La generación del 45 no ha muerto del todo. Con 91 años, la poeta uruguaya Ida Vitale fue galardonada con el equivalente poético del Cervantes para la narrativa.

Se trata de la 14° entrega de la distinción, la quinta en que lo obtiene una mujer, y la segunda en ganarlo un uruguayo (el anterior fue Mario Benedetti, en 1999).

Dotado con 42.100 euros y la edición de un poemario antológico con el estudio y notas a cargo de un destacado profesor de la Universidad de Salamanca, el premio reconoce «el conjunto de un autor vivo que por su valor literario constituye una aportación relevante al patrimonio cultural común de Iberoamérica y España».

Hace menos de un mes, Vitale había obtenido en México el Premio Internacional Alfonso Reyes, uno de los más importantes que se otorga en América Latina.

Es posible que un público joven se pregunte quién es Vitale, una de las voces femeninas más reconocibles (con Idea, Amanda Berenguer y alguna más) de la gente del 45. El hecho de vivir fuera del país durante varias décadas la había, en cierto modo, «borrado del mapa», más allá del reconocimiento que seguía teniendo en el medio literario no solamente local.

En 1974 se exilió en México con su esposo, el poeta Enrique Fierro (antes había estado casada con el crítico Ángel Rama): la dictadura militar los sospechó subversivos, aunque Vitale pudo decir alguna vez con considerable humor: «nosotros no estábamos en eso, pero andábamos entre libros, algo que siempre inquieta a los militares». Desde 1989 vive en Austin, Texas, en cuya universidad Fierro (quien en una época fue director de la Biblioteca Nacional) enseñó literatura.

Nacida en Montevideo en 1923, Vitale se orientó hacia la poesía tras el deslumbramiento que provocaron en ella Delmira Agustini y María Eugenia Vaz Ferreira. Sin embargo, sus referentes fueron, preferentemente, Juan Ramón Jiménez y José Bergamín, aunque la lista debería incluir también a Julio Herrera y Reissig, Octavio Paz, Cernuda y el menos notorio Enrique Casaravilla Lemos.

Comenzó a publicar en 1949 y no ha parado desde entonces. En Uruguay colaboró en el semanario Marcha, entre 1962 y 1964 dirigió la página literaria del diario Época, fue codirectora de la revista Clinamen e integró la dirección de la revista Maldoror. En el extranjero, donde conoció más de cerca a Paz y a Bergamín, continuó con la enseñanza, el ensayo, la poesía y trabajos como traductora de autores tan variados como Simone de Beauvoir, Benjamin Péret, Gaston Bachelard, Jacques Lafaye, Jean Lacouture y Luigi Pirandello.

Fuente: El País