El actor y director de teatro se prepara para rodar en Estados Unidos la secuela de No respires junto a Federico Álvarez

Por Florencia Pujadas
Cuando Christian Zagía entró a la Escuela del Actor le dijeron que sus cualidades sobre el escenario quedaban opacadas por su actitud. Era tímido, caminaba ensimismado y prefería pasar sin llamar la atención. «Tenía miedo de incomodar y en el teatro me hicieron cambiarlo. Fue el mejor psicoanálisis», dice en broma. Lo cierto es que venció sus miedos al exponerse a situaciones impensadas y a decisiones inesperadas. Ese impulso lo llevó a saltar de un tren en movimiento en Italia, a aprender y dar clases de combate escénico y a codearse con actores de Hollywood en producciones como No respires y La chica de la telaraña, dos películas de su amigo, el director uruguayo Federico Álvarez.

También le ganó a la timidez dictando clases en la Escuela del Actor y actuando en obras de teatro como Rescatate, una tragicomedia escrita por Gustavo Bouzas que muestra cómo tres jóvenes de Malvín Norte piensan robar un local de cobranza. El año pasado se subió al escenario de La Cretina como actor y director de Luz negra (que se presentó recientemente en Buenos Aires), una comedia sobre la seducción escrita por Fernanda Muslera.

En estos días Zagía se está preparando para dar un nuevo paso: volver a Hollywood para filmar la secuela de No respires.Y sigue planes alimenticios estrictos y una rutina guiada en el gimnasio; todos los pasos están firmados en un contrato con la productora de Hollywood. Aún se siente raro cuando recuerda cómo es la vida en los estudios donde se filman grandes películas del cine que luego recorren el mundo. Tampoco tiene claro qué hará con el asistente que lo acompañará todo el día.

Antes de que empiece el rodaje en abril, está terminando de grabar la película de terror Virus, de Gustavo Hernández, y de organizar cómo será su dinámica familiar cuando esté en Estados Unidos. Aunque sabe que extrañará a su hija de casi tres años, está emocionado por volver a trabajar con el compañero de sus primeros cortos amateurs Federico Álvarez. «Nosotros nos pellizcamos porque seguimos jugando como cuando éramos adolescentes», confiesa a galería.

Luz negra va por la segunda temporada. Es una obra que te llevó por teatros de la región, y cuyo texto se está convirtiendo en el guion de una película. ¿Qué te cautivó del texto de Fernanda Muslera?
Yo me enamoré de la obra. Me había juntado con Fernanda para trabajar en otro texto y siempre hablábamos mucho de cine y de actuación. Un día me confesó que había escrito una comedia romántica y que era su primer texto; me lo leyó y me fascinó. Yo no la veo como una comedia romántica tradicional aunque no deja de tener guiños con el género; tiene componentes clásicos pero es más reflexiva. También fue un desafío en el trabajo con los actores. A veces pasa que el director tiene una idea muy clara de lo que quiere y da lineamientos de los que es difícil moverse, pero yo creo que es necesario ser más horizontal. No necesito un robot, quiero a alguien que me contradiga y, siempre en buenos términos, me pelee un poco por una idea. Esta obra tiene mucho de eso: son cuatro actores muy marcados, pero lo suficientemente flexibles como para escuchar al otro y ver qué dice. Creo que la magia del espectáculo es la impronta que cada uno le pone al personaje y el poder mantenerlo en cada función. La obra no está terminada cuando se terminaron los ensayos y empiezan las funciones; recién ahí empieza el trabajo.

¿Por qué pensás que la comedia romántica es fuente de tantas críticas?
Está un poco bastardeada porque las fórmulas se empezaron a tomar como una única receta. Vos ya sabés lo que vas a ver y lo que va a pasar. Y ese es el riesgo del género: no tratar de hacer algo nuevo con las herramientas que tenés. Vos podés hacer la torta con las cosas que hay en la cocina todos los días, pero un día te va a quedar rica y otra muy mal. Te vas a aburrir de comer siempre lo mismo. A mí, Luz negra me atraía porque era reflexiva, había un estudio de comportamiento de los personajes y era divertido ver a cuatro personas en una fiesta tratando algo tan sensible como la seducción. Es un tema que nos atrae y son personajes que están dañados.

