El Institut Pasteur, la Udelar y el INIA lanzaron el Centro de Innovación en Vigilancia Epidemiológica, cuya concreción es posible gracias a donaciones privadas coordinadas por las instituciones académicas.

Cuando la pandemia de covid-19 aún no había llegado a Uruguay, a fines de febrero, investigadores de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) y del Institut Pasteur de Montevideo ya habían comenzado a pensar cómo desarrollar un kit de diagnóstico y a estudiar el genoma del SARS-CoV-2.

Cuando el 13 de marzo la enfermedad llegó a nuestro territorio se encontró con un país cuyos científicos y científicas, de varias instituciones (a las ya mencionadas hay que agregar el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable –IIBCE–, el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria –INIA– y las facultades de Medicina, Química, Ingeniería, y Arquitectura, Diseño y Urbanismo, entre otras), habían avanzado en el trabajo interdisciplinario e interinstitucional para enfrentar el problema desde distintas aristas. Es así que no sólo se desarrollaron los kits de diagnóstico mediante la técnica de PCR en tiempo real, sino también test serológicos, equipos de respiración, medios de transporte para los hisopados, modelados para comprender el avance de la pandemia y tantas otras cosas.

Sin pedir permiso ni esperar llamados, investigadoras e investigadores decidieron dejar de hacer lo que estaban haciendo y, quedándose sin días libres y trabajando sin horario, pusieron el conocimiento al servicio de las mejores formas de enfrentar la situación. A ello se sumaron el trabajo de otra legión de académicos de las facultades de Psicología y Ciencias Sociales, el apoyo denodado de la Comisión Sectorial de Investigación Científica de la Udelar, los desafíos propuestos por la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) a estudiantes que se encerraron en los laboratorios a testear, pensar y diseñar, así como el trabajo incesante –y alejado de los focos– de aportar desde el conocimiento.

De esta forma, quedó bastante clara para casi cualquier habitante del país la importancia de la ciencia y la academia, idea que fue reforzada por la designación de un Grupo Asesor Científico Honorario, integrado por referentes de distintas disciplinas que formaron un equipo de más de media centena de investigadores para que, desde el conocimiento y la mejor evidencia, se hicieran aportes a la construcción de lo que se dio en llamar “la nueva normalidad”.

Cuando la pandemia causada por el coronavirus parece estar bajo control, y por tanto cabría esperar cierto afloje en el esfuerzo de la comunidad científica, las instituciones y sus investigadores vuelven a dar el ejemplo: el martes el Institut Pasteur de Montevideo, la Udelar y el INIA lanzaron el Centro de Innovación en Vigilancia Epidemiológica (CIVE), que funcionará en las instalaciones del Institut Pasteur y para el que la comunidad científica no aporta sólo todo su trabajo y conocimiento, sino que también se las ingenió para canalizar donaciones privadas de personas, empresas y embajadas que hacen posible su construcción.

Presentación en sociedad
El martes de tarde, en la sede del Institut Pasteur, donde funcionará el CIVE, se llevó a cabo el lanzamiento del centro. Para ello tomaron la palabra Ernesto Talvi, ministro de Relaciones Exteriores; Rodrigo Arim, rector de la Udelar; José Bonica, presidente del INIA; y Carlos Batthyány, director ejecutivo del Institut Pasteur de Montevideo. Pero no estaban solos: también participaron los donantes fundacionales del CIVE John Christian Schandy; Roberto Palermo, de la Banca de Quinielas; la embajada del Reino Unido; la embajada de Francia, que donó junto a Carlos Abboud, Sylvie y Max Patissier; las empresas Saceem y L’Oréal; la Cámara de Especialidades Farmacéuticas y Afines, y la embajada de Estados Unidos. Sí, son muchos nombres, pero sin ellos no habría lanzamiento ni CIVE.

Bajo el paradigma de una sola salud, que concibe que la salud humana, la salud ambiental y la salud animal están interconectadas, como puso en evidencia el nuevo coronavirus, el CIVE se propone “conjugar la biología molecular, la genómica y tecnologías de vanguardia para identificar patógenos conocidos o desconocidos que puedan provocar emergencias sanitarias”, desarrollando “métodos de diagnóstico de enfermedades infecciosas, la investigación de brotes para comprender patrones de transmisión de microorganismos, el seguimiento de resistencia a antibióticos y la colaboración en el desarrollo de vacunas”. En otras palabras: todavía no salimos de esta y la comunidad científica ya está pensando en cómo aportar lo suyo ante la próxima emergencia sanitaria.

En el CIVE, que ocupará 150 metros cuadrados, habrá un sector destinado a la “investigación, desarrollo e innovación (I+D+i)” y otro dedicado a “servicios tecnológicos” que trabajarán en tres áreas: microbiología molecular, destinada al aislamiento y la identificación de microorganismos y al desarrollo de métodos de diagnóstico; secuenciación genómica, dedicada al estudio de la información genética de los patógenos; y un área de automatización y robótica, que buscará optimizar los procesos.

