Hasta el 21 de setiembre se expondrá en San Pablo una muestra de 56 piezas escultóricas y pinturas del artista uruguayo Pablo Atchugarry, creadas desde 1994 y recolectadas por el mundo.

Siempre que se habla de Pablo Atchugarry se habla de la monumentalidad de una obra colosal, a imagen y semejanza de su creador. Esa capacidad de mover montañas, bloque por bloque, descubrir sus secretos y poblar el mundo con sus obras, de las que ya van 1.800, mueve al asombro y la admiración.

Caminar por el amplísimo salón de exposiciones del Museu Brasileiro da Escultura (MUBE) en San Pablo, produce esa sensación de incredulidad admirada, de solo pensar que esas piezas fueron esculpidas en el taller de Lecco, en Italia, o el de Punta del Este, en Uruguay, y después llegaron a destinos en Europa y Estados Unidos, para después ser otra vez embarcadas, tonelada por tonelada, y verlas ahí, rozagantes.

Fue un esfuerzo logístico que llevó tres años de planeamiento y ejecución, desde que en 2011 se decidió que se haría la exposición. Necesitó camiones, grúas, barcos y decenas, acaso centenas, de miles de dólares.

Las obras permanecerán allí hasta el 21 de setiembre, fecha en la que ya estará en marcha la Bienal de San Pablo, la feria de arte más importante del hemisferio Sur.

El arte

El conjunto da una idea cabal de la importancia del artista, con especial énfasis en su obra escultórica en mármol.

Gilberto Habib Oliveira, curador de la muestra junto a la también brasileña María Lucia Montes, señala un aspecto que considera esencial para entender el porqué de la calidad del trabajo de Atchugarry, la cantidad: “La naturaleza elige al artista, le enseña cómo manejar a sus hijos, que son las piedras. Y a Pablo le dio las condiciones y el tiempo y la fuerza vital para manejar tantas veces la piedra, más de mil veces, en comparación con Miguel Ángel, por ejemplo, que esculpió un centenar de piezas”.

Según Habib, Atchugarry aprendió, y su arte no es tan abstracto como parece: “¿Por qué el movimiento de las olas del mar es más abstracto que el perfil de un caballo? Son formas determinadas por la naturaleza, así que es figurativo”, dice Habib.

El curador también compara la obra de Atchugarry con la música, como si sus obras fueran la representación en mármol de las formas efímeras e invisibles que crea la música al empujar el aire. “Ese movimiento está fijado en la piedra para que perdure. Es la representación del movimiento, como en un clasicismo oriental, en que la diosa Shiva aparece con tantos brazos, no porque los tenga sino porque está danzando”, explica.

La música, según Habib, se manifiesta de forma esencial durante la creación: “La idea que tengo es que Pablo baila con las piedras. Su arte es un arte escénico, porque ocurre en el tiempo en el que va descubriendo esas formas que estaban en el alma de la piedra. Y cuando trabaja con varias esculturas a la vez, es como una coreografía”.

El crítico dice que esa actuación es el quid del asunto. “Es tan importante que hace que el artista tenga que seguir esculpiendo, sin poder dedicarse a contemplar, o retirarse. Por esa razón, esa elección, de parte de la naturaleza, es algo terrible, porque le exige la vida al artista, como pasó con Fidias y con Miguel Ángel”.

El artista

El martes pasado, con la exposición ya preparada, a la espera de una pre inauguración, esa noche, con coleccionistas importantes y críticos de arte, Atchugarry se siente satisfecho: “El momento de más satisfacción es ahora, que se terminó, y antes de que llegue el público. Cuando la muestra está terminada, cuando se terminaron los riesgos, los momentos de más estrés. Es muy importante cuando la obra sale del taller. Se puede apreciar ahora”, dice.

Atchugarry agrega algo que le da la razón a Habib, cuando habla de ese destino “terrible” de haber sido elegido para desentrañan los secretos de la piedra: “Necesito volver a la soledad del taller y enfrentarme otra vez a un nuevo bloque. Que me permite recomenzar la vida”, revela.

Parece dar a entender que estos momentos, en los que se relaciona con el público y los críticos y la prensa y los coleccionistas y los fotógrafos y las copas de champagne –algo que hace con naturalidad y destreza– son distracciones necesarias, que se disfrutan más cuanto menos duran. De hecho, cuando le sugiero que ya sería hora de tener a alguien que trabaje por él, para que pueda dedicarse de lleno a recibir las mieles del éxito, me dice: “Ojalá tuviera un doble que hiciera esto”.

En cuanto a su estilo, y su relación con la música, Atchugarry cree que hay mucho de verdad: “Se ha relacionado a mi trabajo con la música. Y con los equilibrios, los silencios. Yo creo que es acertado. A mí también me parece como que el viento hubiera pasado a través de eso y se hubiera ido llevando pedacitos de mármol”.

Fuente: El Observador