¿Por qué?
Tienen más de 30 años, vivieron experiencias, fracasaron y pasan por una etapa difícil. Yo estoy fuera del mercado del deseo porque me casé, pero me imagino que no debe ser fácil para gente de mi edad, o incluso un poco menos, vincularse de una forma sana e interesante. ¿Cómo te acercás a la mujer con los cambios que hay en este último tiempo? Yo estoy tratando de deconstruirme todos los días y me siento una víctima del machismo en algún punto. Me encantaría poder decir que soy refeminista pero te estoy careteando porque en realidad me crie en otra cultura, con otros conceptos; tengo una hija y trato de cambiar todos los días. A veces no pasa por ser machista sino por darte cuenta de que lo estás siendo. Eso es un paso y seguramente las próximas generaciones van a traer aprendidas otras cosas -así como hacen con la tecnología- y hay errores que no van a cometer. Yo aspiro a tratar de ser distinto y de crecer.

¿Esta visión es un desafío en la crianza de tu hija?
Obvio. Es un desafío porque más allá de lo que le enseñás a través de las palabras, importa lo que hacés. Cuando dos por tres mi hija viene y me dice: «Estás lavando la cocina, papá», yo me siento genial y digo: «¿Por qué no debería de hacerlo?». Lo mismo con llevarla al jardín o cambiarla. Antes se veía como una tarea de mujer y si lo hacía un hombre, quedaba raro.

¿Cómo se traslada esta perspectiva al trabajo con los personajes?
Los personajes tienen sexualidad. Hay gente que se pasa haciendo Hamlet toda la vida y no se da cuenta de que tienen deseos sexuales o que están inhibidos sexualmente. La sexualidad mueve al mundo, pero a veces parece que lo intelectual y lo físico van por separado. No es así. Yo estoy tratando de manifestarme de otra forma para estar más sano y el teatro te da la posibilidad de ponerte en otro cuerpo, ver otras ideas y pensar cómo sos vos en ese sentido.

¿Eso es lo que encontrás en el teatro? ¿Por qué elegiste hacer una carrera en la actuación?
Fue como muy loco. De chico yo veía una película de vaqueros y quería ser vaquero, veía una película de astronautas y quería ser astronauta. Lo mismo me pasó con Rocky. Después me di cuenta de que no me iba a dar la vida para ser vaquero, astronauta y Rocky, pero encontré un juego parecido en la actuación. Me gustaban los héroes de acción hasta que encontré el teatro de verdad y entendí que había personajes y autores que te remueven interiormente.

Además de ser actor, sos profesor y trabajás como coreógrafo de combate escénico. ¿Cómo llegaste a esa curiosa profesión?
Un día me crucé con Harry Stone, que era miembro de la Dramatic Shakespeare Company, una compañía inglesa donde enseñaban peleas. Estaba en Uruguay, vino a dar clases en la Escuela del Actor, nos hicimos muy amigos y me fue enseñando distintas técnicas. Así se fue transformando en mi otro trabajo; sirve para las publicidades, el cine y el teatro.

¿Qué tanto trabajo hay en la industria local? Me imagino que las producciones llegan del extranjero…
Sí, pero cada vez hay más locales también. Se está tratando de abordar géneros. A veces el realizador nacional quiere hacer su ópera prima, su obra maestra, quiere marcar la cancha y hacer una película que la vea todo el mundo y terminan yendo a festivales pero no le llega al público. Ahora hay directores como Gustavo Hernández, que hizo La casa muda, que tienen una avidez para contar historias. Con él estamos por grabar Virus, su nueva película. Se está tratando de trabajar por ese lado y me han tocado escenas de boxeo en series como Adicciones y en Artigas: La Redota también.

En la grabación de la serie Tierra rebelde, en Italia, te animaste a hacer una escena sobre un tren. ¿Por qué te atrae tanto la adrenalina?
Tengo un problema con la adrenalina y la falta de límites desde chiquito (risas). Me acuerdo de que uno de los directores se me acercó y me dijo que mi personaje era muy físico, que había una escena donde se robaba un bolso y había que tirarse de un tren en movimiento. Cualquier persona en su sano juicio hubiese dicho que llamen a un doble, pero él me dijo que sería bueno que lo hiciera yo porque se veía mi cara, y lo hice. Debe ser algo del ego y un poco de locura también. El doble de riesgo no es lo que me caracteriza, pero me seduce la exposición en esa situación. Lo que sí hago mucho son las peleas porque considero que son como un diálogo pero sin enfrentarse con las ideas; en vez de hablar, te comunicás con un puño. Con los actores vas averiguando qué funciona y cómo se tienen que parar, qué tienen que hacer. Es un trabajo de mucha responsabilidad. A mí, por ejemplo, me cortaron en un dedo porque la espada cayó un centímetro más abajo de lo que debía.