Rodrigo Arim señaló que “las apuestas a largo plazo dan resultados a largo plazo”, algo que, si bien es cierto en cualquier ámbito, es particularmente sensible en la ciencia. José Bonica hizo énfasis en el concepto de una sola salud. Por su parte, Carlos Batthyány aclaró que el CIVE no es un centro de vigilancia epidemiológica. Luego hablaron varios de quienes con sus donaciones hicieron posible la iniciativa, y el lanzamiento fue coronado por un apretado y sincero aplauso.

Una apuesta a la soberanía
Si bien todo aplauso tiene un final, la iniciativa de la creación del CIVE sigue y seguirá siendo motivo de celebración. Por tanto, quisimos conversar un poco más con Batthyány, director ejecutivo del Institut Pasteur e investigador responsable del Laboratorio de Biología Vascular y Desarrollo de Fármacos, respecto de cómo funcionará el centro y lo que implica una apuesta como esta.

Cuando le pregunté si el CIVE podría verse como la formalización de ese trabajo colaborativo ad hoc que hicieron los investigadores cuando se desató la pandemia, Batthyány concordó: “El CIVE es producto de lo que aprendimos en la pandemia, de darnos cuenta de que cuando trabajamos en colaboración trabajamos mejor, y de que tenemos recursos humanos suficientemente capacitados para encontrar soluciones nacionales a problemas nacionales. Ahora pretendemos darles más confort, más comodidad y más tecnología, para que si en el día de mañana tienen que volver a hacerlo, lo hagan en mejores condiciones”.

Batthyány lo dijo en el evento de lanzamiento y en todo medio en el que tuvo oportunidad: “El CIVE no es un centro de vigilancia epidemiológica”.

Y esto, si bien es evidente, es necesario aclararlo: los investigadores que trabajarán en el CIVE buscarán poner la ciencia a trabajar para tener mejores herramientas de vigilancia ante epidemias, como fue el caso del desarrollo de los kits de diagnóstico de covid-19, pero no serán, como no lo han sido ante esta pandemia, quienes vigilen el avance de la enfermedad sobre el territorio y tomen medidas al respecto. “Uruguay se ha caracterizado históricamente por hacer muy bien la vigilancia epidemiológica, tanto a nivel humano como a nivel animal, por lo que para nada este centro pretende sustituir a los organismos rectores”, dijo Batthyány. Luego agregó: “De hecho, nos encantaría que a las tres instituciones académicas que hoy forman el núcleo fundacional, que son la Udelar, el Pasteur y el INIA, se puedan incorporar otras instituciones académicas, como el IIBCE o la Utec [Universidad Tecnológica], pero también los organismos rectores: el Ministerio de Salud Pública, el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, y, en particular, la Dirección General de Servicios Ganaderos [DGSS], que es la encargada de la vigilancia epidemiológica en salud animal, y a futuro, el nuevo Ministerio de Ambiente”.

El lanzamiento del CIVE no implica que ya esté todo el trabajo hecho. “Tenemos dos tareas importantes por delante”, dijo Batthyány, y luego explicó: “La primera es crear la gobernanza de este centro, que estará integrada por las tres instituciones académicas y, ojalá, por los organismos rectores. La segunda es que el CIVE va a ser un centro de puertas abiertas”, y entonces hay que pensar en cómo se dará su funcionamiento. “Va a haber algunos laboratorios que trabajarán durante un tiempo y se alternarán con otros grupos en función de las necesidades que vayan surgiendo en el país. Si el día de mañana el mayor problema pasa a ser, pongamos, la brucelosis, y el organismo rector, en este caso la DGSS, nos pide que trabajemos sobre ese problema, se hará un llamado a proyectos sobre brucelosis, se constituirá un grupo multidisciplinario sobre brucelosis, y si se entiende que el mejor lugar para desarrollar ese proyecto es el CIVE, entonces tendrán un lugar en el CIVE. Y si tiene que salir alguno de los grupos que están trabajando, porque su proyecto ya terminó, saldrá. Yo lo veo como un centro muy dinámico”.

Invertir en ciencia
Como ya se mencionó, el CIVE es una realidad gracias a donaciones de personas, embajadas y empresas. “Quienes más donaron fueron John Christian Schandy, que llamó al Pasteur diciendo que quería colaborar con una donación que trascendiera al problema, que no quería donar tapabocas o implementos que atendieran lo inmediato; Roberto Palermo, como presidente de la Banca de Quinielas; la Cámara de Especialidades Farmacéuticas y Afines; la embajada británica; la embajada francesa, que dona en conjunto con personas y empresas, y allí están Carlos Abboud, Sylvie y Max Patissier, Saceem y L’Oréal como empresas y la propia embajada, y finalmente la embajada de Estados Unidos, que por ahora no llegó a tener un asiento en el observatorio, y un donante que lo hizo de forma anónima”, enumeró Batthyány.

