Antes de iniciar la gira con la que No Te Va Gustar festeja sus 25 años, una mirada al camino de su líder
Emiliano Brancciari va a votar dos veces el 27 de octubre de este año. Lo hará tanto en Uruguay como en Argentina, luego de realizar el trámite necesario para sufragar en el país donde nació. El cantante, guitarrista, compositor y único miembro fundador de No Te Va Gustar que está aún en su alineación, estrecha así el abrazo con su doble nacionalidad. “Esa dualidad es parte de mi, la llevo súper natural. Es más compleja para el que lo ve de afuera, por todo el tema de la rivalidad y la competencia en el fútbol, pero no me hace ningún ruido”, dice el músico.
Y mucho menos le genera un dilema el voto doble: “Trabajo en los dos países, pago impuestos en los dos países, y vivo un cacho en cada país. Y me preocupa lo que pasa en los dos, y me repercute. Hasta ahora no lo había hecho, solo votaba en Uruguay, pero viendo la situación me sentí en deuda, y si puedo ayudar a cambiar el rumbo lo puedo hacer. Porque no me gusta lo que veo”, explica Brancciari en la casona que funciona como base de operaciones y estudio de No Te Va Gustar (NTVG), Elefante Blanco, algunas tardes atrás.
41 años antes, Emiliano Brancciari nació en Munro, a 20 kilómetros del centro de Buenos Aires, la misma localidad de la que provienen Miguel Abuelo y Julio Bocca. Vivió en Argentina -el país de su padre- durante su infancia, pero el vínculo con Uruguay -el país de su madre- estuvo desde siempre. Primero como país de veraneo y luego como residencia, en el momento del paso de primaria a secundaria.
Alegre, con mucho humor y travieso. Así recuerda su madre, Vilma Amarillo, los primeros años de Emiliano. Las clásicas peleas entre hermanos no faltaban en su hogar y él tenía la enorme habilidad de «hacer explotar» a su hermana Cyntia, dos años mayor. «Las peleas eran bravas, discutíamos bastante, sobre todo cuando volvimos a Uruguay, pero eran peleas bobas. Una fue tremenda: le regalaron un camión para el Día del Niño y estaba fascinado. Y empezó a buscarme con pavadas, yo era una calderita de lata y entraba enseguida. Era pícaro. Te hacía ese trabajo fino hasta que explotabas, y le rompí el camión. Lo destruí. Y le dolió. Me lo recriminaba cada vez que pasaba algo. De grande le terminé pidiendo perdón», contó Cintya a El Observador. «Más de grande, en un momento calzábamos lo mismo, yo tenía unos Adidas New York que en ese momento estaban de moda y los amaba, y me los agarró para jugar al fútbol. Me los hizo pelota, los agujereó por todos lados. Me quería morir. Y también tuvimos una pelea tremenda por eso».
Su mamá lo resume con una historia: los carné escolares argentinos advertían que Emiliano tenía que “moderar la inquietud”. El primer carné uruguayo decía lo mismo.
Pero no todo eran peleas y travesuras entre los hermanos Brancciari. El amor era más fuerte. Cintya recuerda cómo Emiliano la «salvó» cuando su madre le encontró un paquete de cigarrillos a los 15 años y se adjudicó la culpa. Ella no soportó el rezongo que su hermano pequeño se estaba llevando y dijo la verdad. Y eso le generó entonces un problema con él, que se había sentido en la necesidad de cubrirla. «No podía dejar que cargara con la culpa», recordó Cintya.
El fútbol también fue parte importante de la infancia del cantante. Sus abuelos lo llevaban a jugar al club Olivos, y a su llegada a Montevideo, como forma de adaptación, su madre lo llevaba a Basañez, donde jugó hasta el momento en el que tuvo que optar por el fútbol o por la música. Y se quedó con la música.
Primeros pasos
“¿Mamá, me enseñas a tocar la guitarra?”, preguntó Emiliano a los siete años. Vilma le enseñó los primeros tres, cuatro acordes, y él aprendió el resto.
Las primeras canciones que aprendió eran las que sonaban en las numerosas y ruidosas reuniones familiares: folklore y rock.
Vilma tenía algunos vinilos que Brancciari heredó, y otros que fue comprando y que forman parte de la lista de clásicos a los que siempre vuelve. Willy and the poor boys, de Creedence; Sheer heart attack, de Queen (en una edición con el título en español: certero ataque al corazón), o el álbum blanco de los Beatles.
