La esperanza de vida creció 27 años en un siglo y subirá otros 10 en 2100.

Esta historia habla de muerte. Y con solo decirlo es probable que usted quiera huir espantado. Pero, detrás de estas letras de aparente tristeza, se encuentra una de las hazañas más gratificantes de los últimos tiempos: los uruguayos viven hoy, en promedio, 27 años más que hace un siglo y, bajo estas condiciones, vivirán unos 10 años más hacia fines del siglo XXI.

Las sociedades -cualquiera de ellas, incluyendo la uruguaya- dependen de tres elementos: la cantidad de gente que se mueve (migración), la que nace (natalidad) y la que se muere (mortalidad). Pero, tras los “revolucionarios” siglos XIX y XX, en los que la esperanza de vida al nacer más que se duplicó, la muerte ha quedado para el olvido. Incluso en las políticas.

Pensemos en Juan, el nombre más común en Uruguay. El Juan que nació en la época artiguista tenía la esperanza de vivir, con suerte, hasta los 30 años. El Juan que nació en la Suiza de América, poco antes del primer Mundial de fútbol, sabía que viviría hasta los 50. El que nació en 2018 -último cálculo que hizo el Instituto Nacional de Estadística- se estima que alcanzará los 74 años, y el que nacerá en 2100 -según la proyección de Naciones Unidas- llegará hasta los 87. Si fuese Juana, en cambio, podría trepar hasta los 91 años.

Sucede que antes -antes de las vacunas, de los antibióticos y el lavado de manos- los uruguayos morían infectados. Casi no había diferencia entre ellos y ellas, porque la tuberculosis, el cólera o alguna otra peste los fulminaba por igual.

Pero hubo una bisagra, esa que los historiadores describen como “el mayor triunfo de la era moderna”, en que las enfermedades infecciosas dejaron de ser la principal causa de muerte. Y ahí Uruguay fue líder, casi al mismo ritmo que Europa.

Si la infección se puede prevenir o controlar, ¿de qué nos morimos? “Más de la mitad de las muertes de los adultos uruguayos son fruto de problemas cardiovasculares y de cánceres”, dice la demógrafa Mariana Paredes. Si se le agregan los padecimientos respiratorios y la diabetes, puede decirse que la gente se muere hoy por las “enfermedades crónicas no transmisibles”.

Existe la falsa (y apocalíptica) idea de que el envejecimiento de una sociedad es fruto de que no se tiene hijos. Pero “la caída de la mortalidad”, que refiere a que la población sobrevive más, acrecienta el envejecimiento. Y lo hace por una “aparente buena causa”, dice Paredes.

¿Por qué “aparente”? Que se viva más no equivale a vivir mejor. “La mujer uruguaya vive más, pero con más años de discapacidad”, complementa la demógrafa Raquel Pollero. Esta es, según la investigadora, “la paradoja de la salud”.

Pollero y Paredes son de las pocas investigadoras uruguayas que no le temen a la muerte. Han estudiado cómo en épocas de infecciones los hombres y mujeres morían a casi idéntica edad, cómo en 2018 la diferencia de la esperanza de vida al nacer es de casi siete años a favor de ellas, y cómo para fines de siglo se achicará a cuatro. Siempre bajo este escenario.

Es que las proyecciones demográficas se hacen siempre en base a las condiciones actuales. Nada puede predecir una guerra, la caída de un mega-meteorito o la cura contra todos los cánceres. Y la historia muestra que las proyecciones de los demógrafos siempre se superan.
Pero lo que sí se puede calcular, y es parte para lo que la academia uruguaya todavía no cuenta con el financiamiento suficiente, es la esperanza de vida saludable. “Un uruguayo que nace hoy, ¿qué cantidad de años se espera que viva con buena calidad de vida? La respuesta a esa pregunta simple es un misterio”, señala Paredes.

El otro feminismo
Un buen día la mujer empezó a trabajar fuera de su casa. Comenzó a ir al boliche a “tomarse una”, a la par de los hombres. Hasta escaló en la asunción de responsabilidades laborales. Todas estas conquistas, celebradas por la paridad que significan, les trajo a ellas un inesperado enemigo: el estrés.

Sucede que la autorrealización es la más alta de las necesidades humanas, decía el psicólogo Abraham Maslow. Pero, así como ella motiva a las personas, también les ocasiona alteraciones que conspiran contra la salud. Paredes lo dice más sencillo: “La mujer ‘empeora’ su calidad de vida en el sentido que pasa a tener factores de estrés que padecía el hombre”.
De las 40 principales causas de muerte, 33 afectan más al hombre que a la mujer. Pero, con el paso de los últimos años, las mujeres van adquiriendo buena parte de esas problemáticas. “Todo esto hace pensar que la brecha en la esperanza de vida al nacer se irá acortando entre hombres y mujeres”.

Acorde los estilos de vida de hombres y mujeres se van pareciendo, los hábitos adquieren más importancia para el alargamiento de la vida: tanto para ellos como para ellas. “Es de esperar que la baja del consumo de sal, la comida saludable en las escuelas, el etiquetado de alimentos o las políticas antitabaco tengan una incidencia: ¿en cuánto? Todavía es difícil de saber”, explicó Pollero.

Adiós juventud
Así como algunas políticas públicas (saludables) pueden mejorar la ecuación riesgos/supervivencia, otros podrían empeorarla: los accidentes de tránsito, los asesinatos y los suicidios.

