Como adjunto a la dirección, el ex bailarín de la Scala de Milán Francesco Ventriglia es la mano derecha de Igor Yebra y trabaja todos los días junto a los bailarines del Sodre.

Cuando Franceso Ventriglia tenía 32 años hizo una coreografía para el ballet de la Scala de Milán y lo convocaron para que asumiera como director artístico del MaggioDanza de Florencia. Un director tan joven era inusual en Italia. Luego pasó a hacer coreografías para el Bolshoi y después fue director del Ballet de Nueva Zelanda. A los 39 años, con una prolífera carrera en su haber, Ventriglia dejó Nueva Zelanda. Su idea era tomarse un año sabático y dedicarse a dar clases. Hasta que lo llamó Igor Yebra para venirse a Uruguay a asistirlo en la dirección del Ballet Nacional del Sodre (BNS).

Entre la admiración que sentía por Yebra y lo que había visto del BNS, Ventriglia suspendió sus planes e hizo las valijas. «Nunca había estado en Sudamérica, y sabía el maravilloso trabajo que hizo (Julio) Bocca aquí y la compañía es asombrosa. Entonces dije sí, lo quiero», dijo a El Observador.

De madre ama de casa y padre constructor, Ventriglia nació y creció en Salerno hasta su adolescencia cuando se mudó solo al norte, para formarse en la Scala de Milán. La primera vez que sus padres pisaron un teatro fue para ver a su hijo bailando en uno de los teatros de ópera más importantes. «No era un logro para mí bailar en una de las principales compañías del mundo, sino para toda la familia», contó con orgullo y dijo que eso le dio mucha fuerza y energía en su carrera.

Como coreógrafo presentó una de sus creaciones en la Bienal de Venezia de Danza con los bailarines de la Scala; hizo una versión del Mago de Oz; y el año pasado estrenó en Nueva Zelanda una nueva coreografía de Romeo y Julieta con el vestuario de múltiple ganador del Oscar James Acheson.

Una alopecia lo dejó completamente sin pelo a los 37 años y aprendió a convivir con su nueva imagen. Ventriglia contó que hablar públicamente sobre esto ha generado que otras personas que sufren lo mismo lo contactaran para agradecerle por hacerlo.

El actual adjunto de la dirección del BNS dijo entusiasmado que tiene un libro de gramática española y que practica a diario. En el estudio con los bailarines le facilita que los pasos lleven nombres en francés y sus explicaciones las da en inglés con un poco de italiano.

¿Cómo fue su formación en la Scala con profesores del Bolshoi?

Era muy duro. Uno de los profesores te lanzaba sillas. Era una clase de solo varones. Éramos cinco y cada tres meses teníamos un examen. El profesor solo hablaba ruso, no italiano. A las 8:30 estábamos en la barra cuando teníamos 14, 15 años. Él nos enseño a trabajar duro si queríamos algo y entender que no hay que dar nada por hecho. «¿Quieres ser un bailarín? Trabaja», decía. Mi escuela fue el ladrillo más importante de mi vida. Aún me sigo hablando diariamente con mis ex compañeros de clases.

¿Cómo fue que encontró su vocación artística en un hospital?

Tenía seis años y estuve en un hospital de niños por un tiempo prolongado. Fueron casi cinco meses y estaba todo vendado por un problema en la piel. Cada tarde payasos o ese tipo de artistas venían a divertirnos. Un día hicieron una performance para nosotros y nos involucraron. Participé y descubrí lo que era bailar con la música. Y cuando finalmente volví a casa y había terminado el tratamiento, mi padre me preguntó si quería una bicicleta o un skate. Y dije: «No, quiero ir a la escuela de ballet». Mi padre entró en pánico y le dijo a mi madre: «¿Qué pasa con este niño?». Y me pusieron a aprender piano. Empecé y estaba sentado todo el día cuando en realidad quería bailar. Así que dije: «No». Mi padre me llevó a las clases de ballet cuando tenía 7.

¿Cuáles son las principales diferencias entre su rol al frente del Ballet en Nueva Zelanda y acá como asistente del director Yebra?

En Nueva Zelanda era diferente porque es un país británico. Acá estamos en una cultura latina, la gente es más abierta y más cercana a mi cultura. En Nueva Zelanda obviamente la gente es menos abierta, más quieta, y con menos charla. Aprendí a ser diferente porque mi energía era mucha y mi expresión también. En Nueva Zelanda tenía una oficina con una ventana hacia el estudio y sentía frustración por estar todo el día en la computadora.

Escuchaba la música y veía a los bailarines y quería estar ahí. En esta nueva experiencia con Igor, soy su asistente y, cuando él no está, trabajo en las dos cosas. Pero cuando él está puedo estar mucho en el estudio. Esto me da mucha alegría, mucha. Puedo trabajar con los bailarines todos los días. Puedo darles feedback, aprender qué sienten y qué necesitan.

¿Cómo describiría su forma de trabajar con los bailarines? Tiene fama de ser duro.

Sí, soy exigente. Empujo a los bailarines a ser mejores cada día. Les digo que sean honestos, que no se estafen a sí mismos porque eso es estafar al público. El público es el que te da vida. Si sos un buen artista, nunca es suficiente. Debes superar las barreras todos los días. Hay gente que lo toma a mal, que piensa que ya es bueno. Pero no podes ser amado por todos. He tenido experiencia con bailarines que me odiaron. Cuando me enfrento a un bailarín, pienso que mi trabajo es ayudarlo a alcanzar algo hoy. Debe irse a casa con algo nuevo en su bolsillo.

¿Cómo encontró el ballet uruguayo?

Me sorprendió mucho. Creo que el trabajo que hicieron en los pasados años es asombroso. Había visto videos pero no esperaba ver una compañía de esta calidad. Hay muy buenos bailarines principales y muchos jóvenes nuevos en el coro. Y lo que realmente me gusta acá, en esta compañía, es que tiene una dedicación extraordinaria. Son pasionales, trabajan duro y son bien educados. No son arrogantes. Y ese tipo de forma de ser no es común, no es fácil de encontrar artistas abiertos. Desde los más top como María Riccetto hasta el más joven. Es un placer trabajar con ellos. Con la experiencia que tiene habiendo hecho tantos roles, María está ahí para aprender y mejorar. Siempre pide correcciones para crecer. Eso no es común.

Próximo estreno
Título: La bella durmiente
Música: Piotr Ilych Tchaikovsky
Coreografía: Mario Galizzi
Vestuario: Agatha Ruiz de la Prada
Escenografía: Hugo Millán
Funciones: del 15 al 29 de marzo
Sala: Auditorio del Sodre
Entradas: de $ 60 a $ 890 a la venta en Tickantel y boleterías

Fuente: El Observador