Óscar Álvarez presenta una muestra y se prepara para generar otro tipo de colección.

Líneas limpias, extensas. Siluetas que, por sensuales, no pierden el refinamiento. Grandes puestas en escena en las que los protagonistas no sólo son los vestidos en sí, sino la instancia única de presentar la creatividad como un espectáculo que atrape la mirad,a la atención. Durante años, esos fueron los elementos determinantes de la carrera de Óscar Álvarez, nombre indisociable de la alta costura uruguaya, de las novias más refinadas del país.

Ahora, tras 46 años de trayectoria, el diseñador da un nuevo y retrospectivo paso, que le permitirá exhibir una selección de 14 vestidos que pasarán a integrar el acervo de vestuario del Teatro Solis, la ópera y la Comedia Nacional.

Faldas amplias, drapeados, colas extensas, bordeados con piedras y detalles de flores sobre tafeta componen una colección en la que cada pieza es autónoma, cada una cuenta con una identidad propia. Refiriéndose siempre desde el «nosotros» que compone su sociedad con el arquitecto Carlos Arbeleche, productor general de los desfiles, Álvarez señala que algunas de los vestidos fueron utilizados por cantantes de ópera como María José Siri o Rita Contino. «Creemos que esto puede hacer camino para que futuros realizadores realicen donaciones a este o a cualquier otro teatro», señala el diseñador.

«Para nosotros, que somos viejos ratones teatrales, que hemos consumido tanto obras como ballet y ópera, la donación era un acto de agradecimiento a todo lo que nos ha brindado el Teatro Solis. No solo a nosotros, sino también a miles de uruguayos», agrega.

El gesto, no obstante, no fue espontáneo, aleatorio, sino que se inscribe en una instancia de ruptura en la que Álvarez se plantea nuevas oportunidades. «Decidimos hacer una nueva impronta para que el nombre se siga robusteciendo. ‘Óscar Álvarez’ es signo de prendas bien hechas, pero también caras», señala, al tiempo que identifica la necesidad de cambiar de paradigma para continuar compitiendo en el mercado.

En esa línea, el diseñador proyecta mudarse a un estudio en Ciudad Vieja y para el año próximo lanzar una colección que, siguiendo su estilo depurado, sus figuras estilizadas, logre ser «más light». «Una colección que se venda sin tanto aparataje de glamour, que no sea tan única, pero que tenga detalles», agrega, mientras que la alta costura será reservada para trabajos a encargo.

«Mi idea era decir ‘hasta aquí llegué’, y tuve propuestas en las que la gente me decía que yo no podía dejar aquello que había construido durante 45 años. Al final creo que todavía tengo mucho para dar». Sin embargo, Álvarez identifica a la coyuntura socioeconómica y cultural de Uruguay como uno de sus mayores obstáculos.

«La alta costura en Uruguay está pasando un muy mal momento. Por muchos años fuimos uno de los pilares de la moda uruguaya, tratamos que la alta moda fuera la primera exponente dentro de la industria, pero está muy ligado a los avatares de la economía», y cita a la globalización, con sus compras por internet, y a la moda norteamericana como algunos de los cambios.

Otros, no obstante, remiten a las actitudes mismas de los uruguayos: «En otros momentos la gente entendía muy bien la alta costura porque estaban acostumbrados a consumir eso, pero ahora la gente casi que no se viste. Mucha remerita de algodón, mucho jean. Las épocas han cambiado, las mentalidades también. La gente que ya ha vestido alta costura no se acostumbra a eso, pero a la gente joven no le interesa. Eso hace que la alta costura tiemble».

En ese contexto, Álvarez afirma que los nuevos diseñadores deben pensar en realizar no sólo para los uruguayos, sino que deben «ver la manera de conectarse», ir más allá de las fronteras. «Es la única salida que le veo», agrega, y señala las posibilidades que no adoptó. «Lo podría haber hecho yo, no por mí solo, sino para que los uruguayos demostráramos que podíamos. Porque sino nos tapan los vecinos».

Hacia la década de 1970, con la idea de hacer moda unisex, Álvarez instaló su primer local de prêt-à-porter en Pocitos, y luego se adentró en la alta costura, empujado tanto por sus clientes como por un impulso propio de continuar exigiéndose. A décadas de comenzar ese camino, los desafíos continúan encontrando la forma de renovarse. «Vamos a ver si acostumbramos a los clientes a venir a la Ciudad Vieja, así como antes hicimos que fueran a Pocitos».

Fuente: El Observador