El pianista y compositor—que se presentará con orquesta en el Teatro Solís— habla sobre su carrera, sus giras internacionales y los desafíos de ser padre, que en su caso involucra la discapacidad.

Por Carolina Villamonte
Foto: Federico Rubio

Tal vez casi sin proponérselo, Luciano Supervielle concibe su carrera en etapas. Cada vez que habla de un nuevo proyecto sabe que es algo que tiene principio y fin, y que en el futuro habrá cosas diferentes. No queda muy claro si él ya sabe cuál será la etapa siguiente, pero la inquietud artística lo llevará a explorar caminos nuevos, pues parece estar despojado de cualquier prejuicio musical. Escucha Arctic Monkeys o el dj berlinés Boys Noize, también Ravel o Debussy, y cada tanto vuelve a Zitarrosa y recuerda su niñez en París creciendo en una casa de intelectuales viviendo en el exilio, a donde iban de visita el Sabalero (José Carbajal) y Daniel Viglietti. Estudió música desde niño y siempre supo que ahí estaba su futuro.

Tocó hip hop, funk, rock, integró la banda Plátano Macho, y tocó con las entonces promesas de la música de hoy, siempre más grandes que él. Iba adelantado. Con apenas 23 años trabajaba con Jorge Drexler y se unió a Bajofondo. Más adelante editó discos como solista. De los teclados, la bandeja de dj, y un poco el micrófono, volvió al piano clásico y empezó a mezclar todo lo que hasta el momento había ido recogiendo.

En la música no hay fronteras, y Luciano Supervielle es un defensor de esta máxima. El año pasado presentó un concierto con el violonchelista, compositor y director de orquesta brasileño Jaques Morelenbaum que fue una delicia. Este año la apuesta subió, y Supervielle armó un show en el que une la música electrónica (y todo lo que compone su ADN musical) con una orquesta dirigida por el brasileño, basado en el poema

La esfera de Jules Supervielle, su tío bisabuelo. El concierto —el viernes 3 de mayo en el Teatro Solís— quedará grabado en un disco que será la consolidación de esta etapa en la carrera de Supervielle.

Hijo de madre francesa y padre uruguayo, Luciano vivió en Francia hasta los cuatro años. A los ocho pisó Uruguay por primera vez, e instalado en el Prado, empezó una etapa luminosa de su vida. Hoy, a los 43 años, es padre de un varón de seis y una niña de cuatro, vive en un apartamento del complejo junto a Canal 5, y viaja varias veces al año para tocar en vivo en festivales y conciertos en giras. Pero las estadías en el exterior ya no superan los 15 días; la responsabilidad y el amor de padre no se lo permiten. Lejos quedaron los años de músico bohemio y desestructurado. Cuando está en Montevideo, su jornada laboral en el estudio instalado en un pequeño apartamento cerca de su casa, empieza a las 8 y termina a las 5. Allí es donde se concentra, compone, ensaya, estudia, crea nuevos proyectos y empieza a pensar en el siguiente ciclo de su carrera.

¿En general, ves tu carrera como en etapas? Cuando sacaste Suite para piano y pulso velado también hablabas de una etapa que iba a tener su fin para dar paso a otra cosa.
Sí, exactamente. Para mí, esto no deja de ser una etapa, no es que toda la vida voy a hacer música para orquesta, simplemente es una cosa que yo necesitaba transitar en algún momento. Lo veo realmente como la culminación. En el momento de hacer Suite… (su último disco) tenía en mi cabeza esto de llevar el proyecto a una orquesta. Son inquietudes artísticas por las que he ido transitando. Un montón de cosas que estoy trabajando acá las tuve que aprender, estudiar, y son cosas que me dejan un montón de herramientas para aplicar a futuro. Sí, mi vida ha estado muy marcada por proyectos muy diversos, ya sea haciendo discos o música para películas. Para el 2020 ya tengo un proyecto muy importante que es hacer la música para el ballet de La tregua, para el Ballet Nacional del Sodre, con la coreógrafa Marina Sánchez.

Es como que vas sumando conocimiento y vas pasando de etapa.

