Crece la demanda en el mundo de una cepa gallega a la que le encantan los terroirs con aires atlánticos

El albariño, la cepa blanca originaria de Galicia que está de moda en los mercados más exigentes, como Londres o Nueva York, encuentra las condiciones óptimas en los suelos uruguayos cercanos al Atlántico. Los bodegueros que han apostado a esa variedad observan desde hace un tiempo con entusiasmo lo disfrutables que son esos vinos frescos, pero la visita de un experto de renombre mundial consolidó lo que hasta hace poco era secreto de pocos. El británico Tim Atkin aceptó la invitación de Wines of Uruguay, recorrió varias bodegas en enero, elogió la evolución de la viticultura, sugirió bajarle el aporte de roble a los tintos y dejó felices a los emprendimientos familiares que aguardaban su informe con la ansiedad de quien sabe que acaba de rendir un examen importante. A Atkin le sorprendió el nivel de los albariños que se elaboran en el país. Dijo que son los mejores del mundo para consumir fuera de España. Nada menos.

La historia del albariño en el país comenzó hace dos décadas, cuando la familia Bouza plantó la variedad en busca de rescatar sus raíces familiares. Como buenos gallegos, querían vinos blancos que acompañaran algunas de sus comidas preferidas. Entonces, apostaron a una cepa que era una rareza en Uruguay. Con el paso de los años, otros bodegueros se sumaron a la aventura. Primero fue una moda, luego una realidad y ahora algunos vislumbran una oportunidad histórica de transformarla en la cepa blanca emblema con la que salir a golpear las puertas del mundo.

A diferencia del tannat, que se conoce poco y nada, el albariño no necesita presentación. Su popularidad va en aumento y la gente está dispuesta a pagar esas etiquetas que no suelen ser baratas. Pareciera ser una oportunidad de aplicar aquella fórmula repetida una y mil veces: por su pequeña escala, Uruguay debe apostar a vender productos de altísima calidad a buenos precios, pues jamás logrará destacarse por volumen.

Mejor aún, los competidores regionales enfrentan dificultades para plantar albariño, pues ni las tierras desérticas y montañosas argentinas ni las cordilleras chilenas se adaptan a los requerimientos de la reina de Galicia. Pero Uruguay sí tiene las condiciones climáticas y de suelo para lograr vinos blancos con carácter atlántico, porque a esa uva de cáscara dura le gusta el clima húmedo.

Aunque aún testimonial, la plantación de albariño va en aumento. Hasta hace no mucho, la cepa aparecía en los registros de Inavi como “otras blancas”, pero para 2019 ya había superado al viognier y a algunas uvas tintas, como syrah y petit verdot. Hoy en día hay 60 hectáreas de albariño plantadas en Uruguay, apenas 1,3% del total, una cifra que se sabe crecerá debido a que algunos actores del mercado planifican sumarla a sus etiquetas.

Tim Atkin otorgó el mayor puntaje (95 puntos) en blancos a dos albariño de Maldonado: Cerro del Toro Albariño Sobre Lías 2019 y Garzón Petit Clos Block #27 Albariño 2019. El Observador conversó con los enólogos a cargo sobre las decisiones que tomaron para elaborar vinos a partir de una cepa del viejo mundo apenas explorada en Uruguay.

Martín Viggiano, enólogo de la bodega Cerro del Toro (Piriápolis)
“Si quieres preparar un excelente Albariño en Uruguay, es útil que hayas gastado dos años trabajando en Galicia, como hizo Martín Viggiano. Este magnífico blanco es uno de los mejores ejemplos de la uva fuera de España, con un enfoque maravilloso, salinidad y extracto seco y notas de apio, blanco pimienta y cáscara de cítricos”, escribió Tim Atkin, quien ostenta el título de Master of Wine, distinción otorgada por un prestigioso instituto con sede en Londres, tal vez el máximo referente en la materia.

Viggiano viajó a Galicia en setiembre de 2018 y estuvo cuarenta días de recorrida junto al enólogo Bruno Noble. Conoció 16 bodegas y se hospedó en un albergue de peregrinos en Pontevedra. Vivió una aventura que jamás imaginó en los tiempos en que trabajaba como periodista, profesión a la que renunció para dedicarse a una pasión que nació ya de grande, que primero fue hobby y ahora es su trabajo. Varios emprendimientos lo deslumbraron pero se sintió muy cómodo al conversar con la familia que desde hace cuatro generaciones administra Lagar de Pintos, una bodega nacida en una casa de piedra en 1887 que elabora albariños de altísima calidad luego de realizar un trabajo obsesivo en los viñedos. En setiembre de 2019, Viggiano volvió a Galicia, esta vez con un contrato, a trabajar en Lagar de Pintos. Llegó antes de la cosecha y regresó a Uruguay cuando el vino ya estaba terminado. Participó de todo el ciclo durante un mes y medio e hizo las veces de enólogo asistente de la encargada, Marta Castro.

Con esa experiencia acumulada en Rías Baixas, Viggiano quiso elaborar un albariño de mar, según contó a El Observador durante una cata realizada por Zoom el martes 10 de junio. El vino se elaboró a partir de las uvas cosechadas en una parcela ubicada a dos kilómetros de la costa de Piriápolis. El enólogo optó por dejar las lías, que son las borras finas que usualmente se desechan, durante nueve meses. Obtuvo, entonces, un vino gastronómico. No es el típico blanco de bienvenida sino más bien un producto más complejo, cuyo arriesgado enfoque fue elogiado por Tim Atkin.

Germán Bruzzone, enólogo de la bodega Garzón (Maldonado)
Tim Atkin enumeró elogios en su reseña sobre esta etiqueta. Dijo que era soberbio, delicioso, notablemente enfocado e intenso, con toques de lima, cáscara de limón y sabores de piel de pera. Agregó que esa botella bien podría acompañar a una alineación de los mejores albariños de Rías Baixas.

En 2011, Bruzzone viajó a Galicia a interiorizarse sobre la cepa. Recorrió bodegas y charló con los productores. A su regreso, quiso elaborar un albariño que respetara al máximo la variedad, aunque también tuviera algo del terruño de Garzón. “Quisimos buscar nuestra versión, siendo fieles a la cepa pero también experimentando y buscando caminos para que el terruño de Garzón aporte lo suyo, por ejemplo a través de los montes nativos que Galicia no tiene y son nuestro sello, nuestra personalidad”, dijo el enólogo a El Observador.

Las uvas fueron cosechadas de noche en una de las parcelas más cuidadas por Garzón. Se elaboran año a año poco más de 3.000 botellas de ese albariño. Bodega Garzón mandó a fabricar una barrica especial de roble francés que es la que utiliza para este vino. “Es única. Tiene forma de habano y al ser tres veces más larga que las normales tiene una mayor superficie de contacto para las borras, lo que permite que gane textura. Pero el roble es sin tostar. Buscamos que no le aporte al vino cosas típicas del tostado, como café o chocolate”, dijo Bruzzone. Para cocinar en casa y acompañar el vino, Bruzzone recomienda unos sorrentinos con alguna salsa especiada.

El enólogo de Garzón se mostró convencido del potencial que tiene el albariño en Uruguay, dadas las condiciones similares que muestran algunos terruños con los de Galicia, fundamentalmente aquellos que están bañados por el océano Atlántico.

Fuente: El Observador