Empresarios y referentes analizan cómo impulsar una industria impetuosa aunque pequeña, que pelea por posicionarse en un competitivo mercado global.

Que los cambios ocurren cada vez con más rapidez nadie puede negarlo. Hace 20 años, se contaban con los dedos de una mano los emprendedores uruguayos que intentaban hacerse un lugar en el mundo lejano de los videojuegos; hoy ya se habla de una industria, compuesta en su mayoría por pequeños estudios, desarrolladores independientes y algunas excepciones de empresas nacionales consolidadas, como Ironhide Game Studio, Pomelo Games y Batovi Games Studio, y las multinacionales Etermax y Globant que están establecidas en zonas francas de Uruguay.

Compitiendo y superando con creces a las industrias del cine y de la música a nivel global, los videojuegos se perfilan como los reyes del entretenimiento y los talentos uruguayos no se quedan atrás.

Pocos pero buenos

En diciembre de 2016 se creó la Cámara Uruguaya de Desarrolladores de Videojuegos del Uruguay (CAVI), que nuclea actualmente a unas 20 empresas formalizadas y a unos 10 equipos independientes que desean convertirse en empresas en el corto plazo. “Calculamos que hay más de 250 personas trabajando en la industria de desarrollo de videojuegos de Uruguay”, dice a Café & Negocios Laia Barboza —conocida en el ambiente como Laia Bee—, directiva de la Cámara y cofundadora del estudio Pincer Games, oriundo de Maldonado.

La Cámara trabaja junto con otras instituciones, como el Ministerio de Industria (MIEM) para impulsar apoyos y fondos; organiza el evento Level Uy, que se realiza hace cuatro años y que ofrece charlas para desarrolladores y estudiantes; colabora en la gestión de la feria Germina! del INJU y está en conversaciones con la Dirección Nacional de Aduanas para facilitarles a las empresas uruguayas del sector la importación de kits y equipamientos necesarios para que desarrollen productos para consolas, como Nintendo Switch, PlayStation y Xbox.

Según datos de CAVI, Uruguay ha creado y lanzado más de 200 juegos, el 65% de las empresas del sector tienen menos de cinco años de constituidas y el 40% desarrolla productos con propiedad intelectual propia.

La industria nacional se caracteriza por ser cien por ciento exportadora, con foco en un público global —especialmente de Estados Unidos y Europa— y colaborativa entre sí: “Un éxito de una empresa es un motivo de festejo para toda la industria”, dice Barboza.

En cuanto al estilo de videojuegos que desarrollan, no hay una característica común a todos, pero sí es habitual que comiencen con productos pensados para mobile y luego los pasen a otras plataformas, como PC o consola, que son más competitivas y requieren de presupuestos o equipos más grandes de desarrollo.

Según Álvaro Azofra, cofundador de Ironhide Game Studio, en el mercado global “también hay lugar para los juegos indies (independientes), innovadores que no tienen esa calidad triple A de las películas de Hollywood pero sí tienen una jugabilidad muy interesante, y los consumidores eso lo reconocen. También se puede tener éxito en ese camino”.

Para Fernando Sansberro, fundador de Batovi Studio Games, una de las empresas con más trayectoria –nacida en 2001–, la industria uruguaya es chica pero hay buenos talentos. “Se necesita que haya más casos de éxito, como el juego Kingdom Rush de Ironhide, o más empresas estables, como Pomelo o Batovi, que tienen muchos años de experiencia y son rentables”.

Sansberro sostiene que el año 2017 fue el más alto para la industria, con 20 empresas activas, incluyendo las incubadas, y plantea que debería existir “una asociación de desarrolladores que realmente promueva el crecimiento de la industria, con acciones concretas, que no tenga agenda política, y que ponga el foco en las empresas y en el negocio”.

Un empujón para arrancar

Si bien el sector viene creciendo, para los entrevistados aún hay aspectos a desarrollar, como la formación académica y las oportunidades de financiamiento, sobre todo de fondos para que los desarrolladores puedan lanzarse a hacer su primer proyecto.

Kingdom Rush, el primer juego creado por Ironhide, nació con fondos de sus creadores Álvaro Azofra, Gonzalo Sande y Pablo Realini, quienes tenían otros trabajos mientras lo desarrollaban. Recién con los ingresos de su exitoso lanzamiento en 2011 —y que en menos de un año fue descargado 170 millones de veces—, los emprendedores pudieron dar el paso de abrir la empresa formalmente y volcarse a un segundo proyecto.

