Ovacionado por 5.000 personas que corearon su nombre y con un programa mixto y extenso que permitió lucir a la compañía, el exbailarín argentino dejó la dirección artística del Ballet Nacional del Sodre.
Arriba del escenario Julio Bocca hace lo habitual. Posa su mano izquierda sobre la barra y marca los movimientos. Después, cuando los bailarines reproducen sus pasos, camina. Bocca –remera con cuello lila, shorts deportivos, championes y medias blancas– recorre el espacio y, mientras lo hace, gira la cabeza a la izquierda y a la derecha, a la izquierda y a la derecha. Observa, dice poco, tal vez corrige una postura. Es viernes 29 de diciembre. Los bailarines del Ballet Nacional del Sodre tienen sus clase previa a la función.
Aunque, en lo hondo del cuerpo, en las tripas, los bailarines, el equipo de la compañía y el propio Julio Bocca saben que esta no será, de ninguna manera, una clase más. Ni una función más. Cuando a principios de 2017 la dirección del BNS programó su año y arregló volver a cerrar la temporada en la Fundación Atchugarry, nadie imaginó el peso emocional que iba a tener esa presentación al aire libre bajo el manto de una noche llena de estrellas arremolinadas y una luna tan clara como creciente. El BNS y sus estrellas será recordada como la función en la que Julio Bocca se despidió, después de siete años, de la dirección artística de la compañía de ballet nacional.
Despedida en casa
La noche anterior, después de los últimos pasos de El Cascanueces, los bailarines subieron al cuarto piso del Auditorio Nacional Adela Reta. Allí, en la sala de ensayo más pequeña –esa que hace siete años tenía las paredes grises y desabridas, no tenía espejo, ni acondicionamiento sonoro; esa donde, tiempo más tarde, todas las mañanas el director artístico y su equipo hacían una hora de entrenamiento aeróbico; esa misma donde la compañía le festejó su cumpleaños número 50 a Julio Bocca– el ex bailarín argentino tuvo su despedida. Solo estaba el equipo del BNS, su pareja y una íntima amiga.
Cuando viajaban rumbo a Cannes, unos meses atrás, Lorena Fernández –maestra del BNS– se levantó de su asiento y caminó hasta el del bailarín Nelson López. Le propuso organizar entre ambos una pequeña ceremonia para rendirle homenaje a Bocca. La noche del 28 de diciembre, López –uruguayo, integrante de la compañía desde hace años– inauguró el acontecimiento con las siguientes palabras: «Despedimos a quien supo llevar la batuta de director del ballet, quien fue una pieza fundamental para que todo esto sea posible, para poder darle vida a este pedazo de teatro, darle contenido». Y continuó: «Julio cayó acá en el momento justo en que se necesitaba un cambio radical. Y por suerte se logró. Mucho más rápido de lo que yo imaginaba. Los que conocemos el Sodre de antes lo sabemos muy bien. Y está bueno que hablemos con los nuevos y les pasemos un poquito de esa historia del teatro al que están llegando. Esto no fue siempre así. Se construyó con mucho trabajo».
Después hubo una proyección con imágenes que, de alguna manera, reflejan el espíritu joven, efervescente y siempre jocoso de la compañía. Fotografías de fiestas, de los brindis previos a la función, de primeros grandes papeles, selfis con Bocca, de varias bromas internas y memorables. El video fue, de alguna manera, la representación individual y colectiva del pasaje del ex bailarín por el BNS.
Cuando Bocca habló fue categórico. Les dijo: «No aflojen». También repitió lo que muchos, o tal vez todos, ya saben.
Habló de lo orgulloso que estaba del trabajo, de los logros, de los espacios conquistados, de los números y de la llegada del BNS a escenarios de extrema significancia para el ballet. No se quebró. Después hubo brindis. No mucho más. Al día siguiente, el ballet, una vez más debía bailar.
Se fue la última
Los programas mixtos muestran, evidentemente, los distintos registros de las compañías de ballet. En el caso de la presentación de la Fundación Atchugarry, Bocca conjugó varios fragmentos de las piezas más taquilleras y queridas del BNS (Don Quijote, Corsario. El Cascanueces, Romeo y Julieta) y las reunió con dos de las puestas más sofisticadas y relevantes del año: Chacona de Goyo Montero y el homenaje de la compañía por los 100 años de La Cumparista con la coreografía de Marina Sánchez, Encuentros.
Fue algo así como el último gusto del director: dejar que sus bailarines se lucieran con los cuadros que mejor les quedan. El resultado no necesito ninguna lectura simbólica. Fueron 5.000 personas aplaudiendo de manera rabiosa a Ciro Tamayo, a María Riccetto, a todo el cuerpo de baile durante la feroz y hermosa Chacona y en los acordes tan únicos del tango que cumplió un siglo. Los bailarines saludaron una, dos, hasta diez veces. Bocca, discreto, tal vez conmovido, lo hizo una única vez desde el costado derecho del escenario. Fueron pocos segundos. El público gritando, como si el pasto de la fundación fuera una cancha de fútbol, «Julio, Julio, Julio» no logró que volviera a salir.
El año nuevo llega con todo el empuje de los coletazos de la administración Bocca: 2.000 entradas vendidas para La Bella Durmiente y una compañía a punto de lograr el millón de localidades. Ahora solo resta esperar por lo que viene.
Cambios en la dirección artística
En la página del BNS –que se creó durante la dirección de Julio Bocca– los cargos aún no se modificaron. Sin embargo, cuando Igor Yebra asuma en el equipo de dirección no seguirán Sofía Sajac, Daniel Galarraga y Alicia Nardacioni. La única que permanece en su rol de maestra es Lorena Fernández. La noche de la función en la Fundación Pablo Atchugarry, Bocca presentó –a pedido de Igor Yebra– a los nuevos maestros que formarán parte del grupo del nuevo director artístico. Entre ellos está Marina Sánchez que, después de formar parte de la compañía durante 20 años, se retiró en la última función de El Cascanueces. Sánchez es, además, la creadora de la coreografía Encuentros que se estrenó en la gala de ballet de 2017.
Fuente: El Observador