El boom de las relaciones comerciales con el dragón asiático disparó el interés por la cultura y el idioma chino, entre otros aspectos. Lograr un acercamiento es un proceso largo y difícil, pero se puede.

El martes 9 en la Expo Prado el presidente José Mujica volvió a hablar de China. Esta vez no fue sobre la soja ni la pasta de celulosa. Fue el turno de los lácteos. Al cierre del clásico almuerzo con los dirigentes de la Asociación Rural del Uruguay, el mandatario anunció que en enero de 2015 viajará al dragón asiático en busca de nuevos mercados para la producción láctea uruguaya. Claro que sus declaraciones no son aisladas ni arbitrarias. De hecho, China es uno de sus temas predilectos. Más de una vez ha recordado su primera visita al gigante, hace más de medio siglo, cuando el país estaba «en otra estadía de desarrollo». Luego, pudo volver y ver a China «salir de la pobreza» y «hablar en el concierto mundial». En mayo de 2013, en una reunión en el Gran Palacio del Pueblo, en Beijing, Mujica y el presidente chino Xi Jinping se comprometieron a reforzar los vínculos existentes y suscribieron siete acuerdos de cooperación en áreas como educación, supervisión bancaria y minería. Y en medio de protocolos y alianzas diplomáticas, las cifras no podrían ser más contundentes. El comercio bilateral pasó de 2.629 millones de dólares en 2010 a 4.329 millones en 2012, año en que el gigante asiático se convirtió en el principal socio comercial de Uruguay.

Así las cosas, parece lógico que en este pequeño país del Sur con solo tres millones de habitantes el interés por China se haya disparado. Tanto en el ámbito cultural como en el comercial, cada vez más uruguayos se vinculan con esta potencia situada a 20 mil kilómetros y más de 30 horas de distancia. «El cambio ha sido espectacular y se nota», resume Eduardo Pietra, empresario lanero y presidente de la Cámara de Comercio Uruguay-China. La institución, que nuclea unas cien empresas de bienes y servicios, se fundó en 1986, dos años antes de que los dos países establecieran relaciones diplomáticas. «En aquel entonces el comercio era de unos poquitos millones de dólares y muy favorable a Uruguay, que le exportaba fundamentalmente lana, algo de cueros y pescados», recuerda. Hoy, en la cima de las exportaciones están la soja, la pasta de celulosa y la carne vacuna (el país es el segundo abastecedor, solo por detrás de Australia). De China, llega de todo, desde productos baratos hasta tecnología de primer nivel. «La calle está llena de autos chinos, pero también hay computadoras, televisores, pilas, martillos… Y como pasa en todos lados, en China se produce toda la gama de productos, no todo es igual de calidad ni de precio», explica Pietra.

En los hechos, los vínculos comerciales fueron los que en muchos casos despertaron el interés por la cultura y el idioma milenario. En 2005, el Centro de Integración Cultural Uruguay-China (Cicuch) comenzó a funcionar con cinco alumnos -incluidos sus dos fundadores- y hoy tienen 45 estudiantes que toman clase de chino durante dos horas una vez por semana. Cada vez reciben más consultas por los cursos (que cuestan 1.500 pesos por mes) y en los últimos dos años tuvieron que abrir grupos en agosto. «Hoy, los móviles para estudiar chino son los mismos que te llevan a aprender inglés. Hay gente que ya sabe que es el futuro, hay gente que lo sospecha y hay gente que recién se está dando cuenta», dice la presidenta del Centro Alicia Obregón. Como reconocimiento a su trabajo, por estos días llegará una docente de chino enviada por la Oficina Nacional China para la Enseñanza de Chino como Lengua Extranjera (Hanban) a dictar clases allí. «Es para bien y es un crecimiento importante», señala Alicia. Hasta ahora contaban con dos profesores honorarios: Cheung-Koon Yim, un arquitecto jubilado reconvertido en docente, y Lucía Fajardo (foto de portada), una estudiante de Relaciones Internacionales que estudió chino en Uruguay y lo perfeccionó durante dos años en Beijing.

El Cicuch funciona en la Ciudad Vieja, en el mismo local que en los años `80 albergó la librería y editorial Nativa, que difundía las publicaciones chinas en América Latina y era punto de encuentro de los simpatizantes de Mao. Ahora, la política quedó por el camino. «No nos embanderamos con nadie. Acá hablamos de cultura china, tenemos los materiales oficiales, recibimos las revistas, las prestamos o vendemos, pero no hacemos ningún tipo de militancia política. La gente viene a aprender chino, a conversar, a ver películas…», explica Mario Pazos, secretario de la institución y esposo de Alicia.

