Una maquilladora y dos fotógrafos uruguayos cuentan de primera mano cómo fueron las últimas semanas de la moda de Nueva York, Londres, Milán y París, donde las restricciones impuestas por la pandemia obligaron a la industria a reinventarse

Después de meses sin un desfile de moda, la maquilladora uruguaya Virginia Vera fue contratada para el evento de Jason Wu a mediados de setiembre en el marco de la semana de la moda de Nueva York. La locación elegida por el diseñador fue la azotea de un hotel, con una ambientación inspirada en el balneario mexicano de Tulum. El espíritu escapista del show era evidente. Vera viajó desde las afueras de Nueva York, donde vive con su familia, hasta Manhattan para maquillar a las modelos. Antes, le pidieron que se hisopara. También tuvo que firmar una declaración diciendo que no había estado en contacto con alguien enfermo o visitado uno de los estados «rojos» y un contrato a través del cual los organizadores se deslindaban de toda responsabilidad si se contagiaba.

Al entrar le controlaron los papeles y le tomaron la temperatura. Además del tapabocas se colocó una visera de plástico -ella eligió una que se ajusta al cuello- y guantes de látex. En el espacio en el que normalmente habría habido seis personas estaban solo ella y su modelo, separadas del resto por mamparas de acrílico. Maquilladores, modelos, fotógrafos y técnicos en montaje volvieron a trabajar, pero ¿vale la pena?

«Esa es la conversación que teníamos todo el tiempo. Creo que esta semana de la moda los desfiles que se hicieron de forma tradicional no van a quedar en el tiempo. Los que van a quedar son los que innovaron e hicieron cosas diferentes, ya sea en lo digital o lo que sea. Creo que ellos son los que van a quedar, a marcar la historia. Cada vez que me lo preguntaba en mi cabeza decía: ‘No, no vale la pena estar acá'», aseguró Vera a Galería a través de videollamada.

Virginia Vera en el backstage de Jason Wu. 

La fotógrafa uruguaya Romina Introini, que desde hace un par de años trabaja retratando a quienes asisten a las diferentes semanas de la moda, coincide. «En los meses previos a la semana de la moda te dabas cuenta de que ya la moda no era tan relevante porque había cosas mucho más importantes a las que prestar atención. Por eso, la mayoría pensaba que esta temporada no iba a existir ni siquiera. Generó demasiada ansiedad para las personas que trabajan de eso el no saber si iba a suceder o no y había un sentimiento general de preferir que no se haga, que cancelaran y que se volviera en febrero de una mejor manera. Hay una parte tuya que lo quiere hacer porque siempre te gustó y, además, mucha gente vive de eso», explicó.

A pesar de las dudas, Introini terminó viajando en agosto a la semana de la moda de Copenhague -un evento menor, pero considerado influyente en la industria- donde todo se desarrolló con relativa normalidad. Allí, contó la fotógrafa, era raro ver a alguien con tapabocas. Sin embargo, el control de temperatura y los shows con capacidades limitadas era la norma. «Era positivo y te daba esperanza de que todo esto no va a desaparecer de pronto», contó. Ese sentimiento se reafirmó en las semanas que siguieron, cuando viajó a Londres y Milán.

Nuevas reglas. Cada año, el mes de la moda se extiende desde fines de setiembre a principios de octubre, pero en 2020 se vio trastocado -como todo-. Las condiciones podían cambiar de una semana a la otra si un brote inesperado volvía a aparecer en la ciudad de turno, ya fuera Nueva York, Londres, Milán o París. Por eso, la mayoría optó por no hacer desfiles presenciales. No solo podían resultar riesgosos, sino que también muchos se cuestionaban qué tan redituables resultarían.

Históricamente, los desfiles comenzaron siendo una instancia para las maisons de exhibir las prendas que se pondrían a la venta, presentaciones íntimas para prensa y el público selecto que podía acceder a ellas. Sin embargo, a partir de los 90 los diseñadores entendieron que los desfiles podían convertirse en algo mucho más importante, en un evento que permitiera materializar la visión de la marca, a través de experiencias inmersivas, música en vivo, coreografías y sets impresionantes, y transmitirlo por televisión e internet. Las prendas llegarían a los locales meses después. Así, por aquellos años Alexander McQueen sacudió al mundo pintando los vestidos en vivo con un brazo robótico y en 2019 Chanel montó un chalet, con nieve incluida, en el Grand Palais de París.

