Aunque en sus calles apenas conocen a Uruguay por Mujica, en el gobierno y en el ambiente empresarial de Japón tienen un ojo en nuestro país. Aseguran que quieren negociar un mega acuerdo comercial, de inversiones y cooperación con el Mercosur, y lo quieren este año.

Hace 19 años, la japonesa Wakako Yoshimachi terminó de aceptar que el inglés no era para ella y decidió rumbear su interés en los idiomas hacia el español. Waka todavía trabajaba como empleada farmacéutica en Sapporo, su ciudad natal, pero pudo poner en pausa sus obligaciones (y a su marido) y viajar a Madrid. Vivió un año en una casa de familia, compartiendo momentos con ellos y yendo a clases de español. «No aprendí nada», admite hoy, divertida. Lo único que fue capaz de decir durante aquellos 12 meses de 1999 fue «qué rico», y no porque la comida le pareciera buena sino por pura cortesía.

A su regreso en Japón, lejos de aceptar su derrota, Waka buscó nuevas formas de acercarse al idioma que se había propuesto incorporar. Descubrió que la cadena de televisión y radio japonesa NHK ofrecía clases de español, así que sus mañanas empezaron a estar acompañadas de programas en ese idioma y en las tardes comenzó a ejercitarse frente a la pantalla. Luego entró en contacto con Javi, un español radicado en Sapporo, y empezó a tomar clases particulares con él durante las horas en las que antes solía pasar sola, esperando a su marido, un profesor de matemáticas adicto al trabajo.

Hoy Waka es una mujer de 66 años, jubilada, admirablemente enérgica y entusiasta, que sentada en un asiento del metro de Sapporo, camino a su casa, me mira como embelesada. Está frente a una oportunidad única de poner en práctica sus conocimientos con una persona hispanohablante, y encima, de Uruguay. Hace 20 minutos que nos conocimos, pero ya no se aguanta las ganas de preguntar.

—¿Y cómo es Pepe?
Waka sabe sobre Uruguay. Sabe: «Montevideo», «carne», «mate». Sabe de una reunión que hubo hace como 20 años sobre alimentación, pero que no recuerda bien. Le pregunto qué otras ideas tiene sobre nuestro país, y me dice:

—Tal vez muy tranquilo. Hablan español o inglés. Antes, en el siglo XVII, fueron los españoles. Muchos años vivieron indígenas. ¿Cómo se llaman los indígenas uruguayos? ¿Ahora se mezclaron con los españoles? ¿Y tú sos mezcla?

En la medida en que su curiosidad crece, su sonrisa se ensancha. A Waka le interesa mucho América Latina (por eso se anotó en un programa cultural para recibir visitantes extranjeros), pero aclara que solo ha estado en México y Cuba. Volvemos al tema que le hace vibrar por sobre todos los posibles asuntos uruguayos, y le pido que me diga qué sabe sobre él.

—Usó armas. Pero después dejó de usarlas y ahora vive muy sencillo. Muy bien, yo pienso. Siempre ayuda a personas pobres, ¡muy bien!
José Mujica («Mushica», con su pronunciación) «es famoso en todo Japón, no solo en Sapporo», aclara Waka. Desde aquellas palabras sobre desarrollo sustentable en la conferencia Rio+20, en 2012, todos quieren saber sobre él. Los japoneses llevan años escuchando alegatos contra el consumismo, pero el discurso de Mujica los conmovió como ningún otro. Lo tradujeron al japonés, lo compartieron entre sus conocidos, se hizo viral y se convirtió en libro para niños. Hay otros dos libros en japonés sobre Mujica. Waka los tiene todos.

Ya en su casa, me muestra los escritos que ha hecho en las clases con sus profesores Javi (el español) y Eneido, un universitario cubano que le corrige los tiempos verbales con severidad. Los temas de los que escribe son aquellos que le preocupan o le interesan. Hay sobre los resabios de la Segunda Guerra Mundial, sobre los misiles norcoreanos, sobre Donald Trump y, por supuesto, sobre Mujica. En este último relata el encuentro con una amiga en el que intercambian recomendaciones sobre libros y tras el cual Waka queda muy entusiasmada con uno, el mejor según su amiga, porque es la entrevista pura y despojada de un periodista japonés al expresidente uruguayo. Waka lo buscó sin suerte en internet, hasta que finalmente lo consiguió en una librería.

El japonés promedio no tiene ni idea de qué hizo Mujica durante su gobierno y no le interesa averiguarlo. Muchos se enteraron de que había un país llamado Uruguay el mismísimo día en que alguien compartió con ellos aquel célebre discurso del presidente más pobre del mundo, que les despertó admiración y ganas de cambiar. Desde entonces, Uruguay existe en Japón, y despierta sonrisas.