Mario, Alicia y Yim también son los encargados de llevar este idioma a la escuela N°139 República Popular China, en el Borro. A través de un convenio que existe desde marzo de 2013, cada martes 20 niños -los mejores alumnos de 4°, 5° y 6° año- toman clases con Yim al frente del pizarrón. «Nadie está obligado a ir, pero a los chiquilines les encanta. Y como en todo, aprenden rapidísimo», cuenta Alicia. Dicen que el chino mandarín es un idioma difícil, pero no imposible. En el Cicuch, un tercio de los estudiantes termina abandonando el curso; y a veces más.

A nivel terciario, todas las universidades privadas ofrecen la posibilidad de estudiar el idioma. La Universidad de la República, en tanto, ultima los detalles de un convenio con la Universidad de Quing Dao para instalar el primer instituto Confucio en Uruguay. El centro ya tiene sede asignada y se prevé que abra sus puertas en el primer semestre de 2015, adelantó Kou Zegang, encargado cultural de la embajada de China en Uruguay.

Y así como el idioma chino suma cada vez más adeptos en Uruguay, el castellano también vive un momento de auge en oriente. Desde hace tres años grupos de entre 30 y 40 alumnos de la Universidad de Harpin, al Norte de China, llegan a perfeccionar su español a la Facultad de Humanidades de la Universidad ORT. «Acá estudian el idioma, aprovechan el ambiente y el acercamiento con la gente para practicar. Y después de un año regresan a China para su graduación», explica Kou. A los estudiantes, dice, les gusta Uruguay y se adaptan fácilmente. «Son chicos de la China actual, más occidentalizada, y además vienen con preparación del idioma. Pero cuando se mueven en grupo siguen llamando la atención en la ciudad». Es que en Uruguay la comunidad china no supera las 300 personas.

Además, como parte del convenio de intercambio cultural -que en este sentido todavía es «unilateral», aclara Kou- cada año el gobierno chino otorga becas completas de estudio (solo hay que pagar los pasajes). Este 2014 fueron siete: un doctorado, dos maestrías y el resto para estudiantes de carreras de grado o de formación en idioma chino. «Los uruguayos se interesan cada vez más», resume Kou. «Para los comerciantes es beneficioso conocer las costumbres de las personas con las que cierran negocios y para los estudiantes es una oportunidad de ampliar sus horizontes».

«Bichos raros»

Cuando a los 14 años Lucía Fajardo decidió que quería aprender chino, sus padres pensaron que se trataba de un capricho adolescente. Ellos -y el resto del mundo a su alrededor- la tildaron de loca. No fue fácil conseguir un profesor particular ni acomodar los horarios con el liceo. «Todos estaban convencidos de que en dos semanas dejaba». Pero no. Lucía estudió el idioma seis años en Uruguay y en 2010 accedió a una beca del gobierno para perfeccionarlo en la universidad de Culturas y Lenguas de Beijing. Allí estuvo dos años, compartiendo un inmenso campus con 5.000 estudiantes chinos y 5.000 extranjeros de las partes más diversas del mundo.

Hoy, ya de regreso, reconoce que cuando llegó allá no tenía «mucha idea» de lo que iba a encontrar. Pero le bastó aterrizar en el aeropuerto -que tiene casi un millón de metros cuadrados edificados- para darse cuenta de que China era mucho más que arroz y baratijas. «Sí hay letreros ilegibles y sí hay mucha gente, pero es mucho más que eso… Esa idea es la que habría que lograr transmitir. Estamos muy lejos y somos muy distintos, pero esas distancias se pueden acortar».

Si el idioma y las costumbres ofician como barrera, el fútbol es, sin dudas, la llave de acceso. En uno de sus primeros viajes a China, hace más de 20 años, Eduardo Pietra se tomó un taxi y el conductor, tras preguntarle en un rudimentario inglés de dónde era, fue capaz de pronunciar el nombre de Ruben Sosa. Más acá en el tiempo le sucedió lo mismo con Diego Forlán y Luis Suárez. «Es cierto, los chinos conocen a Uruguay por su fútbol. Después, no saben mucho más», admite Kou.

Pero el fútbol no solo es lo que más conecta a los orientales con Uruguay, sino una actividad que facilita la integración. Para Mariano Fernández, que vive en Beijing desde 2008, donde estudia Economía con una beca, este deporte le permitió acercarse a los locatarios. «A la mayoría de mis amigos chinos los conocí a través del fútbol. Muchas veces después de un entrenamiento nos juntamos a cenar e, inevitablemente, siempre terminamos en un karaoke», cuenta. En esto también hay coincidencia, el karaoke es la principal salida nocturna y fuente de diversión de los jóvenes chinos.