Las marcas se acostumbraron al esquema de al menos dos grandes presentaciones al año -que pueden ser hasta seis si se cuentan alta costura, colecciones crucero y moda masculina- alrededor de las cuales estructuraban sus estrategias de comunicación y de marketing. Las menciones en redes sociales por parte de medios e influencers les ofrecían una exposición sin precedentes. Por eso, pese a que el mundo cambió con la pandemia, grandes maisons como Chanel, Dior y Dolce & Gabbana se aferraron a la tradicional forma de hacer las cosas y apostaron a los desfiles presenciales, aunque con un aforo mucho menor que en eventos pasados.

El fotógrafo uruguayo Santiago Colinet, que viajó a París y Milán como generador de contenido para el influencer español Pelayo Díaz (que tiene un millón de seguidores), cuenta que a diferencia de años anteriores no pudo entrar como acompañante a la mayoría de los desfiles. «Era un poco más restringido, más elitista y exclusivo. Al no tener público asiático y de Estados Unidos, la cantidad de público era mucho menor. Había una sensación de cuidado, pero no de miedo. Este año fue muy complicado entrar a desfiles y solo pude ir a Balmain y Acne Studios», cuenta.

Pelayo Díaz junto al uruguayo Santiago Colinet.

Espacio para la creatividad. Si bien hubo un puñado de marcas que decidieron actuar como si nada hubiese pasado, otras tomaron la pandemia como un desafío para la creatividad, generando experiencias que combinaban lo físico con lo digital (fisical se le está diciendo en la industria, por el acrónimo de esas dos palabras). Ante un panorama desesperanzador y en el mismo momento en el que muchos se cuestionaban cuál era la relevancia de la moda, los creativos respondieron con los desfiles más originales de los últimos veinte años.

«Si me pongo a pensar, las marcas que decidieron no hacer los eventos físicos y hacerlos digitales tuvieron un desafío mucho más grande que los otros, porque los otros tuvieron que cambiar la cantidad de personas que invitaban, pero hicieron lo que siempre estaban acostumbrados a hacer. Pero crear algo digital y que sea interesante para la gente, que no sea otro vivo más, eso me parece un desafío de verdad», reflexionó Introini.
Balenciaga optó por el formato clásico del fashion film, sin embargo, fue su realización la que hizo que se diferenciara del resto. «No podía esperar a poder hacer un show, pero no se sentía correcto con todo lo que estamos viviendo. Entonces, hice un video musical», contó Demna Gvsalia, el director creativo, a Vogue. Con la canción ochentosa Sunglasess at night sonando de fondo, 59 modelos diferentes recorrieron las calles de París mostrando la última colección. «La esperanza es lo último en morir», agregó el diseñador georgiano.

Pero tal vez el video más memorable sea el de Moschino. «Lo que siempre trato de hacer con mis desfiles es crear un ambiente de ensueño y transportarnos fuera de todo lo que está pasando, envolviéndote en una cacofonía de tul y flores. Pensé en esto y traté de encontrar la manera de replicar lo que hago en vivo, pero en video. ¿Cómo podía hacer para darle a la audiencia ese sentimiento?», contó Jeremy Scott, director creativo de la marca a Vogue. Scott terminó montando un desfile como cualquiera, pero con marionetas.

La inspiración parte del Théâtre de la Mode, un show de marionetas itinerante que crearon diseñadores franceses en 1945 como alternativa a los desfiles, dada la escasez de materiales como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. En colaboración con el estudio Jim Henson’s Creature Shop, Moschino presentó 40 atuendos en modelos inanimadas, que eran observadas por la versión en marioneta de Anna Wintour, Vanessa Friedman, Hamish Bowles y otras referentes de la industria. Balmain y Louis Vuitton también priorizaron la presencia -ficticia- de los famosos en primera fila y colocaron pantallas y celulares reemplazándolos en su forma física. Los influencers, artistas y periodistas que fueron invitados a seguir el desfile a través de las plataformas de streaming, recibieron regalos y tentempiés en sus casas.