Mensaje para el Mercosur
La cosa cambia cuando uno se adentra en las oficinas del Ministerio de Asuntos Exteriores (MOFA, por su sigla en inglés), y más aún al escuchar a los principales de las cámaras empresariales y exportadoras.

Allí sí que Uruguay existe hace tiempo. En realidad, lo que existe y es cada vez más importante para ellos es América Latina, y especialmente, el Mercosur. Tras cinco días de reuniones en Tokio empieza a quedar claro que el interés va en serio y que lo que al principio se dice en suaves términos diplomáticos termina afirmándose sin rodeos: Japón quiere un EPA con el Mercosur, y lo quiere rápido.

El EPA (en inglés Economic Partnership Agreement) es el modelo de intercambio comercial, inversiones y cooperación japonés por excelencia. Actualmente tiene acuerdos de este tipo con más de 20 países o bloques, y está negociando con otros seis. En América, Japón logró firmar EPA con Canadá, Estados Unidos, México, Perú y Chile, y está en vías de concretar uno con Colombia. Ahora, la mira está en nosotros.

Masayasu Yoshida es el número dos de la oficina de América Latina y el Caribe, y el encargado de América del Sur del MOFA. Dice que América Latina tiene un gran potencial económico con sus 600 millones de personas y sus US$ 5,1 trillones de PBI, y que para Japón es importante como proveedora de recursos naturales. Suelta un dato: 41% de las importaciones son de América Latina, y concluye: «Esto demuestra que confiamos nuestros recursos naturales en sus países».

A nivel político, la mirada está puesta en nuestra región por varios motivos: se cumple, en casi todos los países, un siglo de vínculo. En Uruguay, este año se cumplen 110 años de la llegada de los primeros inmigrantes japoneses, y en 2021 será el centenario de las relaciones diplomáticas. A su vez, Japón quiere afianzar la identidad de las comunidades nikkei en América Latina, donde se encuentran dos tercios de los 3,6 millones de descendientes japoneses dispersos por el mundo. Quieren revitalizar la cultura y el idioma incluso en las pequeñas comunidades, como la uruguaya, con apenas 460 nikkei.

El primer ministro, Shinzo Abe, visitó América Latina seis veces en los seis años que lleva gobernando. En agosto de 2014, en San Pablo, el primer ministro dio un discurso en el que expuso su política hacia América Latina, denominada «Juntos», y que hoy es una consigna perfectamente aprendida y repetida por políticos y empresarios. La idea de Abe es «progresar juntos» (promover una relación económica), «liderar juntos» (ser parte de una asociación internacional) e «inspirar juntos» (intercambiar y cooperar).

El jefe de Yoshida, Takahiro Nakamae, conoce nuestro continente porque ha cumplido funciones en distintos suelos latinoamericanos. «Hasta hace un tiempo, solía ser Latinoamérica importando y Japón exportando, pero recientemente hemos entendido la importancia de ser más integrados», asegura.

El caso uruguayo le da la razón. Nuestra balanza comercial con Japón —que se ha resuelto a sí mismo como un país exportador y sin salirse de esa meta es que logra mantener firme su economía— es históricamente negativa, pero con un leve repunte en los últimos años. En el último quinquenio Uruguay compró a la isla por unos US$ 80 millones anuales y le vendió por no más de US$ 11 millones.

Lanas y preparaciones o extractos de carne son, por ahora, los productos uruguayos más vendidos en Japón, y está a punto de concretarse la ansiada entrada de carne bovina fresca. Si se logra, Uruguay será el primer país con vacuna contra la aftosa (no naturalmente libre de ella) en venderle carne a Japón. Después de meses de evaluaciones, se cuenta con el visto bueno de un subcomité técnico y ahora la decisión está en manos de un comité general del gobierno japonés que vela por varios intereses.

«Será pronto», se limita a revelarme Nakamae. «A pesar de lo que puedan creer, Japón importa el 60% de lo que come. Para el mercado de alimentos japonés, la calidad es muy importante. Sepan esto», nos dice a cinco periodistas latinoamericanos que participamos de este encuentro invitados por el gobierno de Japón.

El primero en hablar de EPA con todas las letras es Yasuhiro Uozumi, mánager de la oficina de Cooperación Internacional de Keidanren, una federación que reúne a más de 2.300 compañías japonesas a las que asesora para desarrollar negocios dentro y fuera del país. Uozomi nos recuerda que este año, a fines de noviembre, Buenos Aires será sede de la reunión del G20, el grupo de países industrializados y emergentes más importantes del mundo. A su vez, en 2019 lo será la ciudad japonesa de Osaka. Ya lo veníamos escuchando, pero adquiere otra relevancia ahora que el empresario dice: «Estas son grandes oportunidades para fortalecer relaciones. Les damos mucha importancia a los países del Mercosur. Es nuestro objetivo concretar un EPA, un megaacuerdo comercial, con el Mercosur».

