Diego Pertusso y Marco Giorgi, se dieron el gusto de correr tras la gran ola, y entre la elite internacional.

La isla Todos Santos es un punto perdido —sobre todo para los uruguayos— frente a la costa de Baja California, México. A menudo, la presión en el gélido mar de Bering, entre Siberia y Alaska, genera tormentas en el hemisferio Norte. El mar se agita y crea gigantescas olas que van hacia el Sur y al final sacuden esa isla. Habitualmente desierta, con apenas dos faros derruidos, Todos Santos se puebla entonces de surfistas.

Allí se realiza una competencia, el Todos Santos Pro, una fecha del tour mundial de olas grandes (BWWT Big Wave World Tour), donde compiten los mejores surfistas del planeta en este tipo de olas. Es la elite de los mejores y más arriesgados. Entre ellos podrá descubrirse a un competidor mexicano, llamado Diego Pertusso. En realidad es uruguayo, rochense, pero tiene la doble nacionalidad y a menudo el pasaporte de su país de residencia le abre más puertas.

Hawái, con sus playas y palmeras tan representadas en el cine estadounidense, resulta más familiar. Allí, hace pocos días Marco Giorgi, otro rochense pero de La Paloma, consiguió el quinto puesto en el Volcom Pipe Pro, una competencia de las Qualifyng Series del ASP (Association of Surfing Professionals) Tour Mundial. «Fue el mejor quinto lugar de mi vida, estoy muy, muy feliz. Por las olas tan perfectas, por todo», comentó ese día.

La larga lista con el rótulo de «deportistas uruguayos que se destacan en el exterior» puede incluir a Pertusso y Giorgi, desconocidos para el gran público pero referentes para los entusiastas que tratan de cabalgar las modestas olas uruguayas. La historia de ambos es similar: desde niños amaron este deporte, lo aprendieron en las costas de Rocha y un día decidieron emigrar detrás de la gran ola con la que sueña todo surfista.

Los dos acompañan sus comentarios vía mail con fotos de sus competencias. Hasta en eso se parecen: ellos aparecen diminutos ante la magnitud de las olas.

Hawái y México

Diego Pertusso (41) es de la ciudad de Rocha y desde que nació pasó el verano en La Aguada. Ya a los seis años soñaba con surfear y a los nueve lo pudo concretar.

En 1993, cuando tenía 19 años, se fue a Hawái, atraído por la idea de hacer su vida solo y «en un lugar con olas». En aquel momento todavía no había competido internacionalmente en Uruguay; lo hizo años después, en ocasión de algunas visitas al país.

Hace 14 años que vive en México e incluso tomó la ciudadanía mexicana. Allí tiene una hija, Serena, así como un negocio de construcción y mantenimiento de casas que representa su medio de vida.

Estuvo en la reciente fecha en Todos Santos. «Fue mi primera vez como corredor de olas grandes. Es la competencia más importante y solo por invitación, o sea que todos son ganadores», cuenta.

«Fue un sueño muy querido y esperado por muchos años. Fui acumulando experiencia para llegar ahí y espero seguir en el círculo de surfistas de olas grandes del mundo, que en este momento no son muchos y están tirándose como si no hubiera un mañana», añade.

Brasil y Hawái

Marco Giorgi (27) nació en Montevideo, pero se considera ciudadano de La Paloma. Empezó a surfear con ocho años. «Mi padre es uno de los primeros surfistas del país, mi hermano mayor también ya surfeaba y heredé la misma tabla con la que él había aprendido», recuerda.

«Empecé mi carrera en Uruguay compitiendo en eventos locales y nacionales. Tengo varios títulos rochenses y nacionales. Mi carrera internacional empezó cuando me fui a vivir a Brasil y de ahí tuve oportunidades de viajar y competir en otros escenarios», relata desde Hawái, donde estaba compitiendo.

Se fue del país en 2000 como consecuencia de la crisis de 1999 en Argentina. «Mi padre alquilaba casas en La Paloma en verano y después de la crisis el turismo decayó mucho. A mis padres ya les gustaba Brasil y entonces decidieron irse a vivir para Garopaba, en el estado de Santa Catarina, donde sigo viviendo».

