Uruguay es un caso excepcional en América Latina. Tiene un presidente arraigado, leyes progresivas y un parecido asombroso con Suiza.

Sandro Benini-Montevideo

Una zona industrial en las afueras de Montevideo: estaciones de servicio, depósitos, talleres, terrenos baldíos. Puestos de avanzada urbanos bajo la llovizna, desolación bajo un cielo cubierto de nubes bajas. De la autopista urbana tomamos por una carretera, de allí por un camino de ripio, a mano izquierda una fonda y un par de galpones, a la derecha, un pastizal. A unos cien metros de distancia, una barrera. De una garita sale uno de los dos policías, se acerca lentamente, y dice: “Disculpe, pero de aquí en adelante el camino está cerrado. Allí adelante vive el Presidente”.

José Mujica, de 79 años de edad, llamado Pepe por el pueblo, según el diario británico “Guardian”, es el “presidente más radical del mundo”. Y no por sus convicciones políticas, sino por su estilo modesto de vida, su consecuente rechazo a usar corbata, sus pantalones arremangados, incluso en apariciones públicas. “Tiene más pedidos de entrevistas que una estrella del pop”, escribe el diario español “El País”, y eso fue también lo que yo percibí: En un mail de tono compasivo, la oficina de prensa se lamentó no poder complacer mi solicitud aplazándola para cualquier otro momento.

Pero el aura de abnegación que rodea al anciano presidente también se percibe en su entorno: ¿Dónde en este mundo existe un jefe de estado que viva en una granja dentro de una aglomeración urbana desierta, vigilado únicamente por dos uniformados? ¿Dónde más se escucha decir a los empleados de una panadería cercana: “Sí, a menudo el Presidente viene hasta aquí a pie a comprar pan?”.

Mujica dona el 90% de su sueldo, equivalente a 12.500 dólares americanos, para fines benéficos. El economista y empresario uruguayo Gabriel Oddone dice: “El Presidente Mujica es un típico producto de nuestra sociedad. Es realmente así de modesto como se muestra, pero en determinado momento, gracias a su astucia política, advirtió cuán grande es la aclamación nacional y admiración internacional que provoca su estilo de vida. No logro deshacerme de la sospecha de que desde entonces representa un papel.”

El país del año

El presidente es una razón importante por la cual Uruguay despierta tantas simpatías, por la cual el periódico británico “The Economist” lo designó el “país del año”. Pero el mandato de cinco años de Mujica, un ex combatiente de la guerrilla urbana Tupamaros que durante la dictadura militar permaneció casi 15 años en prisión, está por llegar a su fin. El 26 de octubre, el pueblo elegirá a su sucesor. Hasta hace poco, parecía que el oncólogo Tabaré Vázquez, que ya gobernó al país entre los años 2005 y 2010, le aseguraría el poder a la coalición de partidos de izquierda Frente Amplio. Sin embargo, el abogado conservador Luis Alberto Lacalle Pou pasó a ser un retador a ser tomado en serio. Lo seguro es que las elecciones se desarrollarán civilizadamente y un nuevo gobierno hará sólo ligeras correcciones.

Uruguay constituye un caso excepcional en América Latina por diversas razones. Es uno de los pocos estados con instituciones que funcionan y que posee un sistema partidario tradicional basado en programas. En la mayoría de los países de América Latina, los partidos son movimientos efímeros, ideológicamente difusos, totalmente orientados a impulsar a la presidencia a una figura popular.

En Uruguay es diferente, allí casi no tiene chance un oportunista demagogo, un populista elocuente, un caudillo gesticulador. Mismo el popular Mujica cumplió con la pesada recorrida por el parlamento y ministerios. Sin embargo, Uruguay cuenta con dos manchas negras en su historia republicana: las dictaduras militares durante la primera mitad del siglo XIX y entre los años 1973 y 1985, respectivamente. Fueron horrendas, pero menos brutales que las juntas militares en otros países de la región.

Uruguay no sólo se destaca dentro de Latinoamérica por su legislación progresiva, sino también de entre muchas naciones del denominado Primer Mundo. Especial revuelo levantó la legalización, única en el mundo, de la producción, venta y el consumo de marihuana. Uruguay es también uno de los pocos países en América Latina donde el aborto y el matrimonio entre homosexuales es legal, y junto con Argentina, el único que permite la adopción por parte de parejas homosexuales.

Sorprendentemente sustentable

Este país es mundialmente pionero en la utilización de energías renovables: fácilmente un 80% de la demanda total es cubierta por la energía eólica, solar, hidroeléctrica y el biogás obtenido de desechos agrícolas. El gobierno del Frente Amplio respeta el libre mercado a pesar de sus raíces comunistas, mientras que el pueblo se niega a cualquier tipo de endiosamiento del mercado. Cuando un gobierno de derecha en los años 90, en tiempos de euforia privatizadora neoliberal, quiso vender empresas públicas en Uruguay, el 70% de la población rechazó el proyecto en un referéndum popular. La telefonía, el abastecimiento de electricidad y agua corriente y el consorcio petrolero Ancap permanecieron en manos del estado y funcionan bien. “Nunca más osaron los liberales uruguayos siquiera a pronunciar la palabra privatización”, señala el economista Oddone.