¿Por qué decís que desde chico tenés un problema con la adrenalina?
Yo soy hijo único y como me crie con mi madre y mi abuela, fui un poquito sobreprotegido. No me ponían muchos límites. Aunque ahora me tire de un tren, cuando tenía dos años no sabía caerme. Un día me caí sin poner las manos. A los pocos días me pasó lo mismo y mi madre asustada me llevó al médico. Él le preguntó si era hijo único y cuántas veces me había caído; mi madre le dijo que no me pasaba porque siempre estaban controlando entre mi abuela y ella. Le dijo que ese era el problema, porque en algún momento me tenía que caer; me mandó con la fisioterapeuta que me empujaba arriba de un colchón hasta que aprendí a caerme. Supongo que viene de ahí. También es medio filosófico porque yo era muy tímido, me cuesta hasta ahora. Recién logré vencer la timidez en esta escuela. Ricardo, el director, me dijo que era bueno pero tenía una actitud de perro por mi miedo a incomodar. Vos como actor tenés que incomodar para sacudir al espectador, hay que salir de la cómoda, del confort. Cada vez que iba a un lugar y sentía que quedaba expuesto, hacía algo inesperado y veía lo que pasaba. Aprendí a jugar con el ridículo y transformarlo en algo positivo; fue el mejor psicoanálisis. Por eso me tiro del tren. Yo creo que cuando al teatro lo usás bien, te ayuda a confrontarte y encontrarte contigo mismo. Hay que ver qué botones tenés que tocar para transformarte y hacer un trabajo de empatía.

Hace unos meses estás siguiendo una intensa rutina de entrenamientos y dieta para llegar en forma al rodaje de la secuela de No respires. ¿Qué te une a Federico Álvarez que te convirtió en su actor fetiche?
Me estoy cuidando hace unos meses porque es un papel con mucha carga física y de acción. Es increíble: ahora que quería ser Ibsen, estoy haciendo acción (risas). La verdad es que tuve mucha suerte porque yo era de los chicos que pasan inadvertidos, a los que no les gusta mucho el fútbol ni se juntan a tomar una cerveza con los amigos. Era distinto. Y por extrañas circunstancias mi grupo de amigos eran Fede, que es director de cine, Nicolás, que es director de publicidad, un violinista y un poeta. A Fede lo vi en la puerta del liceo pocos días después de empezar las clases y enseguida nos hicimos amigos. Lo primero que me dijo fue que tenía Tiburón 3 en la casa y si la había visto. Cada vez que hablamos tenemos dos o tres referencias a películas en la charla.

Juntos grabaron cortos y escribían guiones. Aquellos juegos se transformaron en su profesión.
Es que nosotros nos pellizcamos porque seguimos jugando como cuando éramos adolescentes. A los meses de conocernos ya estábamos en casa haciendo cortos y yo creía que era el director, pero después me di cuenta de que Federico era realmente el director. Yo solo estaba detrás de cámara y él actuaba. Nosotros siempre pensamos que estábamos en Hollywood: yo, incluso, tenía una alfombra roja que usábamos para los estrenos delante de mi familia. En ese momento no me di cuenta para qué lado iba, pero las cosas se fueron dando y me sentí cómodo desde la primera vez que estuve en una película. Fede es muy importante para mí en este sentido.

¿Cómo fue la producción de No respires? Debe ser una de las películas de Hollywood con más uruguayos en su equipo.
Fue raro, porque estábamos en el rodaje en Budapest rodeados de americanos y cada tanto se escuchaba a alguien decir: «¿Me pasás el mate?». Es como estar en medio de un agujero negro. Ahora estoy charlando contigo y en unos meses voy a estar con un asistente con el que no sé qué hacer (risas). Es muy curiosa la idiosincrasia del uruguayo en Hollywood. Tienen un gran cuidado por los actores, con motorhome y personal para ayudarte, pero no sabemos bien cómo actuar. Me pasó de estar con un asistente, que me quisiera ir a buscar el café y decirle: «Voy yo, ¿quéres uno?». También le pasó a Fede en una grabación; necesitaban una prótesis de rodilla y no tenían, entonces él agarró una de un codo, la dobló y la puso como rodilla. Le decían que estaba loco y no lo entendían, pero no iba a atrasar el rodaje por eso. Así somos.

Fuente: Galería