Su director y guionistas recuerdan el rodaje de la que es considerada, dentro y fuera de fronteras, como una de las mejores películas nacionales

La vida sin propósito, sin sentido, deja de ser una vida. O, al menos, una vida útil. Se convierte en una sucesión de días sin horizonte, sin expectativas, una masa gris uniforme que no tiene otra razón de ser más que la sola existencia. Es un precipicio al que más vale no asomarse.

Pero Jorge, nuestro protagonista, se encuentra en esa cornisa y frente al abismo, y junto a él nos asomamos. Acaba de perder su razón de ser, el propósito al que le ha dedicado sus últimas dos décadas y media: el trabajo en la comisión de la Cinemateca, una institución que por falta de fondos debe cerrar sus puertas y que lo deja frente a la nada. Así, con la desazón de entender que su consagración total al cine ya no tiene sentido, y con la mochila de una vida que parece haber perdido su utilidad, encara un futuro que, sin saberlo, todavía le guarda algunas luces.

La vida útil es la película que cuenta esta historia y el pasado 13 de agosto cumplió 10 años. Dirigida por Federico Veiroj y protagonizada por el crítico, programador de festivales y actor amateur Jorge Jellinek, hoy forma parte de ese puñado de imprescindibles del cine uruguayo, al tiempo que es apreciada por muchos como una de las producciones más sobresalientes de la cinematografía regional en los últimos años.

Además, su estatus de obra de culto la precede: recurrentemente aparece como una favorita entre los críticos de la región y, sin ir más lejos, en 2019 fue elegida como la décima mejor película latinoamericana de la década por Cinema Tropical, institución que se encarga de velar por el cine del continente en EEUU. Con su blanco y negro característico y sus poco más de 60 minutos de duración, pelea en las mismas ligar que títulos enormes como Zama, La flor, Post Tenebras Lux, Aquarius o Jauja.

La vida útil, sin embargo, nunca tuvo aspiraciones tan pesadas ni definitorias. Desde su concepción abrazó la escala pequeña, la historia íntima, el devenir cotidiano de este trabajador del cine que dedica sus horas a repartirse las películas del ciclo islandés con su jefe –interpretado por el legendario director de Cinemateca Manuel Martínez Carril– o a repasar los cada vez más menguantes registros de socios. La película es, incluso cuando la trama deja atrás a las salas, una gran muestra de cariño a la cinefilia más pura, una suerte de homenaje a una manera de vivir el cine que se ramifica en otros ámbitos de la vida y la enriquece.

La película se impuso rápidamente dentro del catálogo nacional y le dio a Veiroj –que con ella enfrentaba su segunda obra tras su debut en Acné (2008)– nuevas armas para empezar a consolidar una de las carreras más interesantes y prolíficas del cine uruguayo.

Hoy, el director de Belmonte y Así habló el cambista recuerda aquel rodaje con emoción y no duda al momento de elogiar el proceso: “Era una aventura en la que se sucedían escenas fantásticas y que a su vez me otorgaban sorpresas por lo que estábamos filmando, construyendo”.

A ocho manos
En total, el rodaje de La vida útil duró tres semanas. Estuvo, sin embargo, partido a la mitad por una pausa de seis meses en la que los rumbos de la ficción se redefinieron. Porque luego de haber concretado la primera parte de la filmación, que tomó como locación a la sede de Cinemateca de la calle Lorenzo Carnelli, el guion delineado por Veiroj e Inés Bortagaray llevaba a Jorge de nuevo a casa con sus padres y lo hacía comenzar una nueva vida vendiendo electrodomésticos. Allí, ante la inminencia de esa nueva etapa en la vida del personaje, es que Gonzalo Delgado y Arauco Hernández se sumaron al guion y de cuatro manos escribiendo, pasaron a ser ocho.

“Esos primeros 34 minutos se sostenían y eran maravillosos” recuerda Hernández, que también se encargó de la fotografía y el montaje, “pero la película no podía terminar mal”. “El guion original era bastante triste, era sobre un hombre que no podía adaptarse a la vida sin su empleo en la Cinemateca y terminaba trabajando en una casa de electrodomésticos; era el final del cine, de alguna manera. Por eso agarré y le dije ‘Todo bien Cote (Cote es Veiroj), pero esta película no puede terminar así. Tiene que mostrar cómo este hombre recobra la esperanza”, recordó.