A esa lista se suman el Sticky Fingers de los Rolling Stones, Rubber Soul, también de los Beatles, o el London Calling de The Clash. “Siguen ahí porque aparte me llevan a momentos felices de mi vida, cuando estás descubriendo la música y lo que hizo esa gente”, recuerda Brancciari, que suma a esos fundamentales el rock argentino que descubrió por su cuenta.
Una Faim roja. Marca y modelo de la primera guitarra eléctrica que fue propiedad de Emiliano Brancciari. Tenía 14 años, todavía le faltaban dos para pegar el estirón definitivo, y su padre, Carlos, le dio a elegir entre el instrumento o ir a ver Boca – San Lorenzo. Eligió la guitarra. Su padre lo llevó al estadio igual, y Boca le regaló una alegría.
Esa guitarra se la vendió a un compañero de liceo que la quería para su hermano. La segunda también, para comprarse otra. Fueron las únicas de las que se desprendió, al menos voluntariamente, porque la tercera, una Fender, se la robaron. “La segunda era una Samick que me regaló mi viejo, con unas calaveras. Un día la vi en una vidriera y le dije ‘mirá esa guitarra’. Y al tiempo me la compró. Y bueno, gracias, pero no me veía con una guitarra metalera de esas, con calaveras y víboras. Era un ‘mirá la guitarra’ más de llamado de atención que de ‘que buena que está’. La tuve unos meses y era difícil, tenía microafinación, se desafinaba, para cambiarle una cuerda era un lío bárbaro. Y la cambié por la Fender que me robaron”. La que compró después aún la conserva, y es la que usa para grabar los demos de sus canciones.
Luego del robo de la Fender, en un acto de rebeldía que a su madre le “destrozó el corazón”, volvió a Argentina por dos meses. Allá trabajó para conseguir el dinero para una nueva guitarra, para luego cruzar otra vez el Río de la Plata, reencontrarse con sus amigos, y prender la mecha de No Te Va Gustar. “Me llamó y me dijo que iba a volver, y le dije que esta era su casa, que volviera cuando quisiera”, en un guiño a la inspiración que ese episodio le provocó a Brancciari para componer No era cierto.
El motor
NTVG es su vida. Así lo ha dicho en distintas ocasiones. El proyecto al que se aferró para que la música fuera su medio de vida. Al que le dedica toda su energía. Eso lo reconocen sus compañeros y los allegados a la banda, que lo definen una y otra vez como el que hace avanzar la nave.
Dice el saxofonista Mauricio Ortiz: “Es un motor, está 100% involucrado con el proyecto, de principio a fin. Y creo que la banda aprendió a respetar eso y a seguirle la cabeza”.
El «motor» también aparece en las palabras de Andrés Sanabria, director del sello Bizarro, que ha editado todos los discos de la banda: “Ese rol primero estuvo más repartido, después quedó solo”, en referencia a la partida en 2006 de los cofundadores Mateo Moreno y Pablo Abdala.
Pero todo esto llevó su tiempo. “Lograr el orgullo de tu familia haciendo lo que amas tiene un valor gigante”, dice Brancciari sobre ganarse el respeto en base a una profesión a la que en su casa no le veían demasiado futuro.
Eso, igualmente, fue en la primera época. Su madre fue a todas las primeras presentaciones, y cuando en 1999 lanzaron su disco debut Solo de noche, la cosa se empezó a poner seria, y la familia a confiar en el camino elegido.
En esos primeros tiempos, Brancciari vivía en el sótano de la casa familiar. Allí componía. Era su búnker. Y cada vez que terminaba una canción, subía a mostrársela a su madre. Aunque otras se las guardaba, como La única voz, dedicada a ella, que escuchó por primera vez en la Sala Zitarrosa. Para su hermana también hubo canciones: «Una es Tu nombre. El día que la escuché, en vivo, lloré todo el tema. Y en un momento dijo ‘Cyntia’, y ahí fue a moco tendido», relató la hermana del artista. «Después me hizo otra, para hacerme reaccionar, porque sufro de una enfermedad crónica, y esa es Me ilumina hoy. Para mí es un llamado a no rendirme».
En el libro Memorias del olvido, la autobiografía de la banda publicada con motivo de su 25° aniversario, el exmánager del grupo, Dani Gerpe, reflexiona sobre la postura de Brancciari y la constante exigencia de un compromiso pleno con el proyecto, algo que sus integrantes reconocen como una de las claves para lograr los éxitos que han alcanzado.