Explica Uozumi que para las compañías japonesas, EPA es sinónimo de mejor ambiente de negocios y menos impuestos. En 2015 se elaboró un documento para analizar la viabilidad de un EPA con Brasil, pero como ahora la tendencia es hacerlo no con países sino con bloques, para julio de este año se actualizará la información y se ampliará al Mercosur.
Ahora mismo, Keidanren está haciendo una investigación para saber qué opinan empresarios japoneses y latinoamericanos sobre los negocios en común. Además, Uozomi revela que en noviembre pasado fueron los cuatro embajadores de los países del Mercosur (menos Venezuela) a reunirse con él. «Es una negociación entre gobiernos, pero el gobierno japonés está interesado en saber qué piensa el sector privado», justifica.

Hay condiciones que se evalúan a la hora de decidir la inversión: infraestructura, mano de obra calificada y buen ambiente de negocios son las principales. Los japoneses saben que el Mercosur también está negociando un acuerdo con la Unión Europea, y en ese sentido Uozomi, una vez más, es sincero: «Si eso avanzara, Japón ya no vería tanta ventaja porque habría más competencia».

En Jetro, la agencia del gobierno japonés que promueve exportaciones e inversiones (equivalente a Uruguay XXI), también hablan abiertamente de sus intenciones. Cuentan que están investigando la macroeconomía de la región y analizando, en base a encuestas, la situación de las empresas japonesas en América Latina. Los resultados preliminares son «muy positivos», dice Kojiro Takeshita, el hombre de Jetro a cargo de la división de América Latina y el Caribe. En Uruguay hay solo 16 compañías japonesas, pero en el resto de la región hay entre 20 y 50, y en Brasil, más de 500.
«Algunas empresas japonesas tienen intención de avanzar en un acuerdo con el Mercosur. Estamos en esa investigación en Brasil y Argentina. Luego ampliaremos a Paraguay y Uruguay», afirma Takeshita.

El último día en Japón, el embajador uruguayo, César Ferrer, me recibe con alfajorcitos de maicena en la residencia en la que vive con su esposa desde octubre. Está fascinado con este, su nuevo destino diplomático, pero más todavía cuando escucha que en varias de las entrevistas los japoneses hablaron de EPA. «¿En serio te dijeron eso?», pregunta exaltado.

Ferrer tiene la convicción de que Uruguay está ingresando al radar japonés. Primero, porque en abril de 2017 entró en vigencia un tratado de inversiones que Japón no tiene con Brasil ni con Argentina. Para el embajador, «no es casualidad» que un mes después la empresa japonesa NH Foods haya adquirido el frigorífico BPU, en Durazno, por US$ 125 millones. Y cree que con esa compra se transmite confianza para la entrada de la carne bovina fresca. Y que si eso se concreta, y Uruguay empieza a ser más conocido, se allana el camino para otros productos.

En concreto, Ferrer —que lleva apenas cuatro meses de misión allí, pero ha trabajado en varios países asiáticos— quiere promover la entrada de lácteos uruguayos a Japón, principalmente queso, manteca y leche en polvo. Asegura que hay potencial para eso, y que lo ha hablado incluso con el presidente Tabaré Vázquez.

Ahora, sus baterías están puestas en la Foodex, la feria de alimentos que se hará del 6 al 9 de marzo en Tokio y en la que las empresas uruguayas tienen la chance de acercarse a un mercado altamente competitivo, donde el ingreso per cápita medio asciende a US$ 40.000 al año. Está anunciada la presencia de frigoríficos, vinos, caviar y aceite de oliva nacionales.

Ferrer confirma que estuvo en Keidanren con sus pares del Mercosur hablando de un posible EPA en noviembre. Para él, saber que Japón está comunicándolo es una excelente noticia, así que se anima a deslizar otra: es casi un hecho que el primer ministro Abe visitará Uruguay tras la cumbre del G20 en Argentina. Y una más: ante el fin de la misión de la embajadora Keiko Tanaka, el próximo 28 de febrero, el gobierno japonés ha designado como embajador en Uruguay a Tatsuhiro Shindo, un hombre del riñón de Jetro que entrará en funciones el 8 de marzo. «Nos están viendo», concluye exultante.

Sabiduría nipona.
Es innegable, incluso para ellos. Pero aun así, el desembarco de China en el mundo en general y en América Latina en particular les produce una profunda sensación de incomodidad de la que intentan salir hablando de sus propias virtudes y convicciones, en indirecta oposición a las de su enorme vecino. Así, en cada oportunidad que tienen, los japoneses destacan su apego a las leyes, a la democracia, a los derechos humanos y al medio ambiente, y afirman que todo eso tienen en común Japón y América Latina en general.