Puestos de acuerdo los guionistas, la producción tomó el camino que se ve en el corte final: tras el corte abrupto de “la vida útil” de Jorge, encuentra en una profesora de Derecho de la Facultad (Paola Venditto) los motivos por los que seguir adelante.

Una de las claves para que la película funcione es la actuación de Jellinek. Ajeno a la cámara y más acostumbrado a estar del lado opuesto, el crítico y programador es el corazón de una historia que se cuece a fuego lento y se carga enteramente sobre sus hombros, sin ninguna experiencia como actor. Su carisma, conocimiento cinéfilo y enorme presencia no eran ajenas para quienes lo conocían de la Cinemateca real o de los festivales que programaba, pero a través de la película su figura se proyectó.

Así, se llevó el premio a mejor actor en el Festival de Cine de Buenos Aires (Bafici) de ese año y dejó un recuerdo imborrable en ambas orillas.
“Trabajar con Jorge fue maravilloso –cuenta Veiroj–. Fue muy generoso. Lo recuerdo como un momento muy emotivo y de gran satisfacción, porque él estaba descubriendo algo nuevo en él y como yo lo explotaba, él se aprovechaba de eso. Fue un tipo muy particular que regaló su imagen para la película. Su personaje es un señor que lleva el juego y la aventura en la sangre”.

Jellinek murió el pasado junio a los 63 años y las notas que lo recordaron coincidían en lo mismo: que su legado y su esencia, en parte, habían quedado salvaguardadas para siempre en esta película.

El culto
Inés Bortagaray le tiene un cariño especial a La vida útil. Además de que se trató de una aventura emprendida entre amigos cercanos y que refleja de manera ficticia un lugar (Cinemateca) al que le profesa y le profesó gratitud, considera a la película como un pequeño “tesoro” que le remueve sentimientos cada vez que la menciona o la recuerda.

“Pienso en La vida útil como un tesoro. De verdad, la veo así incluso cuando la menciono en un parrafito sobre los proyectos en los que participé, o sobre las películas que ayudé a contar. Con La vida útil siento una especie de impulso amoroso muy especial. Me enorgullece haber participado de su creación, le tengo un cariño irrestricto y creo que también es una rareza, porque es una película que tiene ciertos cultores”, dice.

Para la guionista y escritora, La vida útil toca especialmente a todos quienes respiran el cine de la misma manera que el personaje de Jorge –hay referencias a los bailes de Fred Astaire, a La diligencia de Ford, al cineasta portugués Manoel de Oliveira–, pero también conecta con el resto al hablar de las revanchas que la vida guarda, en secreto, a la vuelta de la esquina.

“Es una película que habla de cinefilia, pero también de las segundas oportunidades, de qué hacer con la vida cuando una parte parece apagarse, y cómo esa parte puede terminar, a su manera, por alumbrar lo que viene después. Por esa aparente simpleza, es una película que adoro”.
Hernández coincide en el culto que se ha hecho alrededor de la película en determinados círculos, y menciona también que encontrarse con el título en boca de colegas extranjeros en el exterior no es nada extraño. “Todavía me pasa que estoy en otros países y se refieren a mí como ‘el fotógrafo de La vida útil’. En el circuito cinéfilo es una película que caló”.

Veiroj, que la vio por última vez en 2016, cuando el Harvard Film Archive en Boston hizo una muestra con todo su trabajo, tiene claro que la película despierta sentimientos intensos en él, que está plagada de homenajes a personas e instituciones queridas y que guarda en celuloide el testimonio de una manera de sentir el cine que, de alguna manera, él siente como propia.

“Para mí tiene el valor de haber fantaseado con algo y haberlo podido llevar adelante. Como tituló su primera muestra de arte Gonzalo Delgado: Cuida tus deseos. Naturalmente cito esto porque se me han cumplido siempre, y La vida útil es eso para mí. Al igual que con todas las películas que hice, me da mucha satisfacción que se sigan viendo, que tengan una audiencia que las descubra. ¿Qué más puedo pedir? Es una satisfacción grande crear algo y que pueda calar hondo en quien lo mira”.

Fuente: El Observador