El fundador de la cadena chilena Cowork cuenta como se está desarrollando su negocio en Uruguay y repasa su carrera emprendedora.

A cinco meses de la apertura de Cowork Montevideo, las instalaciones se ven colmadas de emprendedores que trabajan en algún proyecto. Este es el primer espacio de trabajo colaborativo de la cadena chilena Cowork que se inauguró fuera de Chile y el quinto en total.

Su cofundador Sebastián O’Ryan emprendió por primera vez con 17 años y nunca paró. Pasó por diversos rubros, desde vender ají en aceite de oliva a juguetes.

A corto plazo, inaugurarán un edificio entero de tres pisos de Cowork en el país andino y aspiran a consolidar la posición en Uruguay y crecer en la región.

¿En qué momento se dio cuenta de que quería emprender?
Fue en una conversación con mi abuelo, que hoy en día está en el cielo. Hablábamos de qué quería hacer en mi vida y me dijo: “Vos tenés algo que nadie tiene. Te acabo de pasar un problema matemático y te has pasado dos horas en tratar de resolverlo. Tienes la mentalidad de querer encontrar soluciones y llevar ideas a la práctica”. Él siempre me dijo que yo era muy creativo. En mi foro interno luché con eso. En parte, porque todos en mi familia son médicos.

Pero cuando me di cuenta del placer que producía ejecutar una idea me enamoré. Es como cuando te hacés un tatuaje y luego querés hacerte otro y otro. Sentí esa adicción con el emprendedurismo.

¿Cuál fue su primer proyecto?
Traté de hacer millones de emprendimientos. Primero partí con uno que se llamaba Endorfinas. Yo era la típica persona que organizaba los partidos de fútbol con mis amigos. Y pensé en que sería ideal un app en la que se creara el evento, los invitados confirmaran asistencia y recibieran un mensaje en el estableciera si se haría el partido. Se hizo un sitio web, pero tuvimos problemas con la tecnología y nos frenamos. Además, fracasamos por un problema con los socios.

Después decidí hacer algo sencillo. Me encantaba el ají verde con aceite de oliva. Compré montones de ají, de aceite de oliva y lo metí dentro de tarros. Hice como 2.000 y vendí cinco. Me los compró mi madre.

Más adelante, a los 23 años apareció Myachi. Es un juguete que consiste en un saquito de arena que se tira de una mano a la otra. La única regla es que no podés agarrarla con la palma de la mano. Llegó Antonio, mi actual socio de Cowork, y me pone el Myachi en la cabeza y me dice: ‘Seba, este va a ser nuestro primer emprendimiento’. Él venía de New York, donde estaba súper de moda. Enseguida se unió Horacio.

Fuimos a unas tiendas pequeñas en Chile y le hicimos una presentación. Yo había practicado toda la noche con el juguete y parecía que era fácil de usarlo. Acabada la presentación nos dice: ‘Quiero 5.000 para dentro de una semana’. Nosotros no teníamos empresa, factura, ni nada. Tampoco sabíamos si el gringo lo seguía produciendo. En una semana conseguimos plata, armamos una especie de empresa, los trajimos por avión, hicimos material de punto de venta, y hasta conseguimos Myachi Master, malabaristas que encontrábamos en los semáforos. Creció bastante. Hasta que después de mucho aprendizaje, fracasó. Quedamos en cero. Fue un MBA de emprendimientos.

¿Luego vino Cowork?
Sí. Cuando fracasamos pensamos que hacía falta un lugar en el que los emprendedores pudieran compartir. En una conversación con un café se puede aprender del otro y contar sus experiencias que pueden servir para que el otro no cometa los mismo errores. Y ahí creamos Cowork con Horacio y Antonio.

¿Nunca fue empleado?
Sí, yo siempre les digo a los emprendedores que no le tengan miedo a ser empleado. Te enseña mucho. Si eres alguien al que le gusta aprender, eres una esponjita, estar metido en el mundo laboral formal, no como emprendedor, te da metodología y conocimientos que no te da el emprendimiento. Creo que es súper relevante adquirir el conocimiento del mercado, porque la universidad no te enseña esas cosas. Se aprender al andar, pero es mejor si ya lo tenés al empezar un emprendimiento. (Yo me metí a los 23 años en Oracle).

¿Cómo nace Cowork?
Horacio estaba en Estados Unidos haciendo un MBA. Cuando estábamos cerrando Myachi nos muestra un dibujo de un Cowork en una servilleta. “Esto es lo que imagino”.

Todos los emprendimientos necesitan un ecosistema. Quien inicia un proyecto, primero necesita flexibilidad y ahorro de gastos. Para eso no hay nada mejor que conseguir algo compartido. Pero aparte de eso necesitan a alguien que articule el conocimiento ya sea de experiencia de éxitos y fracasos o conocimientos de cualquier otra cosa que pueda tener esa persona. Y eso es lo que hay detrás de Cowork.

