El ritual en torno al tambor comienza mucho antes de calentar las lonjas; en el taller de los fabricantes. Dos de los mejores creadores del país explican el proceso.

En la cabeza de Juan Olmedo siempre suena un tambor. Suena un golpe, un corte, una variante. Es que para Olmedo, jefe de cuerdas de La Tangó, el instrumento tiene un valor sentimental que va más allá de la función que cumple. Dice que al tambor se lo mima, se lo cuida, no se le hace daño. El tambor no se presta.

El tambor de Olmedo nació con los mismos cuidados, en lo de Álvaro Rabasquiño, un fabricante de tambores que cree que lo suyo es artesanía pura.

Faltan tres días para las Llamadas y en el taller de Rabasquiño la carga se siente, según cuenta, “la meca del tamborilero es poder tocar en esa ocasión”.

Rabasquiño comenzó a construir tambores hace 22 años y su primer tambor fue sin mucha información, más bien a acierto y error. En aquel momento, creyó que el crecimiento de las comparsas se trataba de una moda pasajera. Pero no fue así, y su taller creció cada vez más. No sabe con exactitud cuántos tambores lleva hechos, pero imagina que cerca de 4.000.

“La venta se ha masificado mucho porque el candombe pasó de ser un evento puramente tradicional, cultural, a convertirse en un evento social. Se ha perdido bastante la tradición”, sentencia Rabasquiño, con las manos apoyadas sobre un tambor.

Joan Fernández también construyó su primer tambor sin saber demasiado, hace 23 años. Desde chico los vio pasar por la puerta de su casa, en el Cerro, y un día se animó a probar de fabricar uno con algunos amigos. No nació en una familia afrodescendiente, ni candombera, ni se siente en la libertad de decir que lo hace por tradición, dice que a los más de 10.000 tambores que lleva construidos al día de hoy, intentó hacerlos con respeto.

Fernández recuerda una noche de esos primeros años de creación en la que se despertó soñando cómo resolver una parte del proceso. Y funcionó. Veinte años más tarde, el proceso volvió a mutar. “Es todo sumamente artesanal. Hay que mecanizarlo para ser más efectivo pero todo se dobla a mano, se arma a mano, se toca a mano”, cuenta desde su taller en el Parque Tecnológico industrial del Cerro.

Según Rabasquiño, la fabricación de un tambor puede tardar hasta diez días, sin embargo, el armado en serie hace que cada dos días salga un tambor de su taller, pronto para hacerlo sonar. El instrumento puede costar entre $ 11.000 y $ 15.000, dependiendo de la madera con la que se fabrica y el tipo de tambor que es: piano, repique o chico.

Ambos artesanos coinciden en que la verdadera pasión está en trabajar la madera, que es lo que hace a un buen tambor. El instrumento suele fabricarse con Pino Brasil, Fresno o Roble.

Del bruto se cortan listones del largo del tambor, del que luego saldrán “duelas” que darán la forma al instrumento. A estas tablas se las humedece para que la madera se ablande y luego se las pasa por el fuego para darles la curvatura correcta, con ayuda de las manos y de parrillas en las que se las deja secar. Una vez que adquieren una leve curva, se las encola y se las apoya una al lado de la otra, dándole forma de tambor. Se las aprieta con flejes, que aseguran firmeza. A eso le sigue el pulido, el barniz, los herrajes. La lonja.

Fernández dice que se trata de una pequeña obra de ingeniería, “lo que importa es que funcione”. Y que suene bien. Pero para ambos artesanos es, además, un símbolo de la cultura nacional.

“Es parte de la tradición uruguaya. Cada instrumento que es autóctono del país se mira de otra forma. El artesano se respeta muchísimo, no en vano se está construyendo el instrumento autóctono del país. El candombe es lo que nos representa”, comenta Rabasquiño.

Y si hay algo que llama a la tradición es también el ritual en torno al cual se toca el tambor. A las seis de la tarde Olmedo cita a la cuerda para prender el fuego. Se acercan, con cuidado, se calienta la lonja. De un lado, del otro, para que suene bien, y a la calle. Es ahí, en la calle, donde Olmedo se olvida de todo para dejarse llevar por el ritmo y expresarse tal cual es. “Cada vez que me cuelgo el tambor me olvido de todos los problemas. Voy tocando, concentrado en lo que hago y lo que me rodea”, expresa.

Para Hernán Penedo, director responsable de La Tangó, una de las cosas que más lo motiva a tocar el tambor es el trabajo en equipo. “No concibo el candombe sin un equipo entero tirando para el mismo lado”, cuenta.

De hecho, los propios artesanos son conscientes de la importancia del diálogo entre los diferentes integrantes de una cuerda a la hora de fabricar el instrumento. “La comunión de juntarse con la gente y colgarse el tambor y tocar tiene mucho de cofradía. Es comunicación, el candombe es comunicación. Es un diálogo entre chico, repique y piano”, dice Fernández.

Más lonja, menos tradición: así podría traducirse lo que Rabasquiño cree que ocurrió el paso del tiempo. “Antes había que pasar algunos filtros para aprender a tocar el tambor que hacía que saliera a tocar la persona que realmente quería hacerlo. Hoy ya no es así, las Llamadas son mucho más visuales que técnicas”, señala.

Ese cambio también se traduce en números. Fernández comenta que el boom de salir a desfilar en cuerdas de tambores comenzó hace aproximadamente 15 años. “Hace 20 años había tres fabricantes de tambores. Hoy en día somos un montón”.

Rabasquiño, por su parte, dice que cuando comenzó a fabricar -hace 22 años- existían 12 comparsas, en 1998 existían 17 y en el 2000 el número aumentó a 40 comparsas.

Otro de los motivos que para Fernández influyó en el aumento de la venta del instrumento fue la compra de tambores por parte de instituciones y la inversión del Estado. En su caso, en 2009 fabricó 450 tambores para un proyecto de Secundaria y en 2010 hizo 150 para UTU.

La adhesión de más personas al candombe hizo también que los artesanos pasaran a fabricar más tambores para personas particulares en lugar de hacerlo para comparsas enteras.

Más tambores, nuevas pretensiones
Para el fabricante de tambores Álvaro Rabasquiño, el crecimiento de adeptos al candombe hizo que cambiase la demanda de quienes tocan el instrumento. “Antes el tamborilero quería que el tambor sonara, sin importar si era cuadrado, redondo o triangular. Hoy en día importa mucho la estética del tambor también”, comenta el artesano.

Fuente: El País