Sí. Tiene que ver con mi personalidad, con una inquietud de estar haciendo cosas nuevas, siempre tratar de encontrar desafíos artísticos como para ir ganando conocimiento, herramientas compositivas o lo que fuera. Mismo con Bajofondo (cuyo disco nuevo van a presentar en octubre o noviembre en Montevideo), que ha sido seguramente el proyecto más influyente en mi vida artística y personal, se ha ido renovando constantemente. Creo que en ese sentido todos los discos mantienen una línea y podés reconocer un estilo propio de la banda, pero son también muy diferentes entre sí.

¿Por qué echar mano a la música clásica?
Me conectó con una etapa de mi pasado. Cuando era adolescente estudiaba mucho piano clásico al mismo tiempo que tocaba en Plátano Macho. Mi formación instrumental y musical (estudié composición y arreglo) iba en paralelo con mi actividad como músico de hip hop, y como músico profesional. Fue como reconectarme con esa época después de muchos años de incluso haber dejado el piano. Fue como revalorizar un montón de conocimiento ahora que soy más grande. Tengo 43 años. Me doy cuenta de cómo a lo largo de mi vida las cosas que he ido adquiriendo son un patrimonio muy importante. Me pasa con otras cosas, música que he escuchado, o músicos con los que he tocado, te van generando un patrimonio que si lo volvés a mirar y hacés foco en eso, te das cuenta de que tenés un camino recorrido que es valioso. Algunos músicos más jóvenes me preguntan cómo es mi proceso creativo. Y para mí siempre es importante hacer hincapié en que componer música es algo muy importante, aunque no sea para editarla. Te va generando un patrimonio que nunca sabés cómo lo vas a reutilizar. Hoy toco cosas que compuse hace muchísimos años, que en el momento que las compuse no tenía un objetivo en particular, pero sí me doy cuenta de que toda esta etapa ha sido reconectarme con una parte mía del pasado.

¿Por qué elegiste el poema La esfera de Jules Supervielle como inspiración para esta obra?
Primero, porque Jules es tío bisabuelo mío, y es un poeta nacido en Uruguay pero pertenece a la literatura francesa porque solo escribió en francés. Es un poema que mezcla un montón de elementos de la poesía clásica con otros muy vanguardistas para la época. Me pareció interesante trasladar eso a lo musical con el mismo concepto de utilizar elementos de lo clásico desde un lugar más contemporáneo y rompiendo varias reglas. Es un poema que habla mucho del viaje. Él pasó mucho tiempo de su vida arriba de un barco, porque viajaba mucho del sur a Europa. Y yo me identifico con eso porque también mi vida ha estado muy marcada por los viajes.

El año pasado hiciste varias giras por Europa (Alemania, España, Austria, Italia, Noruega). ¿Cómo se concretan esas giras?
Hace muchos años que hago giras y lo he hecho en contextos muy diferentes. Giras con una empresa grande como puede ser Bajofondo, en que viajan 16 personas y hay booking agence (agencias de programadores), de una manera muy profesional. Las giras que vengo haciendo en los últimos tres años con mi proyecto solista son mucho más artesanales. Si bien tengo una manager en Argentina que me conecta con los programadores, voy solo, sin manager ni sonidista. Viajo con dos teclados, pedales, dos computadoras; bastante cargado pero me lo armé de manera que lo pueda transportar yo solo. En este caso, yo me contacto directamente con festivales a los que me interesa ir porque me gusta el perfil; en otros casos me invitan. Vivo de tocar, es mi trabajo, nunca gané dinero vendiendo discos. Pertenezco a una generación que ya agarró la última etapa de oro de la industria discográfica. Sí genero derechos de autor al ser compositor y que mi música se haya utilizado en películas. Pero mi salario es tocar en vivo; entonces, el año me lo organizo de manera de poder estar trabajando. A veces tengo trabajos más de estudio, como hacer música para bandas sonoras, que me implica trabajo sin viajar. Desde que tuve a mis hijos trato de viajar menos, o más fraccionado, no hacer giras demasiado largas.