En el observatorio del CIVE estarán aquellos donantes fundacionales que aportaron más de 50.000 dólares. “No es un organismo que tenga capacidad de decirnos lo que tenemos que hacer, pero los miembros del observatorio pueden venir a ver lo que se está haciendo, pueden opinar, de forma que ellos, a medida que pasa el tiempo, puedan ver qué se hizo con su dinero”, explicó.

“Las donaciones privadas ascienden a unos 400.000 dólares, mientras que el monto total de armar el centro es de 700.000 dólares. El faltante se complementa con equipamiento de proyectos institucionales, que estaríamos aportando las tres instituciones académicas”, reveló Batthyány.

Agregó que el presupuesto estimativo del funcionamiento anual es de unos 600.000 dólares, “donde los recursos humanos son aportados por las instituciones académicas y un presupuesto basal, de reactivos, insumos, etcétera, que pensamos que va a surgir de la venta de servicios tecnológicos que hará el propio centro”.

En momentos en que se reclama que no haya recortes para la investigación y un mayor apoyo para la actividad científica, en una situación de adversidad, es la propia comunidad científica la que crea un centro para enfrentar problemas epidemiológicos en base a donaciones privadas. “Los países desarrollados y los que están en vía de desarrollo no invierten más que nosotros en ciencia, investigación e innovación porque son desarrollados o porque les sobra la plata, sino que la mirada es exactamente al revés”, comentó Batthyány. “Como ya señaló Fernando Stefani, investigador argentino que se ha dedicado a estudiar los procesos de desarrollo de los países, el principal determinante para el desarrollo de un país es cuánto invierte en ciencia, tecnología e innovación”, agregó.

En el lanzamiento del CIVE, Batthyány leyó un fragmento de la “Carta abierta a científicos uruguayos en el exterior”, publicada por Ricardo Ehrlich, Mario Wschebor y Guillermo Dighiero en enero de 1984, donde ya señalaban esto mismo: lo utópico no era invertir en ciencia para desarrollar el país, decían, sino que “la utopía es la creencia de que actualmente una sociedad puede avanzar sin el concurso de un desarrollo científico considerable”.

Batthyány los vuelve a traer al presente con admiración: “Ellos ya en ese momento preveían que esto iba a ser así. En 1984 Israel era un país pobre, con 450% de inflación, pero se dedicó, como política de Estado, a ir por el camino de la ciencia, la tecnología y la innovación, para transformarse en una economía basada en el conocimiento. Al principio lo hizo invirtiendo como Estado. Hoy Israel invierte 4% del producto interno bruto en ciencia, tecnología e innovación. Pero en realidad 86% proviene de capitales privados y sólo 14% lo pone el Estado. Si vas más a fondo, te encontrás con que 50% de lo que se invierte en ciencia, tecnología e innovación proviene de capitales extranjeros. Ese es el paradigma al que nosotros tenemos que llegar”.

Batthyány sigue con su línea de razonamiento: “En Uruguay, el 0,4% o 0,5% que se está invirtiendo en ciencia, tecnología e innovación proviene 100% de capitales públicos. Tenemos que empezar a lograr que los privados también vean que la generación de conocimiento tiene una posible valorización y que puede ser un lugar en el que puedan jugar un rol importante, no sólo en la generación de riqueza monetaria, sino también en la generación de bienestar para la sociedad. El ejemplo es lo que nos sucedió con la pandemia. ¿Cómo nos hubiera ido como uruguayos si el Institut Pasteur y la Udelar hubieran cerrado sus puertas y no hubiéramos trabajado? Creo que bastante diferente a cómo nos fue, y eso los privados lo entienden y por eso quisieron acompañar”.

Claro que esto no implica que el Estado no deba hacer un esfuerzo mayor. “No, el Estado tiene que hacer un esfuerzo mayor, porque hay un componente que no se le puede pedir al privado, que es el de financiar la ciencia guiada por la curiosidad, que es la madre de todo. Si no tenés científicos que trabajen guiados por la curiosidad nunca vas a tener el insumo que después te permita generar un proceso innovativo, porque nunca se puede predecir de dónde van a salir los procesos innovativos. Los países que han tratado de generar un direccionamiento de la ciencia para que genere productos innovadores han fracasado”, razonó.

“El Estado tiene que tener un semillero y un apoyo constante que permita a los investigadores no pasar penurias y no pelearse por proyectos de 20.000 dólares para poder hacer ciencia guiada por la curiosidad. Pero después el Estado tiene que tener la viveza suficiente para dejar jugar al privado en cuanto a tomar el conocimiento generado en la academia para darle un valor, con una visión que tienen los privados y que no tenemos los académicos. Tiene que haber una complementariedad, no solamente entre el INIA, la Udelar y el Pasteur con los organismos rectores, sino también entre lo público y lo privado”, sostuvo. “Israel hoy exporta 23 billones de dólares en conocimiento. Nosotros en Uruguay seguimos exportando seres humanos con conocimiento. Ojalá mañana empecemos a exportar empresas que tengan conocimiento y que nos quede más dinero para poder hacer más investigación”, concluyó.

Fuente: La Diaria