El plantel completo de la Escuela Nacional de Danza cubre el escenario. Atrás los mayores, prontos para audicionar. Adelante las piernas flaquitas de primer año, la mayoría niñas. Son los futuros solistas, el fruto de una expresión que fue popular y ahora lo vuelve a ser.

La reserva se retira y el Ballet Nacional del Sodre sale a escena con la Entrada de las sombras, un hipnótico e inconfundible pasaje de La bayadera, en el que más de 30 bailarinas perfectamente coordinadas avanzan en fila hasta llenar todo el espacio, una de las imágenes inolvidables de las últimas seis temporadas, condensadas en esta formidable Gran Gala 80ºaniversario del BNS, ofrecida en el Auditorio del Sodre el lunes 23 y martes 24.

Una decena de cambios de decorado y vestuario imprimieron al espectáculo un ritmo de vértigo. El Coro del Sodre impactó desde los palcos con el imponente Aleluya, de Händel, mientras el elenco bailaba El mesías, de Mauricio Wainrott. Brillaron el japonés Yoshi Suzuki, de la Compañía San Pablo y el chileno Gustavo Echevarría del Ballet de Santiago, con su estupendo solo contemporáneo. María Noel Ricetto revalidó con su expresividad y versatilidad todo lo bueno que se dice de ella. Hizo el acto II de Giselle, se lució en Sinfonietta y la estremecedora Without Words, del genio español Nacho Duato —lo más emotivo de la noche— y reinó en el final a todo trapo, con Don Quijote. La venezolana Careliz Povea, notable en Nuestros valses y Nocturno, se vislumbra entre las nuevas figuras de la compañía. Pero la gran figura fue el cuerpo de baile, un órgano compacto y muy afiatado. Sin dudas, la aventura de traer a Julio Bocca fue un golazo. Aquello de «el camino es la recompensa».

Fotos

Fuente: Búsqueda – Fotos: Santiago Barreiro