A sus 64 años, el escultor uruguayo Pablo Atchugarry todavía no sabe quién escogió a quién, pero está seguro de que su relación con el mármol, aunque «dramática», va a durar toda su vida, según dice a Efe en Miami.

«Yo no sé si yo elegí el mármol o él me eligió a mí», sentencia Atchugarry, quien inaugura hoy en el barrio haitiano de Miami un centro de arte que lleva su nombre y alberga tanto una sede de su fundación, creada hace once años en Manantiales, como una galería de arte que dirige su hijo, Piero Atchugarry.

La galería presenta en su apertura cinco raras obras del cotizado artista cubano Wilfredo Lam pintadas en España a comienzos del siglo XX, además de la primera retrospectiva fuera de Uruguay de José Pedro Costigliolo, un maestro de la abstracción geométrica, y la exposición colectiva «Tensión y dinamismo».

Cinco obras de Atchugarry forman parte de esta última exposición, en la que también hay piezas de los italianos Riccardo di Marchi y Arcangelo Sassolino, los uruguayos Marco Maggi y Verónica Vázquez y los brasileños Artur Lescher y Tulio Pinto.
Atchugarry subraya que su fundación promueve un «acercamiento del arte a la comunidad», incluyendo a los niños, a los que busca transmitirles que «el arte es un mensaje profundo que se puede descubrir dentro de ellos».

El Pablo Atchugarry Art Center es un espacio para promover «el intercambio y el diálogo entre diferentes generaciones, latitudes y culturas», subraya uno de los artistas uruguayos vivos con mayor reconocimiento internacional.

El maestro del mármol, que tiene talleres en Uruguay y en Lecco, en el lago de Como (norte de Italia), se enorgullece de no usar la tecnología como otros artistas que realizan modelos de sus obras en 3D y luego son los robots quienes los interpretan, según dice.

«Mi interpretación la hago yo», dice un artista que lucha «cuerpo a cuerpo» con los bloques marmóreos y no duda en calificar como una «batalla» la «pesada, ruidosa y polvorienta» tarea de esculpir el mármol, tan «fascinante» como «difícil».

En este punto se señala la pierna donde se cortó hace dos meses con una amoladora que se le cayó de las manos. Son «gajes del oficio», dice este artista con pinta de gigante, quien resalta que hay que «tener masa para luchar con el mármol».

Su hasta ahora mayor obra, un monolito de 8 metros y medio de altura, la hizo a partir de un bloque de mármol de 56 toneladas, dice rodeado de esculturas de un tamaño mucho menor, la mayoría hechas en mármol pero también otras en bronce recubierto de pintura para automóviles en rojo y amarillo.

Dentro de los mármoles su preferido es el «estatuario», el más blanco y luminoso, que se extrae de las canteras de Carrara, en los Alpes apuanos, en el norte de Italia, y es el mismo que usaba Miguel Ángel.

La primera obra en mármol de Atchugarry fue «La Lumiere» (1979) y unos años después realizó una Pietà (Piedad), inspirado en la obra del artista renacentista, a partir de un bloque de 12 toneladas.

Encontrar un bloque de estatuario es como encontrar una «pepita de oro», dice con pasión Atchugarry, un hombre alto y corpulento que «corre» a la cantera «esté donde esté» en cuanto le avisan que los excavadores han extraído algo que puede ser de su interés.

A veces solo se ve una veta de estatuario a 100 metros de altura y eso significa que habrá que esperar tres años para que excaven hasta ese punto y saber si el bloque está sano, es decir sin resquebrajaduras, señala.

Atchugarry también esculpe en mármol rosado de Portugal, negro de Bélgica y gris de Toscana (Italia).

Hay otros mármoles «hermosos» en otras partes del mundo pero no tienen la «consistencia» necesaria para su trabajo.

El mundo del mármol es «especial y maravilloso y cuando uno lo conoce es capaz de dedicarle toda su vida», sentencia el artista, que, sin querer ser «presuntuoso», subraya que le gusta pensar en la idea de que «Miguel Ángel, Bernini, Canova, Brancusio y todos los que amaron y dedicaron su vida al mármol dejaron algo por hacer».

Alguien que viene detrás tiene el «legado o el encargo» de «seguir descubriendo la imagen que duerme en el mármol desde hace millones de años», señala.

Atchugarry considera que cada obra comienza con la selección del bloque de mármol que va a utilizar. Los bloques son para él los «hijos de la montaña».

«Uno los recibe con la responsabilidad de entregarlos a la vida. El drama personal del artista es no estropear lo que la naturaleza le ha entregado», concluye. EFE

Fuente: Espectador.com