Franco Artigas llegó del caribe, tiene 13 años, y en diciembre entregó el Pabellón Nacional en la escuela Simón Bolívar

Franco se acuerda con lujo de detalles del día de la votación. Peleaba el primer puesto con Ramón y Agustín; otros dos compañeros de escuela. Recuerda que a cada voto le seguía una ovación generalizada sin importar de quién se tratase, lo que generaba cierto nerviosismo en el niño. «La decisión era cuestión de los compañeros», dice sentado junto a sus padres en la mesa de un apartamento de Pocitos.

Ramón y Agustín no solo llevaban más tiempo que él en el colegio sino que además corrían con otra ventaja: son uruguayos. Franco no se imaginaba que saldría electo a pocos meses de haber llegado de su Venezuela natal, así que «gracias» fue todo lo que se animó a decir a sus compañeros cuando el marcador se cerró y se dio cuenta de que sería él quien llevaría durante 2017 la bandera uruguaya. Al «venezolano con apellido del prócer», como le decían algunos de sus compañeros al llegar, la bandera uruguaya le quedaba bien. Franco Artigas tiene 13 años, asiste a la escuela Simón Bolivar -el libertador venezolano- y en diciembre entregó el Pabellón Nacional. «Coincidencias», dice mientras se encoge de hombros y ríe.

Franco llegó a Uruguay en setiembre de 2015 junto a sus padres, su hermana y su hermano. La familia Artigas es una de las tantas que eligieron emigrar a Uruguay huyendo de la crisis que afronta el país en busca de un futuro mejor. Cinco meses después de su llegada, la madre, María de los Ángeles Gómez, atravesó una fuerte depresión producto del cambio brusco y juntos decidieron que lo mejor sería regresar a Venezuela. Pero a los seis meses estaban de vuelta en Uruguay. «Venezuela ya no estaba para vivir», dice Gómez, ahora ya adaptada.

Tanto ella como su esposo, Jesús Artigas, son economistas. En Venezuela habían ganado la licitación de un local de comida en un colegio y eran los encargados de servir el almuerzo. Por esta razón, sintieron particularmentela escasez de alimentos. Primero fueron los porotos, luego el arroz y después la pasta. Su profesión no les permitió dudar mucho a la hora de decidir qué hacer.

La única condición para elegir el nuevo lugar de residencia era que fuera seguro para los niños. Canadá, Argentina y Uruguay eran los países que tenían en mente. Canadá fue descartado por razones climáticas. Y aunque sabían que Argentina sería más barato para vivir, Jesús siempre había soñado con vivir en Uruguay debido su apellido. De hecho, hace 15 años atrás, cuando aún estaban en la universidad, Gómez y Artigas pensaron en mudarse a otro país y Uruguay encabezó la lista. Pero pronto llegó su primera hija. Y el primer varón. Y el otro. Y se graduaron, consiguieron cierta estabilidad económica y mudarse ya no fue una necesidad.
Al parecer, los Artigas en Venezuela se conocen todos, son unos pocos y provienen del estado de Trujillo. A pesar de que Jesús no se anima a afirmarlo con certeza, alguna vez le comentaron que uno de sus antepasados fue uruguayo. El hombre, que ahora trabaja en la empresa de transportes Rutas del Sol, asume que siempre tuvo «ese nexo extraño» con la tierra oriental. «A Jesús lo que le faltó fue haber nacido en Uruguay, le encanta el mate», dice su esposa.

Un uruguayo entre helenos
Al igual que a su padre, a Franco también le gusta el mate; aunque lo prefiere dulce. Pero de lo que se declara fanático es del asado. «La primera vez que lo probé fue en el cumpleaños de un amigo y… ¡fah! Los chivitos también son muy buenos», dice Franco.
De Venezuela, extraña al gunas comidas. «Los platos allá son más compuestos», dice, y menciona «el pabellón», que contiene carne, arroz y porotos y «la cachapa», una arepa de maíz con queso de cabra.

Franco es además muy futbolero. Se entusiasma al hablar de Venezuela y su proceso en las eliminatorias y concluye que debería haber cambiado su director técnico mucho antes. En el mundial, por lo pronto, quiere que gane un país latinoamericano.

Su pasión por el futbol la volcó en Uruguay en el «Rayo rojo», un equipo que entrena en Parque Batlle. «En Venezuela jugaba en un equipo desde los nueve años. Uno se acostumbra a jugar de entrada en los partidos, entonces tener que jugar para que vean si uno es bueno o no, me daba nervios al principio», confiesa.

Al llegar a Uruguay, Franco se encontró con que en su clase había tres niños más con el mismo nombre. Sus hermanos no consiguieron la misma coincidencia: Apolo y Grecia son sus nombres. Grecia ya pasó al liceo, Franco comenzará en marzo y Apolo seguirá yendo a la escuela Simón Bolívar.

La elección del centro educativo no tuvo que ver con el nombre sino con la cercanía del lugar en que residen. En esta institución, además del Pabellón Nacional, la bandera de Artigas y la de los Treinta y Tres Orientales, también se otorga a un alumno la bandera de Venezuela.

Para los padres de la familia Artigas, fue un orgullo que Franco portara la bandera uruguaya. «Este es nuestro hogar, y que Franco recibiera esa bandera fue una forma de terminar de afincarnos en esta tierra», dice la madre.

Fuente: El Observador