Para los uruguayos, en las grandes ciudades la primera impresión siempre es aglomeración e inmensidad. El aeropuerto, el metro, las calles, los edificios y hasta los ascensores están hechos para ser utilizados de forma masiva. «Todo eso impresiona. Y China no es tan parecida a como la había visto en televisión», resume Mariano. Lucía coincide, agrega que «cuando llegás no entendés nada» y cierra con un comentario alentador: «Es un shock porque todo es distinto, pero a la semana te das cuenta de que no es tan grave».

Eduardo Pietra viajó a China por primera vez en 1988 y desde entonces unas veinte veces hizo el trayecto que, de la puerta de su casa a la habitación del hotel, insume un mínimo de 36 horas. Todavía recuerda la imagen que lo recibió aquella primera vez en Beijing: una ciudad con calles angostas repletas de bicicletas, animales, peatones y muy pocos autos donde la mayoría de la gente iba vestida de traje Mao gris o azul. «Pero la China de hoy… Esas mismas calles se convirtieron en autopistas con cinco carriles y canteros de flores. En el barrio Pudong, donde antes se plantaba arroz, ahora hay edificios de 90 pisos y hoteles cinco estrellas. Circulan los autos más impresionantes y hay miles y miles de millonarios», cuenta el empresario.

En aquellos primeros viajes, ser occidental llamaba la atención y tenía sus costos. A las risas, recuerda cuando junto a un par de colegas laneros los miraron como «bichos raros» en el zoológico de Xian, una ciudad más al centro del país. «Estábamos delante de un panda marrón, que es un animal rarísimo, y de repente nos dimos cuenta de que atrás nuestro había 20 chinos que nos miraban a nosotros, que éramos más raros todavía. Hoy, sobre todo en las grandes ciudades, todo se ha vuelto mucho más cosmopolita».

De la mano de la apertura política y el desarrollo económico China se occidentalizó sin perder su esencia. «Venimos abriendo las puertas desde hace más de treinta años y eso ha resultado beneficioso para todos… pero perder lo propio es imposible. Quizás occidente se dé cuenta de lo valioso de la cultura china, la asimile y la vuelva algo más internacional. No importa de dónde viene, porque cuando algo es bueno eso basta», dice Kou.

A quienes se animen a dar un primer paso hacia las tierras del dragón, Kou les recomienda empezar por las ciudades grandes -como Beijing o Shanghai- y llegar con alguna noción del idioma. Para comprender su cultura hay que insistir. «No es fácil al principio, sobre todo porque tenemos una forma de pensar totalmente diferente, pero el que persevera, lo consigue».

Murga, cometas y kung fu

«No sabíamos cómo iban a reaccionar, pero creo que se lo tomaron con mucho humor», dijo Rodrigo «Lolo» Maya, uno de los integrantes de la murga Agarrate Catalina, tras su presentación en el Teatro Fengshang de Beijing, en mayo de este año, donde el colectivo interpretó una canción que cuenta la historia de un abuelo que desea que el novio de su nieta no sea -entre otras cosas- ni judío, ni boliviano, ni chino, en una irónica crítica al racismo. La actuación formó parte del acuerdo de intercambio cultural entre ambos países y fue la primera gira de la Catalina por los cinco continentes. «Viajaron 26 personas y la iniciativa resultó muy exitosa», dice Kou Zegang, encargado cultural de la Embajada China en Uruguay.

En contrapartida, para noviembre está prevista la presencia en Montevideo del maestro Shi De Yang, el mayor exponente actual de la cultura shaolin tradicional. Con el apoyo de la escuela de disciplinas orientales Jian Dao, el maestro dictará una conferencia gratuita sobre cultura shaolin y un seminario práctico de artes marciales Shaolin Chan que incluirá caligrafía, meditación y kung fu (reservas a edojiandao@gmail.com). Luego, continuará su gira por Argentina, Bolivia y Ecuador de la mano de la uruguaya Marina Míguez, directora de la escuela Jian Dao.

Con la llegada de la primavera, el Centro de Integración Cultural Uruguay-China (Cicuch) ya está organizando la tradicional fiesta de las cometas que todos los años realiza integrando a los niños de la escuela pública República Popular China con otra institución educativa. Además, el Cicuch cuenta con revistas, libros y películas que están a disposición para comprar o pedir en préstamo.

Fuente: El País