Videojuegos hechos en Uruguay: un negocio con potencial y muchos desafíos

Fundadores de Ironhide: Pablo Realini, Gonzalo Sande y Álvaro Azofra

Explica Azofra: “Lo que hacemos nosotros es que los juegos anteriores financian a los futuros, pero hay muchos modelos de negocio”, como venderle una idea a una gran compañía, conseguir financiamiento con otra empresa que se compromete a publicar el juego cuando esté listo o directamente trabajar como empresa para un estudio más grande.

El costo en tiempo, recursos humanos y dinero que lleva desarrollar un videojuego depende de cada proyecto. Los puede haber de una sola persona y un par de meses de trabajo, hasta de equipos de miles de empleados, cuatro años de desarrollo y miles —o incluso millones— de dólares de inversión. Como ejemplo, Azofra señala que los productos que hoy hacen en Ironhide llevan un promedio de 30 meses de desarrollo con un equipo de ocho a diez personas y que actualmente la empresa cuenta con cuatro equipos que trabajan cada uno en un proyecto de manera casi independiente, siguiendo los pilares de diseño que los caracteriza.

Pero el éxito no depende necesariamente de la cantidad de recursos invertidos, sino de la calidad, de la jugabilidad y del nivel de entretenimiento que brinde el juego, elementos que se ponen a prueba recién cuando el producto sale al mercado.

Una incubación muy particular

La incubadora Ingenio del LATU se vinculó con el sector en 2006, con la primera edición del Concurso Nacional de Videojuegos y desde entonces sigue trabajando para su desarrollo. Por ella pasaron diversos proyectos, entre los que se encuentran: Pincer Games, Golden Bite, Estudio Egg, Trojan Chicken, Light Arrow, My Box, The Good Guys, Poly Raptor, Kraken y Curse Box.

“Ingenio tiene como objetivo apoyar el desarrollo de empresas que aporten valor al país y las empresas que logran competir en el sector aportan a Uruguay posicionamiento y proyectos basados en talento”, dice Rosana Fernández, directora de Ingenio.

La incubación en Ingenio incluye el acceso a consultores especializados, redes de contactos, capacitación, acceso a infraestructura, comunidad de graduados, entre otros servicios.

A la vez, la organización forma parte de la Mesa de Videojuegos, otro promotor del sector que se creó en 2013 y que realiza acciones orientadas a promover la profesionalización de las empresas del sector y a apoyar su estrategia de internacionalización. La mesa está liderada por el MIEM y la integran MIEM-Dinatel, MIEM-Dinapyme, Uruguay XXI, ANII, Antel, CAVI, Cámara Uruguaya de Tecnologías de la Información (CUTI), además de Ingenio.

“El desarrollo de estos proyectos tiene ciertas características en lo que refiere a tiempos y prácticas de desarrollo, financiación y comercialización muy particulares que requiere una asistencia específicamente pensada para dicha realidad. Es por ello que, junto con los diversos actores que integran la mesa de videojuegos, estamos trabajando para revisar los apoyos que requiere la preincubación e incubación de estas empresas. El objetivo es brindarles un acompañamiento que se adapte a su naturaleza y por tanto les permita competir globalmente”, plantea Fernández.

Por su parte, la Fundación da Vinci, aunque no incubó ningún emprendimiento de videojuegos en etapas tempranas, brindó apoyo a proyectos ya avanzados en la búsqueda de inversión y mediación con publishers y otros actores del mercado internacional.

De gamer a developer

“Esta es una industria que no es para aquellas personas a las que les gusta jugar videojuegos, sino que necesitan hacer, es una diferencia enorme”, dice Alejandro Erramún, coordinador académico de la Licenciatura en Animación y Videojuegos de Universidad ORT.

Así como no es lo mismo disfrutar del cine que querer ser cineasta, en el mundo del gaming pasa igual, por eso, si bien tener experiencia como jugador es un plus, la formación —tanto académica como autodidacta— es crucial para quienes buscan insertarse en el mercado laboral.