Hace seis años, Luciano fue papá de Julián, que tiene síndrome de Down, y tanto él como su esposa Eloísa se han involucrado de lleno en el ambiente de las personas con esta condición y se les ha abierto un mundo nuevo: ella trabaja de forma honoraria en la directiva de la Asociación Down del Uruguay, y él apoya activamente todas las actividades desde su trabajo como músico. A los dos años tuvieron a Nina, que también nació con una discapacidad: tiene acondroplasia, el tipo más común de enanismo.

¿Cómo es tener hijos con discapacidad?
Cuando nació Julián nos sumergimos en un mundo absolutamente desconocido para nosotros y con los años nos fuimos empapando de todas las cosas que conlleva tener un hijo con síndrome de Down, o para mi hijo lo que significa tener síndrome de Down en la sociedad actual. Fuimos tratando de optimizar al máximo todos los recursos y las posibilidades, y es mucho lo que se puede lograr si tenés una actitud proactiva a la situación. Con Nina fue otro baile distinto, más difícil todavía porque es una enfermedad mucho más rara, hay muy pocos en Uruguay, creo que es uno en 300.000. También tratamos de no tener una actitud pasiva, de utilizar esto como un motor para ir adquiriendo conocimiento siempre con el objetivo de utilizar al máximo las posibilidades de ellos. La realidad es que están muy bien los dos, hemos tenido suerte porque hay casos en los que el síndrome de Down está asociado a algunos problemas de salud complejos. En el caso de Julián no hemos tenido muchos problemas. Es inevitable pasar por un período de shock y de trauma, como cualquier persona que vive eso, pero también llega un punto en el que lo normalizás, deja de ser un tema, es normal en nuestra vida. Yo me acuerdo que al principio tenía la necesidad de contárselo a todo el mundo, ahora ya no, es como que ya… es nuestra vida, es normal, no es un problema, para nada.

¿Cómo ves la inclusión en la sociedad? ¿A qué colegio van?
Al CENI, que es un colegio que tiene una gran tradición de integrar. Creo que hay un abismo de hace 10 años a hoy, ha cambiado mucho, por suerte, la mentalidad de las personas. Antes de que naciera Julián yo era muy ignorante, tenía muchos prejuicios. Me parece que hoy se está ganando mucho terreno en información. Siempre que hablo de Julián lo comparo con una persona normal, y digo, si vos a una persona normal no le brindás oportunidades… Hace poco tuvimos una discusión grande sobre el tema de la mujer y el machismo en la música. Hubo unos festivales que no tenían participación de mujeres y fue todo un tema. Uno de los argumentos era porque no eran tan taquilleras. Bueno, si no tienen la oportunidad de participar en esos festivales tampoco van a ser taquilleras. No es por una cuestión de capacidad. Lo mismo con el síndrome de Down, si vos les das más oportunidades de participación van a poder optimizar sus posibilidades, y eso cambia muchísimo la participación de la gente con síndrome de Down en la sociedad. Estamos atrasados con respecto a otros países. En España, por ejemplo, la integración que tienen estas personas está lejísimo de lo que estamos acá en Uruguay, en lo laboral, escolar, de contemplar las diferencias, de participación en general. Francia es un país que tiene muchísimo recorrido en esto. Nosotros recibimos una pensión de Francia por Julián a través de la Embajada, y eso te marca el lugar de preocupación que tienen en el Estado. Acá también recibimos una pensión a través del BPS.

¿Cómo se da la integración en otros planos?
En todos los ámbitos en los que interactúa Julián siempre el retorno es muy bueno, no solo en su escuela, en los distintos talleres a los que ha ido, donde vivimos tiene un montón de amigos vecinos y es muy positivo también para los otros niños. Nosotros hemos tenido algunas malas experiencias, no lo voy a negar, por ejemplo de ir a centros de estudio en que no nos gustó para nada el encare y notamos rechazo, existe eso, pero nosotros estamos acostumbrados a experiencias muy positivas de interacción de Julián con otros compañeros porque es notorio lo bueno que es para ellos también. Julián habla mucho pero no tan claro; nosotros le entendemos, pero aún más le entienden sus compañeros, es impresionante. Yo a veces no entiendo lo que me quiere decir, y el amigo al lado me lo dice. Eso te marca un esfuerzo por integrar a una persona diferente, es positivo por donde se lo mire, y es una muestra de inteligencia del entorno, de cómo aceptar al diferente integrándolo. Y los niños son muy inteligentes en ese sentido.

