Del 6 de junio al 12 de julio, la ciudad que lo vio nacer a la magia y la ilusión podrá disfrutar su gran legado.

Cuenta la leyenda que Franz Czeisler se escapó de la Europa de entre guerra y llegó a Montevideo con 12 años en 1928. Era apenas un niño, pero ya ayudaba en sus trucos al fakir Baclamán, un calabrés que se hacía pasar por indio e hipnotizaba conejos y pollos. Con Blacamán, Czeisler aprendió a domar tigres blancos y panteras negras. Tan famoso fue el fakir que años después el mismísimo Gabriel García Márquez le dedicaría un cuento.

Esa fue la escuela para Czeisler, que se convirtió en actor, en bailarín y luego, en mago. Volvió a Europa, se casó, encaminó su vida hacia los trucos y el baudeville, pero el ambiente convulsionado de la guerra y la posguerra lo hizo emigrar de nuevo. Después de haber actuado en Hungría, Checoslovaquia y Rumania, Czeisler huyó y se desvaneció como los conejos de su galera.

Czeisler había nacido en 1916, en el pueblo húngaro de Tihany, a orillas del lago Balatón. Ya en esas giras improvisadas por los países vecinos decidió tomar como nombre artístico el de su ciudad.

En 1935 se casó con Miss Lia Marar, con quien comenzó a desarrollar actos de transmisión de pensamientos. El amor, la magia, las giras, el camino. Europa iba directo a la guerra, pero había personas que hacían de la ilusión, el asombro y la sorpresa el sentido de sus vidas. Parece una película de Fellini, en blanco y negro, o una de Woody Allen, también en blanco y negro: El sheik blanco se encuentra con Broadway Danny Rose. Así era la vida de Tihany.

En 1952 decidió dejar su patria y emigrar a América, como tantos. Desembarcó en Brasil, para trabajar en un circo y dos años después creó su propia compañía, en las afueras de San Pablo. Ya lo había dicho y escrito Stefan Zweig, otro inmigrante de Europa central: “Brasil es tierra de promisión”. Nacía así el Circo Tihany, que se transformaría en uno de los más importantes de América del Sur. A lo largo de los años, la fama de las giras se expandió por el mundo y Tihany fue sinónimo de calidad bajo su súper carpa con capacidad para cuatro mil espectadores.

En 1981, la compañía circense tuvo su propia película: Sucedió en el fantástico Circo Tihany, un filme argentino dirigido por el comediante Enrique Carreras y protagonizado por Tristán, Susana Traverso y Tincho Zabala.

Pero desde entonces el mundo del circo se ha transformado. Se potenció más la destreza física, el ilusionismo y la coreografía por sobre los viejos números con animales. En Tihany, estos están ausentes. Sí se reivindica el humor, con la presencia del cómico Henry Ayala Junior, considerado como “el príncipe de los payasos”.

El venerable Tihany perteneció a la generación de gente del circo que con esfuerzo debía clavar los palos para armar la enorme carpa bajo la cual actuarían noche tras noche en cada ciudad.

Hoy, con 98 años y afincado en Estados Unidos desde que se retiró en 1984, Tihany ve cómo brazos mecánicos y grúas montan la carpa en minutos. La tecnología llegó para quedarse en el mundo del circo.

El show de la compañía actual, bajo las directrices del ilusionista Richard Massone, es fiel a los orígenes.

Y las cifras abruman. Posee un cuerpo de 60 artistas, entre acróbatas, equilibristas, contorsionistas, trapecistas, gimnastas, bailarinas y magos , de 25 nacionalidades diferentes.

Es un show compuesto por 18 actos en un lapso de dos horas de duración. Se trata de una mezcla entre la tradición de circo con la sorpresa que provoca el uso tecnología digital y la gran variedad de efectos especiales.

La iluminación consta de 120 luces LED que generan figuras tridimensionales sobre el escenario de 700 metros cuadrados y que lo hacen mutar para provocar otro contexto. Así, como si toda la carpa fuera una galera, surgen helicópteros frente a los ojos o desaparecen 40 artistas con un simple pase mágico.

La tristeza del payaso se une al vuelo prístino de una paloma blanca, una coreografía con música a una zambullida aérea de un trapecista hacia un improbable colchón: el Velódromo de Montevideo será testigo de esto durante un mes, del 6 de junio al 12 de julio.

La ciudad que lo vio nacer a la magia y la ilusión ahora recibe su gran legado.

Fuente: El Observador