“Emiliano quería que todos tirásemos igual. Era el primero que decía ‘vas a cobrar lo mismo que nosotros, hagamos un show o no hagamos nada, si metés parejo vas a cobrar parejo’. Emi siempre remarcaba que era de los pocos que no tenía otro trabajo y que siempre estaba dedicado a la banda 100%. Ahí ya comienza a exigirles a todos que realmente se comprometieran para poner lo mismo que él. Cuando la banda se hace más profesional cambia el encare y aparecen las diferencias”, recordó.
Diferencias hubo y crisis también, a lo largo de ese cuarto de siglo musical. NTVG atravesó dos grandes sacudones, que también le pegaron a su vocalista. El primero fue con la salida de los dos colegas y amigos que conocía desde la infancia, que estaban a su lado desde el primer toque, una tarde helada del invierno de 1994. Mientras Diego Maradona era expulsado del Mundial de Estados Unidos por dopaje, Brancciari y sus compañeros tocaban en el Liceo 10 por primera vez, con un nombre definido poco antes por casualidad.
La partida de esos dos integrantes forzó a Brancciari a modificar su papel en el grupo. “En muchas cosas yo me descansaba, me dedicaba más a la parte artística que a lo demás. Estaba más abocado a la composición de los temas y la dirección musical, pero no en temas como hablar con la prensa. Mateo y Chamaco (Abdala) eran más verborragicos, más de perfil alto y eso me servía. No disfrutaba el ponerme a hablar, dar entrevistas y esas cosas. Estaba ahí, decía alguna cosa y listo. Y en el escenario estaba en un rincón. Y en un momento de quiebre de la banda me tuve que hacer cargo de cosas que no me gustaba hacer”.
Abrir los ojos
Del rincón pasó al frente. Brancciari asegura ser tímido, y el cambio de posición le costó. Para su madre, la timidez viene en realidad de una especie de miedo escénico. “Cantaba con los ojos cerrados”, recuerda, y señala que su hijo, paralelamente, es “muy gracioso” entre familia y amigos.
El cambio, de todas formas, no fue difícil, reconoce Brancciari, porque sabía que, aunque no le gustaba, podía hacerlo. “Estaba en la toma de decisiones de todo pero puertas afuera prefería mostrarme más como jugador de equipo”, rememora en el Elefante Blanco, rodeado de viejos afiches de espectáculos del grupo.
Pero el sacudón también le sirvió para tomar impulso. En Memorias del olvido lo explica así: “No soy un buen jefe. Por más que pueda llegar a liderar, no me interesa ser el que paga ni el único que opina. No sirvo para eso. No me gusta. Pero por otro lado me hizo muy bien lo que pasó con el grupo porque me dio confianza. Siempre fui una persona con la autoestima bastante baja, mi timidez se basa en eso y con el tiempo empecé a valorarme más”.
Y el mánager de No Te Va Gustar, Nicolás Fervenza, afirma que es la piedra sobre la que se construye la banda. Sin él, dice, no hay más NTVG. “Emiliano se vio forzado a ocupar ese lugar una vez que se fueron Mateo y Chamaco. Una banda tan grande necesita tener un vocero, un faro, un punto de referencia, incluso más allá de la horizontalidad que se menaje internamente. Es fundamental. No somos todos iguales, hay un solo tipo que hace las canciones. Él pilotea el barco. Emiliano aprendió a ocupar ese lugar poco a poco, tiene carisma y además es el primero en llegar y el último en irse. Sin Emiliano no existe más nada, es así. Es difícil estar en su cuerpo y muchos no se dan cuenta de la presión que tiene. Parece una persona normal pero no lo es, seguramente sufra más de lo que nosotros creemos”, reflexiona.
Sobre esa personalidad que describen quienes lo rodean, su madre considera especialmente que es un tipo “sensible” y también que su propia vida, con la separación de sus padres en el medio y una ausencia temporal de su figura paterna lo ha llevado a preocuparse por ser un buen padre para Santino, su hijo. “Esa es su prioridad. Y creo que es un tipo feliz. Lo veo feliz”, dice.
El otro golpe fue seis años después, en 2012. La muerte del tecladista Marcel Curuchet en una gira por Estados Unidos demolió a la banda. Fue el momento más duro para el grupo, que venía de un período de tensiones internas. En ese momento Brancciari se planteó dejar todo. Pasó el tiempo y lograron recomponerse y hoy, 25 años después de aquella tarde fría de 1994 cuando tocaron por primera vez, siguen agotando salas en Uruguay y donde quiera que vayan.
Fuente: El Observador