¿Y cómo es con Nina?
Nina, como es más chica, recién ahora está empezando a darse cuenta de que sus compañeros son más altos que ella, pero intelectualmente es absolutamente normal. También creo que es muy diferente ahora con respecto a hace unos años, incluso con los enanos; hay otro trato. Yo sé que va a ser difícil en la adolescencia, como para todos los adolescentes que no tengan los cánones, con algún tipo de defecto. Nosotros vamos a tratar de darle el máximo de seguridad en sí misma, es un poco nuestro desafío. Nina es una niña con mucha personalidad, marca presencia en cualquier lugar en el que esté, lo que es buenísimo porque le va a ayudar mucho en la vida. Y con Julián se complementan mucho, tienen una relación muy linda, también se pelean, obviamente, como todos los hermanos, pero son muy lindos los dos, los amo mucho.

¿Haber tenido a los dos con problemas tiene algo que ver o fue casualidad?
Estuvimos averiguando y no hay ningún tipo de relación, es realmente casualidad. En el caso de Juli nos enteramos cuando nació, toda la gestación parecía normal, no hubo ningún indicio, fue una sorpresa. En el caso de Nina sí sabíamos que iba a nacer con algún tipo de problema, no sabíamos cuál, de hecho creímos que iba a tener síndrome de Down porque era más chica, y fue una sorpresa que no lo tuviera.
Es un tema genético, hereditario, pero en nuestras familias no hay casos. Estamos viviendo un momento de transición muy importante porque ya se sabe exactamente cuál es la molécula que impide el crecimiento y ya hay tratamientos clínicos sobre humanos que están dando muy buenos resultados. O sea que dentro de no muchos años va a haber menos acondroplasia.

¿Ella ahora tiene tratamientos?
No, no. Los tratamientos que existen hoy son bravos, de estiramiento de huesos, porque la sociedad está hecha para personas normales y tienen dificultades cotidianas, entonces esos tratamientos les cambian bastante la calidad de vida, son muy invasivos, dolorosos, y largos, de meses. Es muy probable que Nina llegue a beneficiarse en algún momento de estos tratamientos nuevos que están probando.

¿Cómo compatibilizás tu carrera de músico con la paternidad?
Al principio era por Skype y ahora con WhatsApp es mucho más sencillo. Es muy desesperante cuando pasan tres días y no podés contactarte, cosa que era muy habitual antes, porque cuando empecé a hacer giras, llamar a Uruguay eran 50 dólares la llamada, no había otra manera. Ahora con WhatsApp los veo todos los días. Pero después de ciertos días, sobre todo la nena ya me lo empieza a hacer sentir, no me quiere hablar y esas cosas. Pero por lo menos estoy en contacto con mi mujer, que también ha sido fundamental en todos estos años porque es la que ha bancado y me ha permitido seguir teniendo este ritmo de vida. Ella ha sido muy importante para poder desarrollar mi carrera, sin duda.

El sociólogo Marcos Supervielle, padre de Luciano, se fue exiliado en los años 70 para Francia, donde conoció a Teresa, una asistente social francesa hija de italianos. En París tuvieron dos hijos, Camila y Luciano. Tiempo después, Marcos quería volver a Latinoamérica y en el año 81 consiguió trabajo en Unicef de México. También era una manera de estar más cerca de Uruguay. En 1985, con el regreso de la democracia, llegaron a Uruguay.