Es Japón (y no China ni Corea) el país asiático que más inversión externa directa ha volcado en nuestra región. Lo revelan datos del BID que en la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA) han preparado en forma de gráfica para mostrarnos. Hay empresas japonesas que llevan más de 50 años en América Latina. «Su compromiso y estabilidad es una característica única», resalta Akio Hosono, del instituto de investigación de la poderosa JICA. Actúan como bancos de inversión, participan directamente en las empresas en las que invierten. Ofrecen no solo expertise en logística, marketing y distribución, sino también una significativa inversión y recursos económicos».

Hosono también habla de promover un EPA entre Japón y América Latina, pero quiere poner el foco en lo que implicaría en términos de cooperación e inversión de calidad. Asegura que Japón no quiere agrandar la brecha social en nuestros países, que quiere generar empleo y desarrollo humano. A pesar de que Uruguay está «recién graduado» de JICA porque a criterio de OCDE ya es un país de renta media, en la agencia dicen que están buscando la forma de seguir cooperando. Con un EPA —está claro— sería más sencillo.

En este país hay soluciones duraderas (que implicaron grandes inversiones) para casi todas las necesidades urbanas. Una de ellas es el acueducto Sairyu no Kawa, un canal de 6,3 kilómetros de largo y 20 metros de profundidad, que cruza perpendicular a varios pequeños ríos del área metropolitana. Allí se recoge el agua que desborda cuando llueve en exceso y se la conduce a la desembocadura del río Edo, el más grande de la zona.

Construirlo llevó 13 años y costó US$ 2,3 billones, pero hoy el área metropolitana de Tokio se inunda 10 veces menos que antes.

Como país de desastres naturales, Japón lleva cientos de años desarrollando medidas preventivas e ideando tecnología de contención.

El sistema de transporte público es tal vez el emblema de Japón, con más de 200 compañías operando, desde el metro subterráneo hasta el Shinkansen, el tren bala que atraviesa el país a un máximo de 320 kilómetros por hora. Japón es el país del mundo donde más se usa el tren. En Tokio, el 60% de la población lo prefiere por sobre otros medios de transporte. Y eso, que es causa de orgullo nacional, lleva más de 50 años desarrollándose y perfeccionándose. La ambición por mejorar ahora apunta a los juegos olímpicos que Tokio alojará en 2020. Las autoridades ya están trabajando para que las estaciones y las líneas de metro funcionen aún mejor para los extranjeros que visitarán el país.

El estándar de calidad y eficiencia japonés puede llegar a ser un ideal caro y difícil de imitar para Uruguay. Por lo pronto, el gobierno está deseoso de que América Latina mire hacia allí, y ofrece abiertamente su sabiduría.

Una tarde con Waka y Takahuru.

La casa de Wakako y Takaharu Yoshimachi queda como a una hora del centro de Sapporo, una ciudad de dos millones de habitantes en la isla Hokkaido, al norte de Japón. Viven en el distrito Nishi-ku y en el barrio Nishino, entre montañas, lagos y parques que hoy están completamente teñidos de blanco por la nieve que cae todos los días cada invierno. Es sábado al mediodía y a cinco cuadras a la redonda de la casa no se ve un alma ni se escucha un ruido.

«Bienvenidas a mi casa», dice Takahuro en inglés rústico a los visitantes latinoamericanos. Hay que sacarse las botas y los abrigos antes de pasar al living. Nos sentamos unos segundos en los sillones y esperamos indicaciones. Luego, Takahuro nos propone un recorrido por su casa. La sala de música, el cuarto de estudio, el dormitorio principal, todo en perfecto orden y armonía. Tienen una habitación para huéspedes que lamenta no haber podido usar todavía. Nos dice que cuando volvamos a Sapporo, por favor vayamos a dormir ahí.

La comida es curry con papa y arroz. La bebida es té verde. De postre, un dulce en base a arroz llamado mochi. De sobremesa, galletas con salsa de soja y más té.

Waka y Takaharu se casaron hace 35 años por la religión sintoísta, la más extendida y antigua en Japón, aunque ahora está perdiendo adhesiones.

Nunca tuvieron hijos. Alguna vez han viajado juntos, pero más bien ella lo ha hecho sola. Él ha dedicado su vida al trabajo como profesor de matemática, y ella al español y a las tareas del hogar. Dice que su marido «no hace nada», que es «como un niño», pero él quiere demostrar que no es cierto y se esmera en servirnos, levantar los platos y lavarlos. Ella sonríe pícara: hoy está «especialmente activo». Antes de despedirnos, él nos saca algunas fotos, sus primeros visitantes extranjeros, y nosotros a ellos. Waka nos da un beso, un regalo y su tarjeta personal; Takahuro nos saluda sonriente con la mano.

Fuente: El País