Salen camiones.

Escribe: Christian Font

Desde siempre disfruté de la transmisión televisiva de las Llamadas. Más precaria hace décadas en sus formas (comentaristas incurriendo en largas glosas plagadas de frases hechas con “tradición” como vocablo estrella), parecía un modesto intento de emular las megatransmisiones del carnaval de Río de Janeiro. Sin embargo, hoy la cobertura supone el despliegue de recursos de todo tipo para captar todos los ángulos posibles. Las comparsas aportan lo principal, claro, y la puesta en escena de cada pasada implica una búsqueda para aprovechar las posibilidades de la calle como espacio escénico. Hoy cada comparsa tiene una temática y ejecuta un acting acorde, que se adecua perfectamente al universo multipantalla. Tenemos plano cenital con los drones y la “grúa”, steadycam para el zoom in a las bailarinas y bailarines, y un público entusiasta que baila desde las gradas. Las tomas aéreas mostraban un BarrioSuryPalermo iluminadísimo y repleto: tomá pa’ vos, Sambódromo. Claro, más auténtico que seguirlo por la tele sería arrimarse a cualquier esquina de Isla de Flores y comprobar cómo los tambores levantan presión in situ, y seguramente casi igual de auténtico –pero más bacán– sería conseguirse un lugar entre las privilegiadas terrazas de la cuadra (la frase “de alquilar balcones” adquirió en las Llamadas su sentido definitivo) e intercambiar conceptos con turistas noruegos que no se deciden sobre si el escobero de Kalumkembé mostró más pericia que el de Uráfrica.

Pero la cobertura no se queda en la transmisión televisiva. La cuenta del Departamento de Cultura de la Intendencia de Montevideo en Instagram sube fotos y videos desde la calle misma para sus stories. En Twitter, mientras tanto, los usuarios celebran el pasaje de algunas comparsas y se maravillan con la faena de algunas figuras realzada mediante frases gastadas (“esa comparsa es todo lo que está bien”). En la radio (!) comentan el pasaje de los conjuntos desafiando los códigos de comunicación del propio medio. A diferencia del concurso en el Teatro de Verano, cuya transmisión radial capta la performance del escenario y cada oyente puede disfrutarlo al mejor estilo “radionovela”, la emisión por radio de las Llamadas me resulta, a priori, un contrasentido. No debe de haber espectáculo más visual por su colorido, ritmo y dinámica que las Llamadas, pero no para el programa Calle Febrero, de Emisora del Sur.

Cuando me quiero acordar estoy enganchado a la transmisión, especialmente por el aporte de Fernando Hurón Silva, comentarista invitado para la ocasión. Hurón, histórico tocador de Ansina, es un referente candombero y un músico que ha colaborado en infinidad de grabaciones de la música uruguaya; una celebridad barrial mencionada incluso en la letra de “Pirucho”, de Jaime Roos,1 que aquí habla sin pruritos. Ante el pasaje de la ascendente comparsa Valores (denominada anteriormente Valores de Ansina), Hurón dice: “Yo quiero que le vaya bien, porque es la comparsa del barrio, pero… vamos a decir la verdad: hay gente ahí que no puede tocar. Diga que están perdidos en el borbollón, ¿no?”. “¿Y ese corte? ¿Pum-ba-ta-cun-pum. Pum-ba-ta-cum-pum? No sé, yo debo de estar viejo, pero me parece espantoso. Me tienen cansado los cortes”, comenta mientras, de fondo, se escucha la cuerda de tambores.

En sintonía con Silva, la conductora de la transmisión televisiva, la inefable Yessy López, hace votos por lo mismo. “Hay que juntar firmas para sacar los cortes de la cuerda de tambores”, propone, y desde las redes celebran el aporte, porque a Yessy le festejamos todo. Se refieren a los cortes con arreglos de tambores que interrumpen el toque –que antes era sin parar desde el inicio hasta el fin de las Llamadas–, un recurso que se atribuye a la irrupción de la comparsa Mi Morena, a fines de la década de 1990. En su momento bastante resistido, el corte se impuso y hoy todas las cuerdas hacen el suyo. Quizá sea la acumulación, la sofisticación o la extensión que han ido adquiriendo (algunos son bastante largos) lo que irritó a Yessy, pero hay que reconocer que, visualmente al menos, es sinónimo de un cambio en la formación y en los bailes que tiene su atractivo. En esta era los propios artistas tienen tan incorporado el código televisado, que se desempeñan a cámara como si fuese parte de su día a día.

Pasan las comparsas y me encuentro comentando en voz alta los méritos de tal o cual cuerda con la misma autoridad con la que, unas horas antes, había observado los desbordes de Facundo Pellistri sobre la banda derecha del ataque de Peñarol. Es un espectáculo bastante extenso en su duración, pero se pasa rápido. Como televidente sobreestimulado, celebro la potencia de la tejana Cenceribó, el octópodo gigante de C1080, el baile de las históricas Lola Acosta y Florencia Gularte en Integración, la locomotora representada con tambores y un decorado de estaciones que monta Hechiceros, proveniente de Young; sigo, hipnotizado, el paso frenético de un bailarín de Malanque y aplaudo a un pequeño portabanderas que hace maravillas en lo suyo y les manda saludos a sus compañeros de clase. Las niñas y los niños son protagonistas en varias de las comparsas, y la rompen.

Disfruto que sea un fenómeno de participación masiva y que incluya comparsas de todo el país.

Me llegan fotos de algún amigo que desfiló, pongo la radio el sábado a ver si encuentro al Hurón, pero esta vez transmiten un tablado. Al día siguiente busco saber quiénes ganaron y obtengo el dato, al tiempo que celebro el crecimiento de varias comparsas “nuevas” que les tocan y bailan de igual a igual a muchas históricas y consagradas. También me entero del fallecimiento de un señor de apellido Camacho, un veterano gramillero de la comparsa Balelé, agrupación creada en el seno de la Unión Nacional de Ciegos de Uruguay y que incluye a personas con baja visión, con síndrome de Down y con discapacidades motoras. Camacho partió bailando, haciendo uso y disfrute de la maravillosa oportunidad de ser parte de un grupo y de una fiesta, pienso a modo de un consuelo que nadie requiere. Buen viaje, Camacho. La celebración que usted tanto quiso se reinventa y no pierde su encanto.

Fuente: La Diaria