¿Cómo fue volver del exilio para tu familia?
Para mi viejo fue re lindo. Yo nunca había pisado Uruguay, y pasé de vivir en el DF, una selva de cemento, locura total, a vivir en el Prado, en la calle Pedragosa Sierra. Decenas de amigos jugando al fútbol todos los días, fue un cambio superpositivo para mí, tengo un recuerdo muy lindo de mi infancia en Uruguay. Mi madre se adaptó rapidísimo. A ella le gustaba Uruguay, y es muy proactiva, muy dinámica, trabajando mucho se abrió paso. A los 20 años me volví a Francia, viví allá cuatro años más. Empecé a tocar con Drexler y cuando empezamos a tocar con Bajofondo yo todavía tenía mi apartamento en París. Francia es importante para mí en lo cultural, musical, estoy mucho en contacto con la cultura francesa siempre a través de gente cercana, ya sea familiares o amigos, o a través de literatura, películas; es parte fuerte de mi cultura.

¿Cómo te vinculaste con la música uruguaya en la adolescencia?
Yo ya conocía la música que escuchaban mis viejos, mucha música folclórica, popular. En los 70 entre los exiliados en París había una cosa medio romántica, nostálgica. Mi viejo tuvo un rol activo en ayudar a los presos políticos. Por ejemplo, había un gran pianista argentino que se llamaba Miguel Ángel Estrella, que estuvo preso en Uruguay y desde París lograron diplomáticamente sacarlo y llevarlo para allá. Mi madre estaba muy involucrada en esa vida. Las imágenes que tenía de Uruguay era lo que se veía en el informativo, siempre metralletas, entonces era horrible. Y llegué acá y era el Prado.
La música que sonaba en casa era Zitarrosa, Los Olimareños, El Sabalero. El Sabalero estuvo mucho en Francia, era muy amigo de mi viejo, Viglietti también. Entonces, esa música es parte de mi genética musical. De chico la música que me gustaba a mí era el hip hop, los discos que me había traído de México de rap para niños. Me gustaban mucho los Beatles.
Cuando me fui a Francia a los 20 años hubo un clic muy fuerte para mí en lo musical, porque por un lado, poco tiempo después empezamos a tocar con Bajofondo, lo que me implicó meterme de lleno en la música uruguaya de nuevo, el tango y el candombe. Me pasó el proceso psicológico que le pasa a cualquiera que se va de su país, que empezás a tener una mirada muy diferente de tu música, de las cosas de las que renegabas en su momento, o no pertenecían a ese mundo en absoluto. Todo eso que había sido parte de mi vida lo empecé a reincorporar como un patrimonio, eran herramientas muy potentes que ya estaban en mí, porque había convivido con eso.

¿Cuándo decidiste que ibas a ser músico?
Cuando iba al liceo ya estudiaba en la Escuela Universitaria de Música, y en ese momento la música era el centro. Y viste, esa mentalidad infantil de los que juegan al baby fútbol que se piensan que son Messi, bueno, a mí me pasó con la música. De chico me creía un genio; después me di cuenta de mis limitaciones. A los 16, 17 años me empecé a encontrar con gente de mi edad que era mejor que yo. Ahí dije: “Ups, no soy tan bueno como creía”. Eso me obligó a esforzarme más, a estudiar más. Y durante unos años ya no tenía tan claro que iba a poder vivir de la música, pero era lo que yo quería.

Nunca pensaste en ser veterinario o abogado.
Estaba seguro de que lo mío iba a estar relacionado con la música.

¿Y cuál era tu plan B?
Ser arreglador, o la musicología, la docencia; yo en una época daba clases, hice música para publicidad, era como ir diversificando, y ahora que soy músico consolidado, la realidad es que no sé bien qué voy a estar haciendo dentro de tres años. No sé si voy a tener la posibilidad de hacer un disco, de financiarlo. Para mí, hacer un disco implica una inversión personal, no es que ponga dinero, pero son años de trabajo en los que tengo que renunciar a otras tareas para poder dedicarme a eso. Desde que tengo hijos me he tenido que organizar diferente en la economía del hogar, tengo que tener cierta estabilidad que no necesitaba tener antes. La vida del artista, sobre todo en Uruguay, es bastante inconstante, tenés que ser previsor. Yo ahora, a las 8 de la mañana empiezo a laburar, paro a comer, y a las 5 de la tarde ya estoy en plan familia.

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