Lujos -naturales y materiales- que sólo se pueden experimentar en el exclusivo balneario uruguayo.

Con una inversión extranjera prácticamente sin parangón en la región, Punta del Este se ha convertido en una ciudad cosmopolita y plagada de propuestas de lujo para los visitantes que llegan de todas partes del mundo. Recorrer la península esteña y sus alrededores es encontrarse con una persistente oferta de servicios y actividades para embellecer la vida. Pero también hay lujos naturales, esos que no cuestan ni un centavo y llenan el corazón de imágenes preciosas. Para los que paseen este verano por sus costas, elaboramos una «bucket list», una lista de cosas para hacer al menos una vez en la vida y que sólo se encuentran en Punta del Este.

Las cumbres de la Ballena y el mejor té de las 5

Punta Ballena es el mirador por antonomasia en el Este. Nadie se va del balneario uruguayo sin mirar el atardecer desde los terruños de Casapueblo. Sin embargo, la belleza de ese extremo esteño no se agota ahí y está en el espíritu aventurero de los visitantes la opción de conocer más y ver mejor el paisaje. En la rotonda del complejo Solanas, sobre la ruta 12, justo en la entrada a Punta del Este, hay un cartel que señala tierra adentro y dice Las Cumbres. El camino se convierte en una ruta sinuosa por una zona llamada Cumbres de la Ballena, porque geográficamente es la continuación de la península con el mismo nombre. Entre bosques de pinos y una tupida vegetación se asciende y la vista de la Laguna del Sauce se va prolongando hasta encontrar el horizonte marítimo en la cima. Allí está el Hotel Art Las Cumbres, catalogado como uno de los mejores del mundo y con casi un cuarto de siglo de historia. Un punto panorámico imperdible, sobre todo para el atardecer, y con el plus de albergar un precioso restaurante que a partir de las 5 comienza a escasear en reservas. El menú para el té es un verdadero lujo: carta de Tealosophy by Inés Bertón servido en porcelana antigua y platería inglesa, una bienvenida con copa de champagne y degustación de mini sandwiches, tibios hojaldres dulces y salados, canasta con tostadas y una porción de torta a elección, todo a U$S 39 por persona. Hay opción para niños a U$S 14, y también se puede cenar: los platos van desde U$S 24. Para probar al menos una vez.

La experiencia Vik

Estancia Vik

Pocos lugares explotan mejor la belleza de Punta del Este como los lujosos resorts Playa y Estancia Vik, del empresario noruego Alexander Vik. Ubicados en puntos preferenciales del mapa esteño, elevan la categoría de infraestructura hotelera en Uruguay a niveles impensados. Playa Vik se ubica en La Mansa de José Ignacio, con una vista preferencial del atardecer que en esas latitudes es una verdadera pintura de pinceladas rosas y anaranjadas, y consta de una serie de cabañas con terrazas jardín, un restaurante con una decoración exquisita y una piscina que parece fundirse con el mar. Estancia Vik se ubica campo adentro y es una mansión de estilo colonial con todos los lujos de un hotel de primera. Allí hay cancha de polo y se organizan partidos en verano. Pagar una habitación en un hotel de estas características cuesta desde 2900 dólares la noche en temporada alta y desde 2300 fuera de temporada. Sin embargo, para los que quieran disfrutar de este rincón maravilloso hay una opción: se puede reservar para cenar con una vista privilegiada del atardecer en el restaurante de Playa Vik y la comida -otro lujo para los paladares exigentes- cuesta 100 dólares por persona e incluye cinco platos y tres opciones de postre; Estancia Vik ofrece la posibilidad de un «full day» por 350 dólares e incluye la posibilidad de acceder a todas las amenities del hotel sin ser huésped. Para probar una vez en la vida.