En la tercera patita está el financiamiento. Eso lo estamos haciendo de a poquito, sobre todo acá en Montevideo que se está dando súper fuerte porque tenemos una incubadora y una red ángel. Estamos ayudando fuertemente a los emprendedores en esas tres patitas que creemos fundamentales para el desarrollo de cualquier emprendimiento.

¿Cómo fueron los primeros pasos?
La gente siempre pregunta cómo conseguir plata, cómo te financias. Siempre hay que romper las reglas. Nosotros nos postulamos a Startup Chile aunque fuera solo para extranjeros. Como Horacio tenía pasaporte inglés y estaba estudiando en Estados Unidos, se inscribió como inglés. Ganamos. Somos los primeros chilenos en haber ganado.

Obtuvimos US$ 40.000 pero no era suficiente para abrir un Cowork. Fuimos al banco solicitamos un prestamos de US$ 100.000 y nos lo dieron. Hoy los emprendedores no se arriesgan a endeudarse en ese monto. Cree en tu proyecto, endéudate, ten los cojones.

Después nos planteamos la inquietud de cómo crecer. No teníamos plata. Empezamos a ser creativos de nuevo. Empezamos a conquistar las municipalidades para convencerlos de que esa es la mejor opción para la gente que está en su municipalía. Para evitar el traslado y dar a los trabajadores la posibilidad de trabajar dónde viven. Convencimos a una municipalidad, que nos puso toda la inversión y nosotros pusimos el lugar y administramos y tenemos algún subsidio con los miembros.

¿Qué les atrajo de Uruguay?
Sinceramente, nuestra primera opción no era Uruguay. Lo hicimos porque Mario Sánchez (fundador de GlobalizeU y socio de Cowork Montevideo) nos buscó. Tenía esa red de contactos armada. Pero antes de decidirnos vinimos a evaluar. Estuvimos un mes en Uruguay para ver si estaban las condiciones de abrir un espacio de cowork y nos dimos cuenta de que sí. Hay un alto nivel técnico y profesional de los emprendedores. La cantidad de proyectos buenos que se ven acá es mucho mayor de lo que se ve en Chile. Segundo, porque tiene el potencial de crecer internacionalmente; no hay chilenos que sepan crecer internacionalmente y Uruguay sí lo sabe hacer. Tercero, por la personalidad. Siempre tiran para adelante y avanzan. Tienen todos los ingredientes necesarios para despegar.

¿Cómo está funcionando?
Espectacular, mucho mejor de lo esperado. Tenemos empresas de múltiples rubros; eso le genera una riqueza al Cowork indescriptible. Además estamos súper bien ubicados. Se está mezclando gente, no solo de emprendimiento, sino de empresas también. Lo están usando mucho como sala de reuniones. Vienen empresarios y comienzan a hablar con starters. Está pasando lo que siempre quisimos: ser un puente entre los empresarios y los emprendedores. Estamos super felices. Estamos poniendo más mesas, y ya vamos a incubar proyectos acá adentro.

¿Se están vinculando emprendedores uruguayos y chilenos?
Llegamos a Uruguay con la promesa de que los emprendedores podían cruzar la frontera a Chile y que nosotros íbamos a ser responsable de eso. Y está pasando.

Ha dicho que no respalda la cultura de Silicon Valley, ¿por qué?
No creo que sea bueno meterle en la cabeza a los emprendedores que tienen que intentar ser un Google o Facebook y tratar de levantar plata a través de un fondo de inversión. Porque la probabilidad del fracaso es cercana al 100%, primero porque no estás allá, por ende no estás en contacto con los VC y el networking en general. Los medios a veces lo pintan como la maravilla, pero no lo es.

Lo primero que tienen que hacer es aprender a hacer negocio. Y eso se puede hacer vendiendo queso o pan. Cuando tengas solucionado el tema de saber hacer negocio, hay que empezar a apostar fichitas en estas cosas de alto impacto.

Silicon Valley apunta a mostrar solo esos casos de éxitos, la gente se emboba, se estereotipa, y termina apuntando a eso, cuando el emprendimiento no tiene que ser rocket science (ciencia de cohetes). Puede ser algo muy sencillo que aporte valor, genere empleos, que ese empleo genere felicidad y que haga algo noble.

¿Qué le falta al ecosistema uruguayo?
Le falta ser más transversal al nivel socio económico, algo que también critico del chileno. Que la gente de todos lados, da lo mismo dónde nazca, tenga las mismas oportunidades. Y cuando el emprendimiento se pone tan de moda y se inculca que tiene que ser un Google o Facebook, le cierran la posibilidad de emprender a aquellas personas que no tienen ese nivel de conocimiento.

El emprendimiento es democrático, cambia los países, porque mejora la situación económica de todos.

¿Qué le queda por hacer?
Muchísimo. Yo recién estoy partiendo. Hay una frase que me encanta: Always have a beginner’s mind (siempre ten la mente de un principiante). Si me hacés esta pregunta a los 90 años, te voy a decir: ‘Puff, tantas’. Siempre me va a faltar algo.

Fuente: El Observador