Más de 40 científicos uruguayos trabajan con esta molécula cuyo campo de estudio está en auge.

El ARN es algo así como el hermano menos conocido de Luis Suárez, pero que es igual o tal vez más talentoso. Explicarlo así puede sonar un sacrilegio científico pero la realidad es que mientras muchos conocen al ADN —esa molécula fantástica que almacena toda la información genética que nos hace lo que somos—, el ARN no goza de la misma popularidad, aun cuando tiene a su cargo tantas funciones esenciales que la vida sería inconcebible sin su trabajo.

Sin embargo, aunque para el gran público esta molécula puede ser desconocida, en la comunidad científica el ARN es una de las estrellas de las últimas décadas, cuando su estudio comenzó a profundizarse y se identificaron nuevas funciones que permitieron entender el funcionamiento y también el desarrollo de enfermedades. Ese campo de estudio reúne a científicos alrededor del mundo, y Uruguay no es la excepción.

Por eso, luego de un encuentro preparatorio en marzo, desde hoy 1 de agosto existe un grupo de “científicos del ARN”, que aún no tiene nombre oficial pero que organiza su primera actividad formal. El grupo se llama provisionalmente RNA Salón Uruguay porque es la denominación genérica que otorga la RNA Society a cada una de las agrupaciones nacionales que la componen. Esta sociedad existe a nivel internacional desde hace 25 años y hoy nuclea a más de 1.800 científicos de diferentes disciplinas cuyas líneas de investigación tienen en común al ARN.

En Uruguay
Los 44 integrantes del RNA Salón Uruguay pertenecen a diferentes instituciones científicas del país como las facultades de Ciencias, Medicina, Química y Veterinaria; el Institut Pasteur de Montevideo (IP Montevideo), el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) y el INIA, entre otros.

Los científicos trabajan en disciplinas como biología molecular, virología, evolución, genómica y bioquímica, entre otras, y desarrollan investigaciones que estudian al ARN y su rol o utilidad en el desarrollo del cáncer, enfermedades causadas por parásitos, el proceso de formación de espermatozoides, la comunicación entre neuronas, y los mecanismos de adaptación al estrés en plantas, entre otros temas.

Por qué el 1 de agosto
Su primera actividad formal es una jornada académica en la que se van a presentar los avances de algunos de los trabajos que desarrollan sus miembros.

Según contaron los investigadores Ana Ramón y Pablo Smircich (Facultad de Ciencias e IIBC), María Ana Duhagon (Facultad de Ciencias y de Medicina), Adriana Geisinger (IIBCE), Natalia Rego y Leonardo Darré (IP Montevideo), y Juan Pablo Tosar (Facultad de Ciencias-IP Montevideo), el objetivo de crear este agrupación es esencialmente generar sinergias, intercambiar información, ahorrar esfuerzos para solucionar problemas en común, colaborar y conectarse como grupo con investigadores de otros países para mantenerse actualizados con un mundo en el que la información se genera cada vez con mayor velocidad.

Y no fue casualidad que la primera actividad del grupo fuera el 1 de agosto. En 2018, esa fecha fue establecida por la RNA Society como el Día Internacional del ARN, y la propuesta fue planteada precisamente por un investigador uruguayo. Su sugerencia se basó en un juego de palabras que vincula las primeras tres letras del mes de agosto en inglés (“AUG”) con las tres letras de los aminoácidos que forman la primera parte (llamada codón) de la cadena de ARN: AUG (Adenina, Uracilo, Guanina); y el 1, por ser primer codón.

Para el futuro, el grupo prevé organizar otros encuentros académicos que permitan fortalecer el área. Según detallaron sus integrantes, mientras el grupo uruguayo se consolida seguirá formando parte del Club del ARN de Buenos Aires, que reúne a varios laboratorios de la provincia y que ha recibido también a varios científicos uruguayos.

El lado oscuro
Aunque la diferencia química entre el ADN (ácido desoxirribonucleico, la base del genoma humano) y el ARN (ácido ribonucleico) parece sutil, varias particularidades los distinguen.

Estructuralmente, el ADN está formado por cuatro nucleótidos o bases (adenina, timina, citosina, guanina) que se unen para dar lugar a la característica cadena doble en la que encontramos los genes. En tanto, el ARN también está formado por cuatro nucleótidos, pero en sustitución de la timina tiene al uracilo; y además, en su caso es una sola hebra que tiende a plegarse sobre sí misma (con algunas excepciones), lo que lo hace más versátil.

Por eso, a nivel funcional, mientras que el ADN básicamente almacena información genética —como un manual de instrucciones o una receta para construir la vida—, el ARN no solo es el encargado de transportar y transmitir la información entregada por el ADN para que las células puedan fabricar las proteínas esenciales para el desarrollo de las funciones vitales, sino que además se presenta en diferentes variantes que tienen distintas funciones.

Fue recién gracias al desarrollo de las técnicas de secuenciación de las últimas décadas que se comenzó a conocer más sobre el ARN. En efecto, hasta hace pocos años se pensaba que solo 2% del ADN humano producía ARN capaz de codificar (fabricar) proteínas. El resto se denominaba “ADN basura”. Hoy sabemos que buena parte de ese ADN genera “ARNs no codificantes” que en realidad tienen funciones biológicas importantes. Debido a que no se conoce cabalmente la utilidad se llamó “el lado oscuro” del ADN.

Pero hace menos de una década se detectó que esa gran porción de ARNs no codificantes en realidad intervienen en la regulación de genes, es decir, funcionan como interruptores que determinan cuándo se encienden y apagan los genes. Por estos hallazgos, el estudio de esta molécula (y sus diferentes variantes) está tomando cada vez más relevancia para, entre otras, desarrollar estrategias basadas en este ácido para tratar y prevenir enfermedades.

No es como un club de fans, pero el RNA Salón Uruguay reúne precisamente a quienes están avanzando en este nuevo territorio.

Fuente: El Observador