El Palacio Salvo es, desde casi siempre, la referencia inevitable de la mirada de quien sea que en Montevideo otea el horizonte o intenta ubicarse en una ciudad que desconoce. En sus casi 400 apartamentos, 26 pisos, escaleras, ascensores, torres, mirador y 1001 recovecos, se esconden tantas historias como cientos de vecinos pasaron y pasan por los pisos de mosaico.

En los repliegues del Palacio Salvo vive una profesora retirada cuyo sueño mayor fue tener un apartamento allí, y lo consiguió. En el hall del «piso del tango» los bailarines hacen firuletes y recuerdan los íconos culturales que marcaron la historia del edificio. Más abajo, desapercibido para la inmensa mayoría de los que viven al palacio desde afuera, hay un club de billar con socios expertos y las mejores mesas del país. Y por ahí pasa el dueño de tres de las cuatro torres; por ahí se cuelan los recuerdos del vigía que espiaba la ciudad desde el piso 25 y que vio el Graf Spee en llamas; y se cruzan con el vecino que replica, por enésima vez, la historia del fantasma que aparece en el séptimo, todos los 29 de cada mes, el gran señor Salvo, cuya vida desgraciada generó tal vez su leyenda. La historia en el Salvo se amalgama en la rutina de todos los días, porque ya es parte de sus paredes y su vieja pero siempre vanguardista estructura. Pero las historias de quienes lo habitaron y habitan, van y vienen. Aquí nos detuvimos a escuchar y atesorar algunas.

Fuente: El Observador