Silveira, es hoy dueña de dos barcos que hacen la travesía entre la Península y la isla Gorriti. Para rastrear sus raíces en Punta del Este hay que remontarse a 1853, cuando su bisabuelo Gervasio Enrique desembarcó en su pequeño barco de pesca en el puerto de la Candelaria. Era oriundo de Entre Ríos. En la Península se afincó y dio origen a una familia de pescadores y hombres de mar de la que Betty es la cuarta generación. A los 85 años, esta mujer sigue dirigiendo la empresa Consorcio Gorriti, que comparte con otros dos socios. Es una enamorada de Punta del Este y se le nota. Aunque aclara que siente «nostalgia del balneario de su niñez». Su vida ha estado siempre ligada al mar y el legado está a la vista, sus tres hijos varones son capitanes de barcos, pero de sus ocho nietos, solo uno ha salido marino.

Se crió en la misma Punta del Este de Sader, aquella en la que sus habitantes permanentes se preparaban para recibir y servir de la mejor manera a los turistas que llegaban en diciembre y se quedaban hasta marzo. Amante de la historia de su pago y activa participante de talleres literarios, Betty acaba de escribir un libro sobre historias de los seres anónimos que conoció en su infancia y adolescencia en Punta del Este.

Enamorada de los atardeceres de la Península, pero también de las noches cálidas en que la luna se asoma por la Brava, confesó a El País que le costó y le cuesta acostumbrase a los cambios del balneario.

Las propiedades que se mantienen.
Betty Clavijo es hoy dueña de dos barcos que hacen la travesía entre la Península y la isla Gorriti. Se considera una persona afortunada, luego de vivir desde hace tantas décadas en el balneario, aunque reconoce que siente nostalgia cuando evoca su juventud: «Es que los cambios fueron tan rápidos…», comentó. Y agregó: «Al menos queda la Punta vieja con sus casas». En efecto, algunas construcciones de las imágenes superiores pueden identificarse hoy en Punta del Este, en algunos casos escondidas entre modernas edificaciones. Nuestro principal balneario cumple hoy 110 años de vida y la fecha la sorprende en su estado habitual de cambio permanente. Para muchos, es la principal ciudad turística de América del Sur.

Historias más allá de un amor de verano.
Maureen O´Farrell de Murphy es argentina. Viajó con sus padres por primera vez a Punta del Este en el verano de 1945, cuando llegaba Juan Domingo Perón al poder. Sus veranos anteriores transcurrieron en Mar del Plata. Ella tenía 17 años y recordó que toda la familia se enamoró del balneario. Al final de la temporada compraron Casablanca, frente a la playa del Emir.

«La libertad que teníamos era maravillosa, andábamos en bicicleta por todos lados. Íbamos hasta la Barra por el sendero que había entonces», comentó y recordó que el segundo verano que vinieron, su padre tuvo que contratar a un marinero, para que rescatara a la gente que llegaba en excursiones y se tiraba al mar y no sabía nadar.

Maureen acaba de cumplir 90 años y desde aquel 1945, nunca faltó ni una sola temporada a Punta del Este. Tiene cuatro hijas, veintiún nietos y cincuenta y tres bisnietos. Todos ellos han venido y vienen a Casablanca. Cuando comienza octubre, ya empieza a pensar en sus vacaciones. Su amor por Punta del Este no fue un amor de verano. Fue y es incondicional.
Fuente: El País