El parque de las esculturas

Fundación Atchugarry

El campo en Punta del Este ha cautivado a muchos propietarios que no dudaron en adquirir enormes terrenos lejos de la playa pero rodeados de un entorno encantador. Para el que visita la ciudad, sin embargo, no hay grandes posibilidades de disfrutar de sus campos simplemente porque casi todo es propiedad privada. Un lindo paseo para los niños siempre fue la estancia Lapataia, 5 kilómetros tierra adentro. Pero desde hace unos años hay un lugar imperdible y poco conocido que visitar: el Parque de las Esculturas de la Fundación Atchugarry. Ubicado en El Chorro, a tres kilómetros del mar por la ruta 104, el parque es de entrada libre y gratuita y está abierto todos los días de 10 a 21. El paseo por el parque puede llevar una hora y media y entre las 57 esculturas que se encuentran dispersas por todo el terreno y rodeando un lago hay obras de Gyula Kosice, Frank Stella y del anfitrión, Pablo Atchugarry, entre muchos artistas más. Además de disfrutar de un paseo al aire libre, en el predio hay un auditorio y todas las semanas se ofrece un recital. Este verano estuvieron Rubén Rada, y el Ballet del Sodre, entre otros espectáculos.

Amanecer en la península

Aunque en los últimos años lo más promocionado de Punta del Este fue el recorrido rumbo a José Ignacio, la península tiene un encanto que trasciende las temporadas. Sus casas bajas rodeando el faro, sus placitas y edificios pintorescos conservan el aura de villa veraniega familiar y tranquila. Desde la parada 3 de La Mansa hasta la famosa playa Los Dedos, en la parada 1 de La Brava, todo el perímetro está ocupado por una vereda bicolor que resulta un paseo perfecto para mirar el mar y escuchar las olas, salir en bici, patines o correr.

Trekking en el Arboretum Lussich

Arboretum Lussich

Es cierto que la playa es siempre el plato fuerte de un destino costero. Pero hay magia también en los bosques del Este y vale la pena explorarlos. El Arboretum Lussich, una de las reservas forestales más grandes en términos de variedad de especies del mundo, es un lugar imperdible para experimentar la naturaleza en Punta. Ubicado al pie de la Sierra de la Ballena, el parque ofrece la posibilidad de practicar senderismo atravesando sus 190 hectáreas de extensión, literalmente por el medio del bosque, avistar pájaros y disfrutar del silencio total. El perfume de eucaliptos invade a los visitantes y los miradores hacen posible obtener las mejores postales del balneario.

Snacks en el puerto

Puerto

Todos los puertos de ciudades turísticas son una atracción en sí: yates de lujo, veleros originales y un buen puñado de restaurantes que ofrecen la pesca del día por precios exorbitantes suelen conformar el paisaje portuario. En el caso de Punta del Este, hay un lujo extra por descubrir: a los costados del muelle en donde se embarcan los turistas rumbo a la Isla Gorriti o a la Isla de Lobos, hay un mercado con los mejores mariscos de la zona para cocinar en casa. Los puestos de venta llevan décadas allí, aunque recién hace cuatro años tienen sus locales especialmente diseñados para ellos. El más antiguo de todos, El Gaucho, vende mariscos en Punta del Este desde hace 60 años. Su dueño se llama Gardelito Costa, aunque todos lo conocen como El Gaucho y le guardan respetos y cariño por ser el mayor del mercado. Un verdadero lujo es comprar una bolsita de langostinos cocidos (1/2 kilo a U$S 13) o pulpos (1/2 kilo a U$S 6), unos aderezos y unas bebidas y sentarse en la terraza del puerto a mirar los barquitos partir.

José Ignacio full day

José Ignacio

Las distancias en Punta del Este son largas, y hay que saber que sin auto la movilidad es difícil, y costosa (los taxis son más caros que en París). Por eso las empresas de alquileres de autos estallan de reservas y la gran mayoría de los visitantes se maneja motorizada. Para ellos, este plan es fundamental: aunque estén parando en Solanas o en la península, al menos una vez en la quincena hay conducir los 40 kilómetros hasta José Ignacio y quedarse allí a pasar el día. Por la mañana, caminar la extensísima Playa Brava hasta el Faro. Al mediodía, comer en La Huella, Páru, Tutta, y volver a saltar las olas bravas, pisar la arena más blanca del Este y disfrutar del sol. A la tarde, pasar por el Mostrador Santa Teresita y levantar al paso una limonada de sandía para tomarla mirando el atardecer en la Playa Mansa. El broche de oro, que un grupo de gente invite a guitarrear hasta que el sol se va por completo.

Fuente: La Nación