Giorgi definió a Hawái como «la meca del surfing, el Coliseo, el lugar donde están las mejores olas y consecuentemente los mayores campeonatos de surf a nivel internacional».

«Como ya terminaron los campeonatos por acá —dice—, me estoy yendo a Australia para seguir el circuito mundial. Tengo dos campeonatos grandes en Australia y después voy para California en abril, junio en Sudáfrica, después California de nuevo, Europa, Brasil y Hawái. Son los lugares donde se hacen las principales etapas del circuito de ascenso del surfing mundial, como si fuera la B para entrar a la A.

Participó en muchas competencias internacionales y terminó en segundo lugar en grandes campeonatos como en España o Chile. Logró terceros puestos en Australia, ganándole a uno de los mejores surfistas de la A , y quedó séptimo en el ISA (International Surfing Association), donde se reúnen los mejores países para competir en un solo evento. «Y la semana pasada fui quinto en un evento muy prestigioso porque se trataba de la reina de todas las olas, la famosa Pipeline», cuenta.

Olas y dinero

«Las olas en Uruguay son chiquitas e inconsistentes. Es muy difícil ser corredor profesional de olas en un lugar donde casi no las haya. Como a mí siempre me gustaron las olas grandes, tuve la necesidad de emigrar», anota Pertusso.

Para este deportista es muy difícil ser surfista profesional y ganar suficiente dinero para vivir y viajar. «Te diría que es casi imposible. No imposible pero casi, y sin ayuda económica exterior peor», explica. En su caso, por lo menos, obtiene de sus patrocinantes tablas de surf y trajes de goma, lo cual asegura su equipo básico. «El surf no me da ganancias, sí mucha felicidad. Es todo por pasión por el mar y las olas grandes», enfatiza.

En opinión de Giorgi, se puede vivir del surf. «Se ha transformado en un deporte súper profesional y con muchísima visibilidad por ser único, por estar tan integrado a la naturaleza y obviamente por ser radical. El asunto es que es muy caro seguir el circuito mundial y todavía no se gana la plata suficiente para tener una vida cómoda como la que un atleta profesional debería tener. Son muchos vuelos y materiales caros. Las tablas son muy caras y hay que tener muchas para estar a un nivel internacional. Agregale los hoteles, comida, alquiler de auto y todo eso», repasa.

La última ola

De tantas playas, Marco guarda varias anécdotas. Una que recuerda bien es haberle ganado a Andy Irons, el tres veces campeón del mundo, acá en su casa en Hawái, durante un campeonato importante algunos años antes de su muerte. «Él fue unos de mis grandes héroes y haberle ganado antes de que nos dejara fue especial. Seguro que él no quedó feliz, pero yo estaba recontento por el hecho. Esa se la voy a contar a mis nietos».

Diego, en tanto, se acuerda de sus colegas compatriotas y los estimula: «Lo que le puedo decir a los surfistas uruguayos es que no vale la pena dejar la vida por el surfing pero sí vivir la vida como surfista».

Un invento de los nativos hawaianos

Hawái es la meca del surf y no solo por sus olas grandes: fue en esas islas donde los europeos conocieron el arte de deslizarse sobre las aguas usando una tabla. Cuando el explorador inglés James Cook llegó allí en 1767, vio a los nativos enfrentar y recorrer las olas con llamativa destreza. Después, los misioneros europeos prohibieron varias costumbres locales, entre ellas el juego sobre las olas. Tuvo que llegar el siglo XX para que la práctica resurgiera y se organizara como deporte bajo el nombre surf. Al hawaiano Duke Kahanamoku (1890-1968) se lo considera el padre del surf moderno. De Hawái pasó a California, luego a Australia y finalmente al resto del mundo para convertirse en espectáculo y competencia profesional, acompañada de su propia cultura, estrechamente vinculada a la vida al área libre y la aventura. En ese camino, cuanto más grandes las olas, mejor. ¿Y cuándo se consideran que una ola es grande, desde el punto de vista deportivo? En general, a partir de los dos metros de pared, aunque varía según la zona donde se practica. Claro que las hay de mayor altura, para temerarios profesionales.

Fuente: El País