Desfile de Balmain con una front row virtual.

Un nuevo modelo. También hubo quienes optaron por pasar de estas fashion weeks, trastocando el autoimpuesto calendario de la moda. Marc Jacobs y Alessandro Michele, director creativo de Gucci, entre otros, tomaron este parate involuntario como oportunidad de despegarse de los tiempos tiranos del mundo de la moda y decidieron no mostrar colección en setiembre, cuando se presentaría normalmente la temporada primavera-verano 2021. Estas decisiones son parte de un movimiento dentro de la industria que busca instalar el modelo de see now, buy now (mirá ahora, comprá ahora). Michael Kors es uno de los impulsores de este cambio, que cree que es mejor para los periodistas, proveedores y, más importante, para los consumidores. «La ropa de otoño e invierno acaba de llegar a las tiendas en Nueva York. Mostrarles una colección de primavera cuando ni siquiera se compraron cosas para el otoño no tiene sentido», aseguró a la revista especializada Business of Fashion.

«Creo que la pandemia hizo que todos en el mundo de la moda nos cuestionáramos cómo veníamos trabajando, que era demasiado rápido, haciendo demasiadas temporadas por año, innecesarias. Tuvimos meses de vacío e incertidumbre en los que nadie sabía qué iba a pasar y ahora es el momento justo para bajar un poco y ser más conscientes. Esto afectó a todos, incluso a las marcas más grandes: no tuvieron otra opción que revisar lo que estaban haciendo. Incluso algunos se lo estaban preguntando desde antes y este fue el empujón para hacer las cosas diferentes», explicó Introini.

Romina Introini. Foto: Claire Guillon.

Pero no fueron solo las marcas de moda las que tuvieron que repensarse, sino todos los agentes de la industria. «Al principio de este año se me cortaron todos los contratos que tenía con diferentes marcas, se cancelaron viajes y producciones. Trabajé muchísimo menos, pero por suerte nunca dejé de hacerlo. Ahora se reactivó todo», contó Colinet, que viene incursionado en el formato video. Introini atravesó una situación similar: «Fui escalando año a año y después de golpe sentí que tenía que volver a trabajar empezando desde cero. También me hizo cuestionar mi trabajo y lo que venía haciendo hasta ese momento, si lo que estaba haciendo estaba bueno o si me había acostumbrado a hacerlo. Me hizo buscar otros caminos que no estaba explorando porque estaba conforme y segura», dijo.

Virginia Vera, ante la imposibilidad de trabajar con modelos, primero empezó a probar en su propio rostro diferentes maquillajes artísticos y a subirlos a su cuenta de Instagram. Luego, cuando pasó el pico de contagios, se juntó con la reconocida modelo Lineisy Montero y con la fotógrafa Kim Garduno para hacer una producción de fotos casera. Montero es fanática del animé, un costado que no suele mostrar en sus redes sociales o en su trabajo. Vera le propuso jugar con un maquillaje vanguardista y pelucas de colores para hacer unas fotografías tan íntimas como hermosas. «Al principio nos dio miedo mostrarlo, pero después nos dimos cuenta de que iba por ahí, por lo íntimo, por los sentimientos, por lo que nos remueve todo esto, por preguntarnos qué estábamos haciendo y cómo vamos a seguir», explicó la maquilladora.

Ese tipo de trabajos, experimentales y no tan atados a los requisitos de la industria, hicieron que apareciera su veta más creativa y emocional. Así, cuando pudo retomar la rutina lo hizo con energía renovada. «En cuarentena hice un maquillaje inspirado en Moschino y logré que lo reposteen en su cuenta. Eso te demuestra que podés hacer cosas increíbles desde tu casa, incluso me llevó a tener un contacto con ellos porque me escribieron. A veces tenemos la sensación de que las marcas están muy lejanas y no, con las redes sociales, no es así. Está volviendo todo a lo natural, a lo hecho en casa, a la poca producción, que las cosas no sean tan plásticas, que sean más humanas».

Escribe: Alejandra Pintos

Fuente: Revista Galería