En el Teatro de Verano, la uruguaya conquistó al público a fuerza de éxitos y de carisma.
Natalia Oreiro le dedica «Paisaje» a su madre, que baila sonriente sobre una de las gradas de adelante, y ese pequeño momento justifica toda la noche. Está emocionada por estar cantando en su tierra (ya lo ha dicho), ante su familia y amigos, y eso nos termina abarcando a todos porque la actriz y cantante es de esas personas que te hacen sentir como en casa, que tratan con un afecto sincero.
La de anoche fue una noche de confirmación absoluta del valor popular que tiene Oreiro: hombres y mujeres se desacataron por igual, hubo varias banderas, globos y lágrimas, todos símbolos de eso que se genera alrededor de una estrella popular. Y ella es, seguramente, una de las más grandes que dará Uruguay en su historia.
A 16 años de haberse presentado en el Velódromo Municipal y habiendo demostrado que es muy buena actriz, Oreiro volvió a cantar en vivo en Montevideo, impulsada por el suceso que significó su interpretación de Gilda en una película, y respaldada en sus éxitos.
El show fue, entonces, de un tema explosivo a otro: primero se bailó cumbia con «Corazón valiente» o «Fuiste», y después se siguió bailando (más lento o más rápido) con el repertorio que la morocha fue construyendo entre discos y telenovelas, hace ya muchos años. Hizo «Me muero de amor» y «Cuesta arriba, cuesta abajo», parte de la banda sonora de Miss Tacuarembó, una versión de «0303» de Raffaella Carra y otra de «Todos me miran» de Gloria Trevi, y hacia el final aparecieron «Tu veneno» y «Cambio dolor». Para cerrar, cantó a capella y a pedido del público algunos versos de la canción «Valor».
Y el público respondió por igual a la música y al resto de los estímulos. Es que Oreiro hace varios cambios de vestuario (en todos luce espléndida), coreografías acompañada de dos bailarinas que ensalzan su prestancia, y se apoya en visuales y en una escenografía que tiene cierto aire de bailanta, con las bombitas de colores y los bailarines. Cuando la ocasión lo ameritó también hubo humo y lluvia de papelitos.
Aunque su voz es limitada y alguna vez se perdió en la noche y el bullicio, la uruguaya tuvo un aceptable rendimiento vocal (sorprendió en un par de oportunidades) y una gran compañía de una banda que reúne a músicos de la cumbia y del rock, para tener un buen equilibrio.
Pero más allá de las canciones, más allá de que que se trató de un concierto, lo de anoche fue un acontecimiento de esos que no hay que perderse, un show a lo grande lleno de colores y de emociones. Un show popular, que permitió que los espías de siempre se pudieran quedar contra el tejido del Ramón Collazo y no tuvieran que ser corridos por la seguridad; que mezcló a familias de diversas edades y clases sociales, y en el que Oreiro comprobó que es un ícono.
Es la imagen de un país, es una mujer comprometida con la infancia (convocó al coro Giraluna para participar) y con la igualdad de derechos, que se envuelve en una bandera LGBT que le llega del público para hacer de la letra de «Todos me miran» una proclama que trasciende géneros y sexualidades. Es la imagen de una diva, pero también de una chica de pueblo que conquistó todo, incluso su propia tierra, aunque esa conquista se le haya hecho desear bastante.
Fuente: El País