Uruguay en imágenes: Su capital Montevideo esconde muchas de sus bellezas –edificios modernistas, construcciones coloniales, casas patricias de estilo clásico francés- al igual que lo hacen con sus joyas los nobles que temen al recuerdo de tiempos más esplendorosos. Tiene un aire nostálgico y ostenta una elegancia algo decadente, ocasionalmente atosigada por edificios construidos en el estilo propio del bloque oriental alemán. El interior del país, una inmensa pampa de suaves colinas: praderas, plantaciones de soja y maíz, por aquí y por allí un par de vacas u ovejas. En ciudades soñolientas, cuyos nombres fuera del Uruguay casi nadie conoce –Maldonado, Paysandú, Durazno-, muchos habitantes llevan un mate en su mano y un termo con agua caliente en la mochila o en una matera. Los adictos incurables al mate en este mundo no son los argentinos, sino los uruguayos.

Punta del Este, sobre la costa atlántica, es la respuesta de América Latina a Benidorm-Ballermann-Rimini-Ibiza. En el delta del Río de la Plata, se ubica la perla colonial Colonia del Sacramento, la ciudad más antigua del país, declarada patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco. El escritor inglés Martin Amis, que durante años vivió junto a una solitaria playa en Uruguay, dijo: “La vida aquí es increíblemente pacífica. Casi nada es ilegal y la gente es maravillosa”.

Uruguay en cifras: En una superficie de 176.215 km2 (cuatro veces la superficie de Suiza) viven 3,5 millones de habitantes. El crecimiento económico entre los años 2003 y 2013 promedió un 5,8% anual gracias a los elevados precios del mercado internacional de los productos agrícolas, pero también gracias a la seria política fiscal y monetaria.

En 2013, el ingreso per cápita fue de 16.351 dólares y según el Banco Mundial, el más alto de América Latina. Asimismo, de acuerdo con la organización World Justice Project, Uruguay es el país más seguro del subcontinente. En el índice de desarrollo humano elaborado por la ONU, ostenta el cuarto lugar dentro de Latinoamérica después de Chile, Argentina y Cuba.

Al país le falta un mito fundacional nacional porque su independencia la obtuvo fundamentalmente de otras potencias. En sentido estricto es incluso un país sin nombre, ya que oficialmente se denomina “República Oriental del Uruguay”, es decir “república situada al este del río Uruguay”. Esto es, según un autor español, como si a una persona se le llamara “sobrino de tía Rosa”. Uruguay fue marcado por una gran ola de inmigración entre los años 1850 y 1940, que atrajo al país sobre todo a españoles e italianos, pero también a alemanes, franceses y polacos. A falta de hazañas históricas, el mito nacional es el fútbol, sobre todo como consecuencia del triunfo obtenido en el mundial de 1950.

Un pueblo se hace pequeño

Al Uruguay también se lo denomina “la Suiza de Sudamérica” en alusión a su pequeñez y al hecho de que en la primera mitad del siglo XX, vivió un auge económico que lo convirtió en una de las naciones más ricas del mundo. Sin embargo, el parecido entre Uruguay y Suiza es aún más profundo. El fundador del Uruguay moderno, José Batlle y Ordóñez, admiraba a nuestro país. Gobernó dos veces a principios del siglo XX, era un demócrata ilustrado, un protector de los trabajadores, un defensor de la educación gratuita, un garante de la separación de poderes y de la separación entre la iglesia y el estado. Creó el primer estado social en América Latina y otorgó a las mujeres –no así a sus maridos- el derecho de pedir el divorcio por su sola voluntad.

A raíz de ello, un periódico inglés comparó a Uruguay con “un laboratorio de locos”.

La veneración de Batlle y Ordóñez por Suiza lo indujo a adoptar el sistema de gobierno colegiado y de la presidencia anual rotativa, aunque compuesto primeramente por 9 y más tarde por cinco consejeros. En 1967, se pasó a un sistema presidencial.

Lo que se mantuvo fueron las formas de participación de democracia directa.

Lo que el historiador Gerardo Caetano dice sobre Uruguay, suena familiar: “Es un país de acuerdos, del diálogo democrático, de intereses esmeradamente combinados”. Pero también sostiene que es un país que se orienta por la media común, un país en el que se desconfía del éxito individual y se oculta la riqueza. Agrega, que el uruguayo, encerrado entre los gigantes Brasil y Argentina, tiende a achicarse. Una transeúnte en la Avenida del Libertador en Montevideo, comenta al respecto: “Si un argentino se baja de su ego, comete suicidio. Un uruguayo, en cambio, a lo sumo se hace un esguince”.

Y sin embargo, cuando en el marco de una gira por Europa, el presidente Luis Batlle, sobrino del gran José Batlle y Ordóñez, visitó Suiza en 1951, y el presidente federal de la época, Eduard von Steiger, en forma poco sorprendente durante una recepción designó a la patria de su invitado como “la Suiza de Sudamérica”, éste último, para sorpresa de todos, le respondió: “Señor Presidente Federal, debo corregirlo. Nosotros no somos la Suiza de Sudamérica, ustedes son el Uruguay de Europa”.

La patria de la modestia

Fuente: Diario Tages Anzeiger, Zurich Suiza