Bajo el título “Un político verdadero”, el periodista y escritor argentino Martín Caparrós publicó en su columna semanal un reportaje a José Mujica, que se convirtió en el artículo de mayor interés para los millones de lectores de la edición dominical de El País de Madrid.

Lea a continuación la columna de Caparrós completa:

Un político verdadero

Dijo Mujica: «Eso de verme de personaje por el mundo, dando conferencias, posando en los hoteles… Esa no la veo».

A veces me parece que su Volkswagen azul lleno de años, o su perrita de tres patas, o su rancho con flores son formas de transformarlo en un personaje pop. O dicho de otro modo: de callarlo. De hablar de lo que parece para no hablar de lo que es.

Hace unos días, en el gran auditorio de la Feria del Libro de Guadalajara, José Pepe Mujica contestó media docena de preguntas. Era extraño: el país homenajeado de la FIL era Argentina, pero el evento principal fue la charla del presidente de Uruguay. Casi dos mil personas –domingo, nueve de la mañana– habían ido a escucharlo.

Mujica hablaba del narcotráfico: se diría que se prepara, ahora que su presidencia se termina, para encabezar el movimiento por la legalización de ciertas drogas en América Latina. Después de todo, es el único que puede decir “hagan lo que yo hice”.

–No se puede tapar el cielo con un paraguas. Si quieres cambiar, no puedes seguir haciendo lo mismo.
Dijo, para mostrar que lo evidente no está –no suele estar– en el discurso político actual.

Y que la duda, menos:
–No sabemos qué resultado puede dar lo que hicimos. Pero sabemos que llevamos 70 años reprimiendo y no funciona. Hay que combatir el mundo del prejuicio conservador, que quiere esconder las culpas debajo de la alfombra. Peor que la droga, que es un veneno, es el narcotráfico, que nos envenena el Estado, la sociedad, todo. Vale la pena que discutamos estas cosas públicamente. Yo no quiero que estén de acuerdo; les pido que piensen.

José Mujica tenía ganas de hablar, su voz aguardentosa. El entrevistador insistía en preguntarle por su historia de guerrilla y cárceles, y él dijo que los uruguayos no lo habían votado por el pasado sino porque se preocupó por la comida, la salud, el techo de los pobres. Y que la ilusión de aquellos tiempos se mantiene, pero reelaborada:

–Qué ingenuidad, creíamos en la dictadura del proletariado y nos salió una burocracia atroz. Pero no por eso cambiamos de vereda. La chamboneamos por exceso de idealismo, pero en el fondo el fuego sagrado de la igualdad entre los hombres sigue siendo posible, por él hay que vivir y empujar. Eso no quiere decir que tengamos el derecho a desentendernos de que el trabajador pague la luz, la comida, la educación de sus hijos. Si no, vamos a ser charlatanes de boliche pero no cambiamos un carajo, porque la que tiene la fuerza es la masa. Y si esa masa no pone el hombro, no hay hombres geniales que cambien la historia.

Dijo, con esa mirada de gnomo pícaro, de viejito feo que las ha visto todas. El entrevistador le preguntó qué pensaba hacer al dejar la presidencia.

–Yo soy un luchador social desde que tenía 14, 15 años. A esta altura ya no voy a cambiar. Yo voy a militar mientras los huesos me respondan. No sé en qué pero voy a seguir, porque para mí vivir es militar. Ahora… eso de verme de personaje por el mundo, dando conferencias, posando en los hoteles… Esa no la veo.

Dijo, arrugado, sonriente, para mostrar –una vez más– que no hay mejor crítico de la política de los políticos que un verdadero hombre político.

Fuente: La República y El País