En Uruguay todavía son pocas las ofertas educativas en el área, pero, a diferencia de lo que pasaba hace 30 años, hay algunas opciones para iniciarse. A nivel terciario, la Universidad ORT ofrece la licenciatura en Animación y Videojuegos, que se enmarca dentro de su facultad de Comunicación y Diseño, y hace foco en la parte artística del desarrollo; y la Escuela Nacional de Bellas Artes, de la Universidad de la República, cuenta con la licenciatura en Lenguajes y Medios Audiovisuales que incluye las áreas de animación y videojuego.

Por otro lado, academias como Senpai, Bios y A+ Escuela de Artes Visuales ofrecen carreras técnicas más cortas y cursos.

Videojuegos hechos en Uruguay: un negocio con potencial y muchos desafíos

Uno de los obstáculos de la industria para crecer es la falta de masa crítica altamente especializada

Las opciones laborales para estudiantes y graduados son dos: emprender con su propio estudio o proponerse para ingresar en alguna de las empresas ya establecidas.

Programadores seniors, modeladores 3D, game designers, expertos en UI/UX y analistas de datos son los perfiles más requeridos y difíciles de encontrar, ya que las carreras de videojuegos en Uruguay no se centran en un solo aspecto, sino que son generalistas y la especialización termina configurándose en la propia experiencia laboral.

Para Fernando Sansberro, “el desempleo es cero para la gente capacitada. Tanto porque puede conseguir trabajo fácilmente (las empresas necesitan gente profesional, que hace falta) como emprendiendo (estamos en una industria de la que, si se comprende, se logra vivir). Para la gente que aún le falta entrenamiento, la cosa se pone difícil, porque no hay tantas empresas en el mercado local que tomen gente, y cuando quieren emprender carecen de los conocimientos y la cultura necesaria para eso”.

Uruguay en el mundo

A pesar de ser una industria bastante reciente, Uruguay está bien posicionado en el mundo y puede competir en algunos aspectos, como el técnico. El talento y las ganas de crecer están, pero falta masa crítica, educación más específica y una red de contactos fuerte en el exterior.

Señala Sansberro: “Como algo positivo podríamos decir que los desarrolladores latinos estamos acostumbrados a las adversidades. Como algo negativo creo que el uruguayo no está acostumbrado a trabajar fuerte (generalizando), no hay cultura de trabajo prolijo y cumpliendo plazos estrictos. En Batovi es lo principal que se inculca, que es lo único que con frecuencia no se trae desde la educación”.

Gonzalo Frasca es una de las eminencias del sector; fue uno de los primeros desarrolladores uruguayos, tiene un PhD en videojuegos del Center for Computer Games Research de ITU en Dinamarca, fundó su propia empresa –Powerful Robot– junto con Sofía Bategazzore y trabajó para Disney, Pixar, Cartoon Network, Lucasfilm y Warner Bros.

Actualmente es diseñador en el estudio noruego DragonBox (Kahoot!) y catedrático de Videojuegos de la Universidad ORT.

Para Frasca, estamos en un momento particular de la historia de la industria de juegos global con mucha oferta de nuevos juegos, lo que hace que sea más difícil destacarse “en los principales centros internacionales y aun más en países como el nuestro, que además de pequeños están alejados físicamente de los lugares donde se ‘corta el bacalao’”.

“Por más que la pandemia aceleró la virtualización, los negocios importantes están basados en la confianza y no van a desaparecer los apretones de mano reales, por lo que nuestra ubicación periférica seguirá siendo un problema”, resumió. Antes, para destacarse, tener un juego de calidad y buenos contactos podía ser suficiente, ahora hay que sumarle también la originalidad.

“Como en toda industria, se aprende cometiendo errores. Se aprende a hacer buenos juegos haciendo muchos juegos antes. Y un país pequeño no da muchas oportunidades para ese aprendizaje. Obvio que tenemos casos excelentes de éxito, pero son puntuales y me parece que es cada vez más difícil lograr éxitos similares para un grupo de creadores que recién esté arrancado acá”, dice Frasca.

Pese a los obstáculos, el experto se mantiene cautamente optimista y considera que quizá el camino que debe seguir la industria uruguaya es el de buscar una cierta identidad que la diferencie del resto: “Apostar a producciones pequeñas que se destaquen por calidad pero, sobre todo, que llamen la atención por lo original, que se animen a romper muchas de las convenciones artificiales que imperan en la industria. La principal contra, como siempre, es si tendremos suficiente masa crítica de creadores como para lograrlo. No va a ser nada fácil, pero tampoco creo que quedemos fuera de juego”.

 

Fuente: El Observador