Cualquiera de estos tres factores “afectan mucho” a las personas entre 20 y 35 años. En especial a los hombres. “En América Latina, los varones jóvenes tienen tres veces más chance de morir por accidentes, homicidios y suicidios que las mujeres”, comentó Paredes. y con un dejo de resignación acotó: “Son muertes evitables”.

En la región, solo Guyana tiene una tasa de suicidios más alta que la uruguaya. En Uruguay, a su vez, son asesinadas 11,8 personas cada 100.000 habitantes. Y aunque la mortalidad por accidentes vehiculares se ha reducido, el tránsito se cobró en 2019 más de 400 muertes.

Estos números suponen otra paradoja: Uruguay tiene tasas altas de muertes evitables y, a la vez, cuenta con una calidad de vida que permite vivir más. “Eso, sumado a que como sociedad tendemos a envejecer, hace que sea hora de empezar a hablar de la muerte”, concluye Paredes. Ya lo recitaba Sui Generis en Canción para mi muerte: “Tómate del pasamanos / porque antes de llegar / se aferraron mil ancianos / pero se fueron igual”.

Los datos que asombran a los demógrafos
La francesa Jeanne Louise Calment murió en 1997, a la edad de 122 años. Eso la convirtió en la persona más longeva de la que se tenga registro. Pero, hasta ahora, los demógrafos y los biólogos desconocen si existe un límite para la vida humana. “Se han identificado unos genes que tienen que ver con la longevidad. Manipulando estos genes puedes conseguir que un gusano viva mucho más tiempo con un vigor normal. Y estos mismos genes los tenemos los humanos. Si uno extrapola de forma un poco simplista, podríamos hablar de personas que vivieran 400 o 500 años”, había dicho a El País de Madrid el célebre científico Ginés Morata.

Las japonesas son las mujeres que viven más años. Los suizos son los hombres que sobreviven más. Y los de Sierra Leona son los que mueren más jóvenes. Los demógrafos conocen estos datos de la realidad y sus tendencias, pero hasta ahora no saben si estas diferencias de mortalidad se acabarán alguna vez. Las proyecciones de Naciones Unidas muestran que, hacia 2100, casi todas las sociedades seguirán envejeciendo. Pero la gran incógnita es: ¿qué pasará con África? Pese a que en varios de los países de ese continente se viene reduciendo la cantidad de hijos por mujer en edad de ser madre, las tasas siguen estando por encima de la reposición (más de 2,1 hijos por mujer “fértil”) y no parece que eso cambie a corto plazo.

En Uruguay, uno de cada cuatro adultos mayores vive solo. En Suecia, uno de cada dos adultos mayores vive solo. Y uno de cada cuatro muere solo y nadie reclama su cuerpo. ¿Qué pasará con los uruguayos a medida que se siga envejeciendo? Otro enigma a resolver.

“Se necesita discutir la eutanasia”
Durante los últimos 30 años de su vida, María José Carrasco había luchado contra una esclerosis múltiple que la dejó postrada a una cama.

Ella sufría, sus allegados sufrían y, con el poco aliento que le quedaba, rogaba una y otra vez que la ayudaran a morir. La ley española lo prohibía. Hasta que el año pasado su esposo la ayudó a poner fin a su calvario. A las horas fue arrestado y, tras la presión social, lo liberaron. Eso despertó el debate de la eutanasia en España.

Para la demógrafa Mariana Paredes, no es necesaria una María José Carrasco para que en Uruguay se abra este debate.

“Uruguay es conservador y como en toda sociedad conservadora hay un ocultamiento de la muerte: de eso no se habla. Existe un proceso de negación de la muerte: hay una hipótesis, que aún no pudimos estudiar, que los uruguayos van acortando los tiempos de los velorios como parte de escaparle a la muerte. Hay miedo. Pero llegó la hora de dejar de ser hipócritas, de dejar que esto sea solo un debate de ética médica, y que empecemos a hablar”.

¿Por qué hipócritas? “Todos sabemos que hay casos en que se ‘ayuda’ a los pacientes a morir, pero no podemos aggiornar los protocolos porque hay una hipermedicalización y una visión conservadora que está latente”.
El derecho a disfrutar la ciudad
“Todos dan por sentado que Uruguay, como sociedad, envejece, pero no se discute el asunto de fondo. Lo más que se habla es sobre la reforma de la seguridad social y que los viejos son una cargas para las cuentas del Estado. Pero Uruguay firmó el compromiso de la Organización de Estados Americanos, con deberes claros sobre cómo abordar la vejez, y se hace muy poco al respecto”.

A la demógrafa Mariana Paredes, autora de esta crítica, le han preguntado: ¿qué te lleva a estudiar la vejez y la muerte? Y ella responde siempre lo mismo: “una (la muerte) nos llega a todos y la otra (la vejez) nos llega a todos cada vez más”.

Por eso, insiste en que los políticos deberían incorporar estos asuntos al debate público, “aunque no sea lo más recomendable por sus asesores de imagen para juntar votos”.

La próxima parada electoral son los comicios departamentales. Y Paredes se pregunta: “¿Nuestras ciudades estás hechas para los viejos? ¿El transporte público? ¿La atención en salud? El derecho a morirse dignamente es un derecho, también es un derecho el vivir con dignidad”.

Fuente: El País
Infografía: Naciones Unidas/ El País