Uno de los artistas plásticos más representativos de Uruguay, Carlos Páez Vilaró murió en la mañana del 24 de febrero, a los 90 años, mientras estaba en Casapueblo, su obra más emblemática y definida por él mismo como “una escultura habitable con vista al sol”.

El pintor, escultor, muralista, escritor, compositor y director nació en Montevideo el 1°de noviembre de 1923. En la década del 40, tras haber vivido unos años en Buenos Aires, volvió a instalarse en Uruguay para centrar su obra en temas vinculados al carnaval y el candombe. Estos temas inspiradores de su obra lo acercaron a la comunidad afrouruguaya -y en especial al conventillo del Mediomundo- y lo convirtieron en una de las figuras más representativas del carnaval uruguayo.

Una cita imperdible para Páez Vilaró era su participación en el tradicional desfile de Llamadas, donde este año llegó a salir tocando el tambor junto a la comparsa C 1080, con la cual ganó el primer premio. Por resolución de la Intendencia de Montevideo, a modo de homenaje, este año el desfile de llamadas llevó el nombre de Carlos Páez Vilaró. Sus colegas y amigos “tamborileros” lo recuerdan como “un grande de la cultura negra” a la que supo pasear por el mundo.

El artista también ocupó cargos públicos en Uruguay. En 1956 dirigió el Museo de Arte Moderno de Montevideo y fue secretario del Centro de Artes Populares en 1958.

Entre sus murales se destacan los que decoran la sede de la OEA en Washington, el hotel Conrad de Punta del Este, y los aeropuertos de Panamá y Haití.

Referente artísitico de nuestra Marca País

La obra de Páez Vilaró, así como su presencia en innumerables actos culturales y benéficos que tuvieran lugar tanto dentro como fuera de Uruguay hicieron del artista una verdadera figura representativa de la marca país UruguayNatrural, que lo tomó como uno de sus tantos embajadores en el mundo.

Según expresó el Director de Turismo del Ministerio de Turismo y Deportes, Benjamín Liberoff, “Carlos Páez Vilaró fue una figura referente por su trayectoria y porque en su arte, sus soles, sus recorridas, siempre llevaba al país consigo. En particular la propia Casa Pueblo se transformó en un ícono, una referencia cuyo perfil a la hora de la caída del sol, suele aparecer en miles de fotografías».

Liberoff recordó que el pasado viernes 21 de febrero participó junto a Páez Vilaró en la recepción ofrecida a los comandantes de los Veleros Escuela que participaron en el evento Velas 2014 realizado en la bahía de Punta del Este. “El arte es parte de nuestra marca país y él seguramente seguirá siendo una referencia de nuestro posicionamiento”, aseguró.

Colores y figuras impactantes

Afecto a los colores fuertes y un universo pictórico básico —sus figuras impactaban más por su exuberancia que por su sofisticación— Páez Vilaró dejó una ancha estela de figuras y motivos recurrentes: el candombe, el sol y uruguayeces varias.

Fue prolífico en extremo y a veces su ritmo hacía pensar tanto en un frenesí creativo como en una serializada cadena de producción pictórica.

La marca que dejó en la pintura uruguaya se reconoce esencialmente por la popularidad y el reconocimiento entre sectores a menudo sin conexión a entendidos y colegas.

Páez Vilaró vivió durante más de tres décadas en Argentina hasta que un día resolvió volver a instalarse en su país natal. Esta decisión, según contó, la tomó cuando vio pasar a «una comparsa de negros, tocando con pasión». «Me emocionó tanto que decidí quedarme e internarme en ese mundo de afrodescendientes, en sus conventillos, como el Mediomundo, donde tanto trabajé. Viajé a todos los países latinos donde los negros tenían presencia, hasta que inevitablemente terminé en África. Visité país por país, hasta el Congo. Pinté el palacio del presidente zulú y pasé grandes momentos. Y otros difíciles, como cuando fui víctima de una persecución: pensaban que lo de oriental del Uruguay era por comunista y me querían fusilar», relató.

«Mi vida ha sido siempre un intento. Intenté la pintura sin maestros, intenté la cerámica sin ser alfarero, intenté la arquitectura sin ser arquitecto, intenté la música y la cinematografía sin saber filmar. De golpe, en África me vi con una cámara en la mano tratando de capturar imágenes de sus revoluciones. He sido una aspiradora», dijo al diario argentino La Nación en una entrevista cuando inauguró una muestra en El Tigre con motivo de su cumpleaños número 90.

«Ha quedado obra en mi camino, he dejado un mural en cada lugar que caminé, como un testimonio de mi pasaje.

[…] Toda mi vida fue un trueque. Necesitaba un pasaje de avión, un cuadro. Tenía que ir al dentista, un cuadro. He ayudado a muchos amigos que lo necesitaban con cuadros. Y he intercambiado. He sido un dador de obra. Le he puesto el precio de mis necesidades de cada momento. Y eso me ayudó durante treinta, cuarenta años a vivir», reconoció en esa oportunidad.

Fuentes: Diarios El País y La Nación